2. Una boda, una canción, y drogas.

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Capítulo II.

El tiempo había bolado frente a nosotros, básicamente. Después de dos meses, ya era Julio. Y con ello, la boda había llegado más rápido de lo que me había mentalizado.

Yo sólo había dejado pasar el tiempo mientras vivía mis días con tanta naturalidad como me fuera posible, a pesar de que Inés y Kevin hicieron bastantes actos de aparición en casa, y más las últimas semanas, ya que habían comenzado a mudarse.

Aunque intenté ignorarlos completamente, fue bastante complicado, ya que hubo momentos muy particulares donde comenzaba a fastidiarme todo este asunto. Por ejemplo, cuando remodelaron la sala, cuando pintaron casi toda la casa, cuando Inés cambió casi todo de lugar; en fin, aunque haya intentado con todo mi ser no prestarles atención, no lo había conseguido.

A pesar de que ahora veía mi casa tan cambiada después de todo ese proceso, no había sido consciente de la boda, hasta ese día. Fue hasta el momento en que los vi firmando el acta y poniéndose los anillos, que ese golpe en la realidad me dió con todo. Papá se había casado, con otra, y no cualquier otra, con la mejor amiga de mamá. Era tan asquerosos todo ésto; pero yo no diría nada, porque de nada me serviría.

Después de darse un beso para acabar con el casamiento, todos aplaudieron con emoción y felicidad absoluta, yo no aplaudí, porque no estaba emocionada ni feliz, para nada. Sólo los miré en silencio y sin expresión alguna.

Odio las bodas.

Siempre me pareció que este tipo de fiestas eran tan obvias, siempre era lo mismo en cada boda, no había originalidad por más que los novios lo intentaran; todas las bodas estaban hechas de ideas de otras bodas, y éso era lo que las hacía tan aburridas para mi gusto.

La recepción había sido más o menos lo que ellos habían dicho, era una reunión en un salón con jardín muy lindo, con máximo setenta invitados, había una cantidad inmensa de flores, mucha comida y nada de alcohol. Grandioso.

Papá portaba un traje muy limpio y bien planchado, y su cabello estaba tan bien peinado que se veía como si fuera alguien más, nunca lo había visto tan elegante y bien arreglado; Inés no llevaba el clásico vestido blanco esponjoso y ostentoso, sino un traje color beige y ramo de lirios blancos. La verdad, era que se veía preciosa, y su sonrisa que no abandonaba nunca su cara sólo le agregaba más belleza.

¿Por qué están tan felices después de lo que hicieron?

Básicamente podrían estar traicionando a mi madre, y no parecía importarles en lo más mínimo, y éso me molestaba aunque quisiera poder evitarlo.

Me alejé de allí para no tener que seguir viéndolos. Salí al jardín, dónde había más gente, pero por lo menos no estaban allí los protagonistas de la fiesta. Me senté en una banca a la sombra para pasar por mi aburrimiento en un lugar cómodo y tranquilo. Miré por unos segundos a los invitados que muy alegremente reían y conversaban, entre conocidos, familiares, y gente que nunca había visto en mi vida; un clásico de las bodas, también. Encendí mi teléfono para matar el tiempo con algo más entretenido que ver a tanta gente junta y revisé mis mensajes para responder algunos, entre ellos, a Alejandro, a quien no pude invitar porque papá me suplicó casi de rodillas que no lo hiciera; si accedí al final fue porque sólo así papá no se quejaría de lo que decidiera usar para este día, y no quería lidiar con éso, así que simplemente desistí de invitar a mi novio. Yo no era fan de los vestidos, pero si iba a usar uno, sería a mi manera.

Después de un par de minutos en paz y calma, alguien se sentó conmigo en la banca. No volteé a verle, porque no creí que éso fuera necesario, y la verdad no me importaba quién podía ser.

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