Capítulo 1 | El Árbol Mágico.

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El verano en el pueblo, era insoportable, con eso me refería al calor en esa época del año. No había otra forma para describirlo.

El calor era aun más terrible cuando vivíamos cinco personas en una casa. Tenía dos hermanas. Carla, era mi hermana mayor, todos decían que compartíamos un parecido increíble, mismos ojos café, cabello castaño y piel tostada.  Luego estaba Ángela, la pequeña Ángela. Podría decirse que la cigüeña vino a dejarla en la puerta un poco tarde y sin previo aviso, sin embargo, ella aportaba la mayoría de alegrías en la familia. Ángela vivía correteando por toda la sala de estar con sus muñecas, minutos después la veías jugando con los libros de papá, y de vez en cuando se metía en mi habitación—cosa que odiaba—a  construir un castillo con mis sabanas y almohadas. Era lo peor tener que recoger el desorden cuando terminaba de jugar.

Carla tenía veintitrés y Ángela estaba llegando a los siete años.

— ¡Ángela! —dije en un tono de voz alto.
No encontraba la sudadera que siempre solía usar para cubrirme del sol, tal vez podría ser raro, pero, sentir como tu piel se quema no era nada agradable.

— ¿Sí?—apareció la pequeña en mi habitación.

— ¿Dónde está mi sudadera azul?—la miré.

Ella se encogió de hombros.

—Vamos, Ángela. Tienes que saber donde está—suspiré—. Estabas jugando con ella ayer.

—No sé donde está, Carlos. —se apresuró a decir y así como llegó, se fue.

Me dirigí a la habitación de Carla para revisar que Ángela no la hubiera dejado allí por casualidad. Ella tenía la puerta abierta.

Cuando entré me observó mientras estaba de pie frente a ella.

— ¿Qué necesitas?—me preguntó.

Ni siquiera me estaba prestando  atención por estar enfocada en su celular. Lo cual alimentaba mi curiosidad sobre que tanto podía hacer Carla en el mismo.

— ¿Has visto mi sudadera azul?—acomodé mis gafas.

—Esta en el cesto de ropa sucia de mamá—respondió.

La miré extrañado. ¿En el cesto de mamá? Muchas gracias, Ángela.

—No puede ser—esbocé.

—Al menos ya sabes donde está, tonto.—dijo bajando su celular y así prestarme atención.

Nuestras miradas se encontraron, pude ver una vez más lo que decían del parecido entre ambos. Nuestros ojos podían ser los mismos y nadie se daría cuenta. Ella comenzó a analizarme, su mirada fija me puso un poco nervioso.

— ¿Qué pasa pequeño tonto?—inquirió ella.

— ¿Qué pasa de que? No entiendo tu pregunta.

Me pidió que me sentará en la orilla de su cama, donde ella estaba recostada. Luego hizo su celular a un lado y se acercó a mi.

— ¿Si sabes que te conozco desde que estabas en la barriga de mamá?

—Sí, ¿Y qué?—cuestioné.

Mi respiración empezó a agitarse un poco.

—Soñaste con él. De nuevo—afirmó.

La miré a los ojos de nuevo, traté de hablar pero no salió ninguna palabra de mi boca. Mis manos comenzaron a temblar. Mi cuerpo a sudar.

—Deja de decir tonterías, Carla.
Me levanté y caminaba para salir cuando ella me atajó, tomándome del brazo izquierdo. Se colocó frente a mi.

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