Capítulo 2: Audición privada

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Era muy temprano para beber, pero no podía hacer tal cosa estando sobria, lo hacía por piedad a sí misma

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Era muy temprano para beber, pero no podía hacer tal cosa estando sobria, lo hacía por piedad a sí misma. Y claro, no podía beber sin fumar un poco, su cuerpo se lo pedía, y tampoco era capaz de resistirse a sus deseos. 

El calar aquel cigarrillo la encontré a hallar calma mientras esperaba a que aquella gran personalidad tocara a su puerta.

A gusto con sus decisiones, se acomodó en el sofá con la bata plateada abierta en el frente, sonriéndose en el espejo. Imaginó a su madre parada frente a ella, su mirada desaprobatoria y la mueca en sus labios inyectados de Botox, mientras la señalaba con el dedo y le decía lo decepcionada que estaba de su comportamiento. Ante la escena imaginaria soltó una carcajada y se levantó del sofá, con un sentimiento de victoria cosquilleando en su estómago. Ella ya no estaba allí, y eso la hacía sentirse ferozmente libre. 

Ya habían pasado varios meses desde que su madre falleció. Al principio, su ausencia la hizo sentirse perdida y sin saber qué rumbo tomar. Su madre había sido muy autoritaria y Bárbara se limitaba a acatar sus órdenes como un soldado en medio de la guerra, sin objetarle nada. Sin embargo, ahora que tenía el control de su vida le era difícil decidir qué es lo que haría con el resto de ella. Su madre la había encaminado en el mundo de la actuación desde que tenía tan solo seis años de edad, al principio le desagradaba tener que trabajar y no poder hacer cosas que una niña normal hacía; las audiciones, sesiones de fotos, clases de baile, de canto, piano, arte… todo eso era demasiado para una pequeña; pero conforme crecía, se encontró cautivada por las cámaras, deseando ser el centro de atención. De pronto, la actuación dejó de volverse un sacrificio, ahora era parte de ella. Fue por ello, que cuando pudo ser libre de elegir su nuevo rumbo, decidió que no había nada que pudiera hacer que pudiera reemplazar lo grandioso de convertirse en una estrella.

Lo único que le desagradaba profundamente de seguir en ese mundo, es que su madre permanecería feliz desde su tumba, observando como sus torturas mentales ahora cobraban frutos. Mientras permanecía en Hollywood, Bárbara sabía que ella nunca se iría de su lado. Su madre había depositado en Bárbara la vida que siempre soñó y que nunca pudo tener. Y aún después de su muerte, todavía la manejaba a su antojo. 

El timbre sonó haciendo a Bárbara salir de sus cavilaciones, se acomodó el escote y se abrió más la bata para lucir provocativa. 

“Si mi madre me viera ahora, sonreiría y me diría que consiga ese papel cueste lo que me cueste”, pensó con furia. 

Su madre solía obligarla a asistir a audiciones en donde los papeles eres muy sexuales, a los 14 años se vio presionada para hacer su primer desnudo, frente a cinco hombres y dos actores de reparto. Fue el recuerdo más vergonzoso y humillante de su vida. Lo más triste es que recordaba con claridad que su madre estaba presente, tenía presente la imagen viva de ella aplaudiendo fuertemente cuando la escena terminó, y de acercar a felicitarla por haber hecho una actuación tan perfecta. Su madre nunca fue protectora, ella decía que una mujer se hacía a base de esos momentos, y que cuando Bárbara creciera se lo agradecería, porque sería de la clase que nunca muestra una lágrima frente a nadie. Quizás si su madre hubiera mostrado un poco más de pudor con su hija, Bárbara nunca hubiera perdido tanto a costa de un poco de fama y fortuna.

Recordando esos momentos, Bárbara caminó por la lujosa alfombra de la suite y abrió la puerta, dejando la bata de seda resbalar por sus hombros.

Allí estaba él, parado como una estatua tras la puerta, luciendo su lujoso traje y unos lentes negros que no ocultaban para nada su popular identidad. 

—¡Ryan! —lo saludó con una pequeña muestra de efusividad, acariciando el cuello de su traje y tirando de él para que entrara en la suite. 

Él se quitó las gafas y Bárbara pudo notar las arrugas formándose en su rostro. Era la segunda vez que lo veía en persona. La primera vez había sido en una audición hace unos días —donde la había rechazado luego de recitar solo dos líneas—, entonces le había parecido bastante atractivo, pero ahora, teniéndolo tan cerca bajo la tenue luz de las velas y las cortinas cerradas, observaba todos sus defectos. Él tenía esos horribles lunares carnosos en el cuello, el puente de su nariz estaba torcido y ya había perdido mucho cabello. No obstante, a una mujer como ella poco o nada le importaban esas cosas. No estaba con él porque le atrajera, sino por lo mucho que podía aportar en su carrera.

—Entonces, preciosa. Muéstrame lo que tienes.

—Tú no pierdes el tiempo, querido —le dijo mirándolo sobre su hombro, mientras se acercaba a la mesa con wisky y le servía un vaso.

—Tiempo es de lo que menos dispongo, delicia. Y aún así, algo me decía que valía la pena darte un segundo vistazo.

Bárbara encendió la música, tomó los dos vasos de wisky y se acercó al lado del hombre, contorneando las caderas. Él no quitaba los ojos de sus caderas, algo que la hizo adivinar que aquella tarde conseguiría lo que quería. 

Aquella no era la primera “audición privada” que tenía. Las tenía desde hace dieciséis años. Y sí, en muchas de ellas era una niña todavía; no obstante, la inocencia nunca fue algo a lo que su madre creyera que tuviera derecho. Y a pesar de lo horrible que sonara, ahora se lo agradecía un poco. Y es que, no hubiera soportado dos minutos más de las caricias de ese hombre si no hubiera sido entrenada para ello.

—¿Sabes…? —Dijo el hombre tocándole los muslos— Hay un papel que pienso te quedaría perfecto. 

—¿Ah sí? Cuéntame más —le pidió, tomando sus manos y depositándolas suavemente en su espalda desnuda.

—Se trata de una nueva película para Cannon Brothers, un remake de una cinta muy famosa de los 60’s —la cogió de la barbilla—. Mirándote de cerca, creo que te pareces mucho a la actriz original. Eres encantadoramente bella, delicada, pero a la vez sensual. Serás un ángel frente a las cámaras —buscó en su bolsillo por su teléfono—. Solo necesito que hagas una última audición.

El hombre le pidió que se pusiera en frente y recitara unas líneas mientras se desnudaba y danzaba al ritmo de la música jazz de los 60’s. Ella estuvo dispuesta a hacerlo y Ryan pareció encantado cuando terminó. Luego, Bárbara se arrodilló en su delante y depositó sus manos en la correa de su pantalón, lista para finalizar con la audición.

—Espera, no te pedí nada de eso, preciosa. 

Ella lo miró confundida.

—¿No deseas contratarme?

—Por supuesto que te contrataré, estuviste fabulosa, justo por eso no quiero que continúes. Si lo terminas ahora, ¿qué me hará desear verte otra vez? 

Con aquella pregunta en el aire, el hombre se dirigió hasta la puerta, se colocó nuevamente sus gafas de sol y se planchó el elegante saco con los dedos.

—Te escribo para darte la dirección del set, debes presentarte allí mañana a primera hora.

Y solo así, se esfumó azotando la puerta.

Bárbara no tuvo tiempo a asimilar lo que había pasado, permaneció arrodillada. No supo porque, pero sintió como si acabaran de abofetearla en el rostro. El hombre la había tenido allí, bien dispuesta a hacerlo todo, y aún así decidió no hacerlo. No estaba acostumbrada a tal rechazo. 

Pero nada de eso no importaba, tendría su oportunidad de pagarle de la misma forma en su momento. Ahora debía festejar. Acababa de conseguir el papel principal de una película que prometía convertirla en la nueva estrella renaciente de Hollywood.

¿El precio? En ese momento no creía que costaría más de lo que había entregado ya. 

Que equivocada estaba.

Cuando no brillan las estrellas #ONC2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora