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Sobre los deberes reales

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Sobre los deberes reales

    Por supuesto, el rey Jeon tenía un harén a su disposición. Disfrutaba de los placeres lúbricos desde que cumplió la mayoría de edad. Ahora, con veintidós años recién cumplidos, puede decir que el harén que protege el rey de Verx, es de los más exóticos que existen entre los Tres Reinos. Es bello, espacioso. Sus concubinas viven como princesas y él no les pide nada a cambio. Nada más allá que su paciencia a no llamarlas a sus aposentos por estar ocupado con otros tantos pendientes que competían al reino y su bienestar. Pero, si bien el rey Jeon casi no visita su harén, ni les hace llamados, sí necesita diversión y entretenimiento después de un largo día de trabajo.

    Entonces les enviaba sedas y vestidos nuevos a sus mujeres, como disculpa. Y ellas aceptaban contentas y agradecidas, chillando como niñas pequeñas ante el tacto suave de sus nuevas telas, o los brillos incautos de sus nuevas joyas.

    El Bufón observa a su rey un par de segundos, y se aproxima con tanta lentitud, que es desesperante, asfixiante. Se detiene a unos cuántos pasos, y deja deslizar sus ropajes negros al piso. Las sedas caen pesadas sobre la alfombra, así como la penetrante mirada de Jeon cae sobre su cuerpo desnudo.

    Se aproxima, dejando que Jeon pueda besar su vientre, y lo siente tantear con los dedos titubeates el hueso de su cadera. El rey frunce el ceño, sin nunca dejar de besar el camino desde su ombligo hasta en donde empieza una frontera de fino vello obscuro. El bufón suelta un suspiro bajito ante el tacto de sus labios fríos y se deja hacer en tanto las suaves manos del rey le tocan con dulzura.

    —¿Por qué estás tan delgado? —cuestiona el soberano, apretujando casi con indignación el filo de sus caderas, su voz es dulce, serena, para que Tae Hyung le pueda entender en su totalidad, pues sabe que solo entiende de palabras amables—. ¿Es que acaso mis hombres no te alimentan? Dímelo, y haré que se riegue la sangre de quien se atreve a dejarte en fames.

    —No es nada, mi señor… —exclama Tae Hyung en la lengua de Verx. Lengua que le ha tomado más de diez años aprender y perfeccionar—. Mi apetito ha disminuido con el tiempo.

    —¿Y cuál es la razón de que disminuya tu apetito? —cuestiona.

    —La tristeza, rey mío.

    —Tristeza —repite el muchacho—, ¿Qué te hace estar triste?

    —El pensar en mis hermanos y hermanas en el Mercado de Bestias, majestad. Los he visto sufrir en carne propia sus dolores. Durante las noches, incluso puedo escucharlos sollozar, aquí, en mis sueños, también justo debajo de mis ojeras —susurra, sin saber que aunque está apuntando al lóbulo de su oreja, se ha equivocado de palabra—. Y eso hace a mi corazón doler tanto, que solo verle a usted hace a tal dolor menguar; S-sin embargo, no des… aparece, majestad. Se queda allí, sus... surrando… Vigil… Mhg… Vigilante.

    Tae Hyung acaricia los cabellos del soberano con suavidad, soltando tan pesados y roncos suspiros, que quizá sean audibles para el guardia de la puerta, pensando en lo mucho que ha crecido el afamado «Rey Niño», —que de niño, solo le quedaba el título y las pinturas de su infancia en los pasillos del Castillo Celeste—. En lo mucho que han cambiado, ambos, con el paso del tiempo.

    ¿Cuántas lunas habían transcurrido desde que por un par de monedas, fue comprado como esclavo en un reino desconocido?

    Jung Kook se separa con un sonoro beso que hace suspirar de nuevo a Tae Hyung, lo ve pasarse la mano sobre los labios y relamerlos después. Su boquita brilla de una manera tan preciosa, casi tan divina y tan beata, que no pareciera el despiadado mercenario que había mandado a matar a más de doscientos soldados esa misma mañana, al otro lado del río Calaís.

    El pecho del bufón sube y baja con rapidez. Tiene las mejillas encendidas al rojo vivo y los labios entreabiertos por la agitación, el frío en su cuello y la humedad en su piel calan hasta el centro de sus huesos. Pero también sus carnes arden cuando se toca a sí mismo.

    —Si eso es lo que te aflige, Rose, mañana mismo mandaremos al infierno a todos los mercaderes —responde el rey con severidad y el rostro impenetrable—. Compraré el Mercado de Bestias para ti, y harás lo que te plazca con él. ¿Eso haría que tu corazón dejase de estar triste?

    Jung Kook lo observa llenarse el pecho de aire y asentir con tanta rapidez.

    Y los ojos del bufón, de «su rosa» se iluminan centelleantes, aún más que las velas encendidas dentro de la habitación, aún más que las estrellas en el firmamento que cuelan sus destellos a través de los barrotes del ventanal. Un segundo más tarde, da un fuerte abrazo al soberano, sin que este note la mefistofélica sonrisa que se esboza en sus facciones calaítas.

 Un segundo más tarde, da un fuerte abrazo al soberano, sin que este note la mefistofélica sonrisa que se esboza en sus facciones calaítas

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28012022 | Love, Sam 🌷

El bufón busca su cordura © TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora