Infancia

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Gogol no tenía muchos recuerdos en su vida, la mayoría los había bloqueado, pero tenía uno, algo que atesoraba con el mayor amor del mundo.

Se encontraba en el piso, el suelo era frío y había recibido una golpiza, era normal que los niños traídos para ser los nuevos aprendices del régimen recibieran ese trato, la reeducación era lo más importante, pero la verdad es que Gogol sentía odio, una parte suya deseaba matarlos, pero aún no aprendía a usar su habilidad por completo así que eso le tomaría tiempo, pero asesinaría a cada uno de los adultos en esa instalación. No quería una revuelta en dónde lucharía por la libertad, su país también había Sido un asco contra él, pero no podía vengarse de todos, pero tenía la oportunidad contra esos adultos.

Mientras todas estás ideas seguían contra a Gogol, la puerta se abrió, era obvio, llegarían más niños, debían ser nuevos, en la habitación de Gogol quedaban los castigados y los nuevos, quienes aún no aprendían a amar al régimen, los que si iban a mejores habitaciones, entre más amor, más tratado como ser humano eras, la mayoría moría si no aprendía a amar, pero Gogol resistía.

— Callados, si alguien habla... — después de esa amenaza los niños entraron, para luego ponerse a llorar, pidiendo por sus padres, pero el hombre se fue, Gogol se levantó del piso y se hizo a una orilla, — 1... 2... 3 — después de decir eso, agua fría empezó a caer de unos aspersores, los niños gritaron, el clima ya era frío, pero aquello lo empeoraba.

Dónde se puso Gogol, el agua caía menos.

“Les enseñarán a no llorar y a no preguntar” se dijo antes de que el agua se detuviera, sería solo por unos momentos, los niños seguían llorando, es más parecían estar más irritados que antes, todos parecían estar ocupados en sus asuntos, pero un niño se acercó a Gogol. Su cabello era morado con blanco, parecía cansado y a diferencia de los demás que tenían la ropa sucia, pero de buena calidad, el pequeño la tenía sucia, rota además de quedarle enorme.

Se sentó junto a Gogol y no dijo nada, parecía estar acostumbrado a ser maltratado.

— Hola... — fue lo único que dijo antes de que los aspersores volvieran, ahora paso a ser agua caliente.

— Eliminarán a la mitad ahora... — dijo el niño nuevo, mientras se abrazaba a sí mismo, Gogol lo miro extraño, — ¿Habías estado en un lugar parecido? — preguntó a lo que el otro niño asintió, — Era un orfanato, nos mantenían callados así — susurro el niño, — ¿Cómo te llamas? — preguntó Gogol a lo que el niño lo miro, — Me llamo Sigma... Sin apellido, solo Sigma ¿y tú? —.
— Nikolai Gogol —.

Con esas palabras empezó una extraña relación entre ambos niños.

***

La mayoría perdió la vida después de la primera semana, Sigma disfrutaba la compañía de Gogol, era divertido, siempre encontraba la forma de hacerlo reír, por mucho que había concluido que el mundo era una porquería.

— El mundo es un teatro y todos tenemos nuestro papel, algunos salen a escena, otros como nosostros movemos cosas detrás del telón, hacemos que los actores se vean bien, pero a nosotros nadie nos ve, no somos importantes — era su explicación a cómo funcionaba el mundo.

Mientras Gogol adoraba a Sigma, era cálido, amable a su manera, y tierno, por mucho que sabía lo corrupto del mundo, tenía fe en que saldría, en que podría ser más de lo que era ahora.

— Algún día tendré un lugar lindo, a esos dónde va la gente que manda a los que nos tienen y entonces me respetarán, porque saben que yo les puedo ofrecer cosas y que soy importante como ellos — era lo que decía cada noche, sus sueños hacían sentir bien a Gogol, tenía esperanza algo que jamás tuvo Nikolai.
Por desgracia estaría pronto a perderla.

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