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Ante la incandescente ira del sol

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Ante la incandescente ira del sol.

    Un crujido le hizo encogerse de hombros. Entre el ajetreo que traía consigo el desmontar la ceremonia, pensó que había roto algún objeto importante o alguna baratija por la que los demás artistas armarían un alboroto; temió por sí mismo al verificar. Nada. Todo estaba en perfecto orden. Y qué bueno que todo estaba en orden, de otra forma el pintor no le habría dado vida en lo que restase del siglo por dañar sus instrumentos de trabajo.

    —¡Ah, qué Otoño tan maravilloso, ¿no lo crees Diego?! —dijo al fin.

    Beltrán, un zapatero joven de tendencias anómalas y cleptómanas ayudaba al pintor con el resguardo de los caballetes. Bajaba los bocetos de enanos y deformes que se habían plantado frente al Señor Velázquez en la ceremonia con la intención de ser retratados como todos los años. Luchar contra el impulso de tomar uno de sus pinceles y meterlo dentro de su saco para llevarlo a casa fue un poco más difícil de lo normal. No ceder ante sus impulsos era tan difícil, sobre todo cuando los materiales del pintor solían ser costosos y podría venderlos muy bien.

    Por su parte, el pintor estaba distraído con sus obras. A Diego le fascinaba retratar este tipo de realidad, una en la que el glamour y la opulencia no estaban precisamente presentes. Los bocetos estaban listos, los terminaría en el palacio y esperaba que hiciesen gracia a su señor.

    Todos parecían exhaustos; de la bebida, del baile y de las peleas. Salvo los Perversos de Su Majestad, quienes continuaban custodiando el borde del Bosque Negro desde el lado del río que les pertenecía hasta cubrir todos los senderos que conectaban con las montañas. Se decían que los soldados de élite estaban entrenados para pasar días sin comida ni agua, y que, si así lo requería Su Majestad, custodiarían su puesto durante semanas sin flaquear. Eran unas bestias en cuanto a fuerza y resistencia, lo que era de esperarse de los seguidores del Solei de Verx. Se escuchaban aún los tintineos de sus armaduras y, de tanto en tanto, el disparo de sus armas contra los pocos enemigos que se atrevían a pasearse cerca del asentamiento. Ah, qué agradable mañana, viajeros. El aroma a sangre era hasta cierta medida cautivador para el verxian, casi tanto como el del salitre que traía la pólvora, ese invento gracioso y divertido proveniente de Rejum.

    —Es verdad, la Ceremonia de este año resultó muy bien —dijo Diego—. Me he embriagado tanto que casi no recordaba mi nombre en la primera mañana. Pero me duelen los nudillos, y la mano derecha la traigo ensangrentada. Supongo que le he botado los dientes a algún infeliz durante la ceremonia, y supongo que gané porque no tengo los órganos de fuera y terminé todos mis bocetos.

    La celebración llevaba ya un par de soles.

    —¿Y habéis pintado todo esto ebrio? —dijo joven verxian hacia el pintor, anonadado e incrédulo. Don Diego se encogió de hombros mientras enrollaba en una tela sus pinceles sabiendo bien la clase de infeliz que era Beltrán—. Lo que sí, Su Majestad estuvo especialmente indulgente este año. ¡Fueron diez lo indultados! De antaño si acaso habrían sido uno o dos —afirmó con asombro, incrédulo ante sus propios recuerdos—. ¿No os resulta curioso?

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⏰ Última actualización: Jan 28 ⏰

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El bufón busca su cordura © TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora