"Me estaba muriendo y a nadie le importaba, ni siquiera a mi."—Charles Bukowski
Cirene...
Conforme pasan los días uno escucha diversas cosas con respecto a cómo debemos ser, debemos sentir, hablar, reír, sentarse, jugar, pensar y callar. El miedo nos domina, y este tiene dos lados como todo lo que existe en el mundo; el primer lado es hermoso, puedes detener lo indeseable, retener peligros y evitar errores, mientras que el otro lado es oscuro y perverso, lo resumo en ocho palabras, no vives tu vida, solo vas muriendo lentamente.
Un sentimiento de supervivencia y exterminación al mismo tiempo. Y lamentablemente a mí ya me tomo como huésped frecuente y satisfecho.
Inflo mis mejillas tratando de tomar valor para realizar la cosa más arriesgada y mortal posible, no es ir a cazar un león feroz, asesinar una anaconda, salvar una princesa de un castillo mientras una malvada bruja la utiliza por sus poderes, no es nada de eso, lo mío es peor y eso es; salir de mi habitación para ir a comer con mis padres, quienes ya están en el comedor olvidándose de mi —igual que todos los días—.
Mis pies no se detienen siguen avanzando de un extremo a otro, la habitación parece hacerse más y más pequeña en cada movimiento, quiere aplastarme y dejarme sin aire, lo sé, mis manos sostienen mi pecho cuidando que no se fragmente causando la caída de mi tan agitado corazón, la sangre se ha enfriado cayendo sin piedad hasta mis pies y la respiración es nula.
—Uno, dos y tres... —doy una gran bocanada tomando cuanto oxigeno me permita —cuatro, cinco y seis —exhalo —siete, ocho, nueve —repito la misma acción varias veces más, al menos hasta que el respirar vuelva hacer automático
Las acciones por muy pequeñas que son a mí se me dificultan, el pánico detona ante las imágenes de ideas que jamás pasaran, pero que son catastróficas. Eso sucede cuando a tu mente la devora el miedo día y noche, te hace ver y creer que hay monstruos delante de ti, para detenerte.
Planto muy bien mis pies en el piso de madera y mis converse rojos de botín me sostienen jurándome que no me harán caer, asegurándome que están aquí para mí, que ellos no me abandonaran y que jamás me fallaran. Asentí ante su mensaje y con gran esfuerzo y una última bocanada de aire abro la puerta de hierro que gracias al santísimo no rechina, recién coloque aceite en sus bisagras. Camino lentamente, contando cada línea perteneciente al piso cerámico color blanco que se extiende por toda la casa, desciendo las escaleras aun procurando que el miocardio pueda bombardear la sangre de manera eficiente para que no sufra un colapso cardiaco y termine muerta en la madera pulida o el barandal de hierro negro con cristal reluciente que las conforman.
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Mi lugar feliz © <Dilogía "Lugar">
Ficção AdolescenteMi lugar feliz | Sin duda lo eres tú. "¿Cómo puedes hablar de salvación si tú tienes una cadena atada al cuello que viene desde el infierno?" *** En la penumbra de su habitación, Cirene ha vivido años de cautiverio, refugiada en el consuelo de la m...