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Sobre el amor a la rojo de la rosa y a lo púrpura de la corona

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Sobre el amor a la rojo de la rosa y a lo púrpura de la corona.

    El sabor a vino y oblea aún dormitaba en su lengua cuando la besó. Empujaba de su boca en tanto deseaba más y más de aquellos labios pequeños y carnosos. La humedad y los chasquidos emanaron como en aquel llamado divino que ignoraba durante el día para no sentir que perdía el control sobre sus propios pensamientos. La máscara yacía a un lado del camastro y a la entrada de la carpa había quedado la parte superior de sus nuevos ropajes. Su musculatura mesurada era suave al tacto por la piel, pero firme gracias a los músculos debajo que trabajaba a diario como parte de su profesión; y su majestad amó y gozó de cada caricia que deslizó sobre su pecho y sobre sus hombros anchos. ¿Cómo era posible que obtuviese tan descomunal tamaño?, ¿cómo era posible que le sintiese tan grande a pesar de que la diferencia no era tanta.

    Tae Hyung desnudó a su señor con una devoción pícara y agraciada, afianzando primero el agarre a su cintura y atrayéndolo hacia sí y aunque por supuesto era gentil, no era tímido al momento de explorar la piel desnuda de su señor con los labios entreabiertos y el aliento hirviente emanando de sus fosas nasales. Besaría si lo deseaba. Mordería si se le antojaba. Entre sus manos, los nudos se deshacían como magia y Jung Kook no podía más que suspirar ante la expectativa, ante su tacto. Rodeó su cuello con las manos y tanteó la nuca de su bufón, e imaginó el tatuaje de aquel emblema, lamentando perderse la historia de cómo lo había obtenido pues Tae Hyung juraba no recordarlo. Sintió a la excitación embargar su cuerpo cuando su sirviente le cargó entre brazos, invitándole a rodear sus caderas con las piernas, acción que el soberano ejecutó a la brevedad, casi como si le hubiesen dado la orden sin poder evitar un gemido sonoro que salió en contra de su voluntad.

    Qué curioso. Que la voluntad afuera era absoluta, pero dentro era nula.

    Que afuera de aquella campa él daba las órdenes con fiereza, pero dentro de aquellos aposentos improvisados, obedecería sin rechistar a lo que la Rosa ordenase. Besa, chupa, muerde; Calla, gime, llora; Levántate, salta, detente. Tú, tú, tú y ya no usted, usted, usted. ¿Y por qué?, ¿acaso obedecer lo hacía sentir más humano?, quizá de esa forma podía considerarse alguien digno de amor. De un amor que no viene a raíz de la subordinación, ni de las tradiciones. Un amor que no nace en el pavor, ni de los antiguos hechizos de Verx de los cuales solo quedan vestigios y moribundas memorias.

   Pues si bien Tae Hyung le sirve, algo en sus palabras y sus acciones le hacen sentir que su amor es genuino y entonces ese Jeon no puede hacer más que agradecer a los cielos vacíos y a los infiernos gélidos por permitirle amar a alguien y que ese alguien pueda amarlo de igual forma, enterrando sus uñas en la hendidura de sus caderas cuando en una estocada fúrica sus carnes se entierran en las suyas con tanta profundidad mientras el soberano no puede hacer más que morder con fuerza las sábanas del camastro en donde tiene enterrado su rostro sudoroso y caliente que se mueve a consecuencia de la manipulación del otro, una y otra y otra y otra vez mientras su bufón hace lo que le place con su culo al aire y sus gemidos llegan a sus tímpanos como premios y reconocimientos.

El bufón busca su cordura © TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora