Prólogo.

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—Me parece... extraño.

—¿Qué cosa?

—Todo lo que me contaste en el mirador. No me malentiendas, te creo, pero aún no termino de entenderlo.

—Es tan simple como te conté.

Me miró con lo que parecía ser preocupación en sus ojos.

—No creo que sea tan simple.

Hice un sonido de desinterés.

—Como sea, estoy acostumbrada.

—No deberías estarlo.

Me reí, irónica.

—Dícelo a Hugo.

—¿Debería?

Lo miré al instante.

—No.

—¿Por qué no? Me dijiste que no podía decírselo a mamá, pero no dijiste nada de tu padre.

—No haría ninguna diferencia si le dices algo. ¿Crees que nadie lo ha intentado antes? Mamá claramente fue la primera, luego la abuela, incluso una trabajadora social se lo dijo una vez.

Kevin frunció el ceño.

—¿Una trabajadora social?

Asentí.

—Cuando la abuela murió, una trabajadora social fue a casa a asegurarse de que todo estuviera en orden. Resulta que mi abuela la contactó unos meses antes de morir, le dijo que si algo le pasaba, fuera a casa para ver mi situación. Claro que esa mujer se dió cuenta de muchas cosas; para empezar, que yo pasaba mucho tiempo en la calle, aunque tuviera quince años, aún era menor de edad y era peligroso; también se percató de que papá desconocía muchas cosas de mí, como quiénes eran mis amigos, cómo me iba en la escuela, en dónde estaba siempre que salía de casa... Lo que sólo podía significar que no pasaba tiempo conmigo y no se interesaba en mí. Estuvo a punto de meterse en problemas gracias a esa visita. Pero mi padre prometió que cambiaría todo éso y corregiría sus errores. Desde entonces monitoreaba mis calificaciones con demasiado cuidado, tanto que me castigaba si sacaba un número menor al ocho; no se interesó por lo que hacía ni a dónde iba, pero por lo menos me pidió el nombre de cada uno se mis amigos y sus números de teléfono, por si acaso. No volvieron a advertirle nada, al parecer quedaron satisfechos con que simplemente hiciera un poco de sus responsabilidades.

—¿No tienes más familia? ¿No podías irte a un lugar más seguro para ti?

—Sí, podía. Pero papá nunca me hubiera dejado ir. Al final, soy lo único que le quedó de su difunta esposa. No es tan inhumano como parece. —sonreí con ironía.

Permanecimos un momento en silencio, antes de que Kevin dijera algo que, se grabó en mi mente a partir de ese momento.

—Debí llevarte conmigo.

Lo miré, él miraba algún punto del suelo.

—¿Qué?

—Debí llevarte conmigo. Mamá hubiera cuidado de ti como una verdadera hija.

En ese entonces, habría sido un sueño para mí que su mamá me cuidara, las cosas serían completamente diferentes hoy en día.

Sería todo tan distinto.

Kevin me había prometido que nunca estaría sola, que él siempre estaría conmigo, y no cumplió con nada de éso. Esas promesas, se habían convertido en mi única esperanza. Y hasta esa esperanza se esfumó en el aire.

—Como sea, no nos sirve de nada pensar en éso. Ya pasó, no se puede cambiar.

—Ojalá pudiera cambiarlo. —dijo, con tristeza.

—Todos queremos cosas, ¿no?

Kevin se levantó y se puso de pie frente a mí, y me obligó a levantar la mirada para verlo a los ojos, con la cabeza inclinada hacia atrás.

Se agachó un poco hacia mí y sostuvo las cadenas de mi columpio con ambas manos, me miró a los ojos y yo hice lo mismo.

—Perdóname... —murmuró.

Fruncí un poco el ceño.

—¿Ah?

—Perdóname, Joanna.

—¿Por qué...?

—Por dejarte sola. Si yo no te hubiera dejado sola, nada de ésto habría pasado.

—Déjalo...

—A partir de ahora, no volverás a estar sola.

Alcé una ceja.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Porque no volveré a dejarte sola.

No estaba muy segura de creerle, se veía honesto con sus palabras, pero ésto ya había pasado antes. Y yo no era tan estúpida como para creerle sólo porque se veía muy seguro de lo que decía.

Así que, en ese momento, sólo pude comenzar a mentalizarme para que, algún día, él volviera a irse y dejarme atrás. No pude evitarlo.

—Claro...

—Hablo en serio.

Él me miraba con determinación, estaba claro que decía la verdad. Pero no podía ceder con tanta facilidad, simplemente no podía.

No dije nada y tampoco hice algún ademán como respuesta. Sólo guardé silencio y lo miré, sin titubear ni un poco.

Él se relamió los labios, se acercó un poco, al ver que yo no me movía, volvió a acercarse lentamente. Sabía que si él intentaba besarme, yo le correspondería de inmediato, lo sabía, pero también sabía que no era buena idea. Después de todo, ya había pasado, y no podía pasar otra vez. Si nos besábamos, las posibilidades aumentaban, y éso no era nada bueno.




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