Me cogio por un cerebro (Parte 1)

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Mi boca seca me hace susurrar un sintético «Lo segundo». Al final, me había encontrado con el que me coge por el cerebro a través del chat.
Todo empezó con un clásico “Leo tus historias y me excito”.

Así se comienza.

Respondo con cierta veta de indiferente malicia.

"Escribo relatos eróticos pero te aclaro que no es mi intención concertar una cita. Estoy aquí para que me lean, y obviamente, para hacer que el lector lleve la mano a su entrepierna.

Soy como una perfumería, te dejo oler el perfume pero y no te doy. Será una vena sana de masoquismo o de pereza banal. Quizá lo segundo sea más realista. Toda esta ostentación, este cónclave fingiendo que no pasa nada, sin verdaderos pretextos: demasiados esfuerzos.

En esta charla, sin embargo, jugamos con las palabras, y jugamos bien, tanto que al rato mi mano migra hacia mis bragas. Después de algunos intercambios más, me doy por vencida con mi teléfono celular, porque necesito dos manos...
Tan pronto como tomo mi teléfono celular, una pregunta muy directa parpadea:

“¿Entonces te has venido? Ya no contestas".

Me molesta, pero lo admito con un «sí» lacónico.

A partir de ahí, el camino es en cuesta abajo hacia la lujuria, porque yo también soy apasionada y no puedo ir en contra de mis deseos.

Ahora, cuando estoy en el coche me asaltan todas las dudas posibles. Las dos opciones primarias son: nos gustaremos o no. Siempre se encuentra una manera elegante para salir de un apuro. Sobre todo porque nos encontraremos en un restaurante para almorzar. Pero otras terribles opciones se ciernen sobre mí.

¿Y si fuera uno de esos que «mientras estoy aquí, le sigo la corriente»? O incluso peor, aquellos que dicen «a ninguna se le niega una verga». Por no hablar de los representantes del «ahora que estoy afuera, limpio y perfumado con ropa interior fresca, no existe otra cosa como coger». Así como los del «vamos, podría haber sido peor, un coño y siempre es un coño y tal vez hasta un poco de culo». También me preocupan mucho esos de «Por fin me la enganché, ahora me la estoy cogiendo. ¡Qué me importa el mundo!»

Mientras tanto, he aparcado, me dirijo al restaurante y creo que puedo seguir adelante, no necesito fingir que no soy yo.

Me encuentro frente a un hombre, digamos: un hombre común. Tipo educado. Nos sentamos, ordenamos y hablamos de varias cosas.
Pero mi bajo vientre siento ese vacío lleno de escalofríos, esa sensación clásica de cuando una quiere un pene, mucho polla a decir verdad. Pero nada. Aquí hablamos de política, literatura, cine, el panorama, pero no se menciona ningún deseo mío y mucho menos de él.

¿Qué tengo que hacer? ¿Desatar uno de mis relatos para ver si le gusta? ¿Decírselo directamente a la cara o considerar que puede no ser de su gusto?

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