EPÍLOGO

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Las palabras de mi esposo inundan mi mente: "No temas mi vida que estoy contigo"

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Las palabras de mi esposo inundan mi mente: "No temas mi vida que estoy contigo". Pero cuando estiro el brazo para tocar su cuerpo, él ya no está.

Mantengo los ojos cerrados, después de haber estado varias semanas agotada parece que ahora me encuentro mejor. Por un momento no soy consciente de dónde me encuentro, de dónde estoy tendida, así que valiéndome de mis sentidos consigo percibir que no estoy en mi cama. Estiro las manos a ambos lados y toco la superficie donde estoy acostada, es suave, fresca, y algo puntiaguda. Una sonrisa se me dibuja en el rostro cuando me doy cuenta de que estoy tumbada sobre hierba húmeda. ¿En qué momento Aemond me ha llevado al jardín?.

Por fín decido abrir los ojos, y al hacerlo contemplo un cielo oscuro lleno de estrellas tan brillantes y tan vívidas que parecen irreales. Extiendo mi mano hacia arriba para intentar alcanzarlas, como cuando era pequeña y Geralt me contaba historias sobre constelaciones y cómo estas estaban relacionadas con la magia. Mis dedos revolotean jugando con la brisa invisible que no teme rozar mi piel lisa y sedosa. Tardo unos segundos en darme cuenta de que esa piel ya no me pertenece.

–¿Cirilla?

El aire se me atasca en la garganta cuando escucho su voz. Me incorporo con ayuda de mis brazos y me quedo sentada, intentando recobrar el aliento después de escuchar una voz que llevaba años sin oír. Una voz que cada día extrañé como el primero.

Comienzo a darme la vuelta despacio, sin comprender muy bien si esto es real o un sueño. Cuando finalmente me giro del todo, veo a Geralt de pie a mis espaldas, con los ojos abiertos y cristalinos. Abre la boca con la intención de hablar de nuevo, pero ningún sonido sale de ella, solo una respiración entrecortada que me hace estremecer.

–Geralt... –susurro mientras me pongo en pie.

Nos quedamos quietos, las lágrimas comienzan a caer por mi rostro y es entonces cuando ese muro entre lo real y lo irreal se resquebraja y comenzamos a correr para poder reencontrarnos. Geralt me abraza con fuerza, acunando mi cabeza contra su pecho, llorando como nunca lo había visto llorar antes. Yo lloro con él, por la alegría de encontrarlo y porque por fin estamos juntos de nuevo. Lo he extrañado tanto.

Separa su cuerpo del mío y sostiene mi rostro, me contempla como si fuera lo más preciado que tiene, como si fuera su pequeña, la que le arrebataron sin poder despedirse siquiera. Las lágrimas me empañan la vista, y solo recordar la crudeza con la que ocurrió todo hace que unos sollozos rotos salgan por mi garganta.

–Shhh –me calma–. Ya está pequeña, ya está –sus manos intentan limpiar mis lágrimas sin mucho éxito.

–¿Dónde estamos? –pregunto confundida.

Geralt me dedica una sonrisa triste.

–¿Recuerdas aquel lugar donde nos vimos por última vez? –asiento con la cabeza–. Pues aquí nos encontramos ahora.

–¿Eso significa que he muerto? –pregunto con un hilo de voz. Nunca antes había pensado demasiado en la muerte, a pesar de que siempre la he tenido cerca.

LA PRINCESA Y EL DRAGÓN | Aemond y CirillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora