CAPÍTULO CUATRO | ENTRENAMIENTO

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El malestar que atormentaba mi cuerpo terminó yéndose gracias a los brebajes de Geralt y al cuidado incansable de Alys, una mujer encantadora que, sin saber exactamente el motivo, se estaba desviviendo por mí

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El malestar que atormentaba mi cuerpo terminó yéndose gracias a los brebajes de Geralt y al cuidado incansable de Alys, una mujer encantadora que, sin saber exactamente el motivo, se estaba desviviendo por mí.

Estuve en cama un total de dos días y una noche. Aemond vino a visitarme con la compañía de su hermana Helaena, ella era una joven risueña y siempre tenía una sonrisa para mí, me caía bien y me reconfortaba estar en su presencia. Aemond se había comportado como un verdadero caballero conmigo, pero siempre que estábamos cerca el uno del otro sentía que algo en su interior le obligaba a contenerse. Era como si siempre tuviera que estar recordando algo para no dejarse llevar.

Alicent también vino a verme junto a Geralt. Él le había contado que había cogido una especie de mal en nuestra travesía hasta aquí, pero que no era nada grave y que ya estaba casi curada. Ella se lo creyó y me contó todo lo que quise saber sobre sus amplias costumbres y sobre cómo funcionaban las cosas dentro de la familia real.

Cuando me vi con las fuerzas necesarias para levantarme de la cama sin ayuda me dispuse a familiarizarme con la que ahora era mi habitación. Estaba decorada con un gusto impecable, muy parecido a mi antiguo hogar, al que perdí la noche que asesinaron a la familia que me quedaba.

Las paredes eran altas, y estaban engalanadas con los colores de ambas casas. Había cuatro ventanales en la pared del frente que daban al lateral de la fortaleza, y por todos ellos podía ver el mar con sus aguas azules llenas de olas. Me relajaba muchísimo tener estas vistas tan maravillosas.

Los días siguieron pasando y por fin pude recuperar todas mis fuerzas, así que me dispuse a vestirme con mis ropas de entrenamiento y salí a buscar a Geralt para poder entrenar con él.

Cuando llegué a su puerta una sirvienta me indicó que ya me estaba esperando en el patio de entrenamiento. Desde luego, me conocía demasiado bien. Me dirigí hacia allí y para mi sorpresa, Geralt estaba entrenando con Aemond.

–Debes vigilar más tus espaldas. No puedes estar tanto tiempo mirando al frente –dijo Geralt mientras hacía señas con la espada.

–¿Cómo pretendes que vigile mis espaldas cuando en ningún momento permito que te apartes de mi campo de visión? –recriminó Aemond.

–Eso da igual, ¿sabes que en mi tierra hay engendros que se duplican a sí mismos? Si estuvieras luchando contra uno de ellos ya estarías muerto.

–Esos seres no existen en esta parte del mundo.

–Ya, pero pueden llegar hasta aquí si se lo proponen.

Aemond resopló y se volteó para intercambiar su espada por un par de dagas. Bajé los escalones que conectaban la pequeña fachada con el patio y me dirigí hacia ellos.

–Vaya, vaya, vaya. Veo que empezáis a llevaros bien –dije con una sonrisa mientras miraba a Aemond.

Él me devolvió la sonrisa pero de inmediato puso cara de hastío.

LA PRINCESA Y EL DRAGÓN | Aemond y CirillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora