El Rey Duende

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En los caminos más oscuros, en las noches más profundas.
Cuando nadie está viendo y donde todo se encuentra perdido. En el silencio, el llanto de perlas caídas es lo único que se escucha.

Leyendas llaman esto, las lágrimas del rey duende.

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Cuando era niño vivía en una zona rural cercana a varias montañas con reservas forestales. Creciendo cerca de la naturaleza, las leyendas de espíritus, hadas y duendes no faltarían entre los habitantes del lugar. Siendo tan ingenuo y joven, yo me la pasaba ignorando todas esas historias. Corría por el bosque y jugaba con los niños como si este fuera nuestro reino.

Recuerdo cómo antes de dormir, cada noche mi padre se acercaba a mí y me contaba una leyenda diferente. Alguna vez la de espíritus que roban la voz. En otra, la de bellos elfos que cumplen los sueños mientras duermes. Y en las noches más oscuras, las historias de los duendes eran su causa. Seres de formas humanas, más pequeños que los demás y con la piel en colores de la naturaleza. Seres que vivían en los bosques y se divertían haciendo bromas a aquellos que caminaban por estos.

Entre los varios mitos que logró contarme mi querido padre, uno es importante para lo que pasó... La leyenda del rey de los duendes.

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Aquel duende era único. Con una corona de rubíes y el pelo rojo.
Aquel duende era peligroso, como una rosa bella y espinas venenosas en su tallo.

Él era el causante de las desgracias y el que celebraba los aciertos. Ya sea por gusto o por locura, si él te miraba, tu vida sería divertida.

Ya sean los días en que uno se perderá, o las noches en que solo no estará. Si bajo su mirada estas, tu vida interesante será.

No podrás evitarlo, y él tampoco se ocultará. El rey él es, y la gracia de aquel que la busca, es la perdida de aquel que la da.

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La noche que aquello escuché, sentí como la ventana sonaba como si escuchara mi respirar.
Las paredes me intentaban asfixiar, pero no podrían. Encerrándome en mis sabanas, dormiría otra vez.

Pero allí no acabó, pues parecía como si algo estuviera rodeando mi cuello poco a poco. Como una serpiente que se envuelve en su víctima, podía sentir como todo mi alrededor era cada vez más extraño. 

Despertando la siguiente mañana, vería el sol subir, y junto a este mi terror por igual. Sin embargo, era quizás demasiado rápido para ello. Nadie parecía notarlo, pero al hablar con mi padre pude ver como su voz se retorcía de dolor, para en un momento volver a la normalidad. 
Lo mencione en desconcierto para solo escuchar una respuesta vaga sin una pizca de preocupación. Como si hubiera dicho algo normal, mi padre solo salió de mi cuarto dejándome para ir a trabajar.

El tiempo que tenía era mucho, y mi curiosidad también lo era. Habría dicho con entusiasmo a mis amigos, ''hoy encontraremos al rey duende! Y haremos que nuestras vidas sean divertidas!!''.

Vaya error tonto.

Buscamos y buscamos por todo el bosque, claro que juntos y dejando marcas. Aun siendo niños, todos sabíamos lo peligroso que era perderse allí. Ya se habían perdido varios niños en el transcurrir de los años.

El hijo del panadero, cuál se había dirigido al bosque para mear, nunca más habría sido encontrado. Menos la hija del director, el cual desde su desaparición nunca fue a ser el mismo hombre entusiasta por la educación.

Llegando hasta cierto punto, me daría cuenta de que el sol había bajado con mucha más velocidad que siempre. Cuando creía que aún era mediodía, el sol cayendo parecía indicar que ya era otra hora. Y esto era raro, muy raro. Diciendo a todo mi grupo que debíamos volver, fue cuando descubrí que me había quedado solo.

Ninguna marca dejada por el grupo a mi alrededor. Solo árboles y más árboles.

No era ningún tonto, intentando no moverme demasiado y perderme más en lo profundo del bosque, me quedaría quieto en aquel lugar que parecía ausente de toda dirección y sentido de la navegación.

Fue entonces que escuche el llanto de lo que parecía ser un niño pequeño. Sin poder ignorar tal evento y pensando que quizás encontraría a alguien que también se perdió como yo, me dirigiría rápidamente hacia el sonido.

El sonido de la tristeza me llevó hasta una cueva muy pequeña entre los árboles. No iba a dejar a un niño llorando solo en aquel lugar. Así pensé; vaya tontería para un joven ingenuo. Creyendo que encontraría un niño, continúe hasta llegar a una luz.

Lo que encontraría no sería un niño. Ni siquiera un humano. Atado en sus cabellos rojos como las llamas del infierno y los patrones de telarañas, la cabeza de un duende con corona de rubíes.

- ¿eres tú?

Fue lo único que dijo al verme. Mi sorpresa era grande, mi incredulidad aún mayor. Acercando mis manos hasta él, intentaría tocarlo para ser parado por un grito. En lágrimas, aquella cabeza me pidió que no lo hiciera.

- No lo hagas chico... ya sufrí demasiado

Diciendo esto último, la cabeza dejaría caer de su corona uno de los rubíes. Y cerrando los ojos me desperté...

Estaba en las manos de uno de mis amigos, cuál dijo que me había desmayado en nuestro camino y que estaba preocupado de que no despertara. Escuchando en mi cabeza las últimas palabras de aquella quebrantada voz, simplemente continué mi vida.

Ya que no pretendía hacerlo...
Pero aquí vine a decírtelas, hijo mío
Porque tal vez encuentres al rey algún día.
Y ese día quiero que sepas por qué te llamó.

Antes de que despertara. En lágrimas y frustración, aquel rey de mitos me había dicho.

''encuéntrame... Por favor...''

Cuando el Café funcionaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora