Henry

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San Jorge, era el santo patrono de Inglaterra desde 1348, un día tan maravilloso que todos se sienten benevolentes y festivos, llenando las calles de desfiles y pompa religiosa. Emma y Bella habían decidido esperar hasta ese día para huir con sus amados amantes, por supuesto lo harían al sol del día, pues para cuando llegara la oscuridad de la noche ya todo debía estar más que preparado. La joven heredera había pedido a su madre que aceptara la propuesta del príncipe y que hicieran una gran fiesta para el santo patrono que anunciara sus nupcias. Su madre complacida, aceptó con gusto, mandando a llamar a los mejores floristas y organizadores de Londres como lo había planeado para la visita a la fiesta del Duque, acordando, además, que ese día, Emma pasaría el día con Lady Ruby, quien la ayudaría a tomar el aspecto más adecuado para la ocasión y siendo, Lady Ruby una mujer de moral tan intachable, no dudo en dejar a su hija en su guarda, pues estaba segura que no habría una sorpresa desagradable.

Para Emma, convencer a su querida amiga de ayudarla con su artimaña se le hizo terriblemente fácil, solo tuvo que llorar sobre su hombro y explicarle lo que su corazón sentía y Ruby lo entendió al instante. Fue así que, para la noche anterior a la huida, la joven solo termino por recostarse en su cama con la única intención de despedirse de su antigua vida. Estaba segura que había tomado la decisión correcta.

Cerca de la seis de la mañana una ligera lluvia comenzó a caer, una tranquilizadora y fría lluvia, alejando la niebla de los faroles, dando un resplandor descolorido al inicio de ese día. Era el momento en que las personas se levantaban a la primera misa del día, reuniendo a hombres y mujeres en la entrada de la catedral.

La joven heredera, en forma de complacencia asistió a la primera misa junto a la compañía de sus padres, agachando la cabeza durante el sermón, sonriendo ante lo vacía que le sonaban las palabras puritanas en ese momento. Para cuando lograron salir de la catedral ya la luna se había desvanecido por completo, llenando solo el cielo de nubes oscuras y deformes, dándole la apariencia a las calles de ser menos estrechas y más melancólicas.

Regresaron poco después a la mansión, para tomar el típico desayuno, (al igual que todos los días anteriores) al poco tiempo Lady Ruby Elliot hizo su acto de presencia, siendo tan delicada y propia como siempre. Nadie podría dar crédito a que sus delicadas manos cubiertas de guantes blancos hubieran acariciado el sexo de Emma tan solo días antes. Lady Mary, abrazo a su hija para despedirla, sintiendo en su interior que algo tramaban, aun así, no pretendió detener ese acto, su hija ya era una mujer capaz de tomar sus decisiones.

Y así fue, como cerca de las nueve de la mañana del día de San Jorge, dos de las damas de sociedad más notables, abandonaron la residencian Swan en la compañía de una criada de confianza y un cochero amistoso. Emma, para el momento en que el vehículo se puso en marcha, sentía como le latían las sienes con violencia, y que era presa de un nerviosismo agitado, pero, al momento de mirar hacia la ventana, con mera esperanza, lo hizo con la misma naturalidad de siempre, después de todo, no hay forma más natural que la forma ensayada de un papel.

Desde luego, nadie que hubiera observado a Emma Swan ese día, hubiera creído que estaba dispuesta a huir de su hogar, con una mujer extranjera de moral dudosa, ella misma no podía dejar de asombrarse ante su propia mascara, y por un leve momento, estuvo en el éxito de vivir una doble vida. Al cabo de una media hora, el carruaje finalmente asomo su salida de los límites de la ciudad, dando paso a las enormes tierras llenas de pastos verdes de las casas de campo de la realeza y la nobleza, enormes mansiones elaboradas al inicio de siglo, con gigantes columnas de mármol y concreto, bañadas en cobre, con sus caballos pura sangre pastando alegremente. La heredera, sin embargo, durante el viaje, solo posaba su mirada en sus acompañantes; Lady Ruby quien estaba notablemente nerviosa acariciaba sus manos una y otra vez como si buscara una excusa que decirle a Lady Mary al momento en que la verdad se revelara. "Ha sido un vulgar engaño" pensaba como primera excusa, pero eso no le iba a evitar el bochorno social de haber participado en un acto sin moral. En cambio, Bella, se tomaba una libertad juvenil nunca antes vista, de cuando en cuando miraba por la ventana y sonreía, como si por primera vez en su vida, sintiera que algo como eso podría ser completamente suyo.

Placeres SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora