Capítulo 4 |Una chica al final de la fila.

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Rara vez, mamá se quedaba dormida y teníamos que hacer nuestro propio desayuno. Desde hace años, Carla y yo habíamos podido hacerlo, a excepción de Ángela que a nadie en el mundo se le ocurriría darle un encendedor. Aún así, mamá decía que le gustaba la rutina de tener que levantarse temprano para hacernos de comer.

Ese día, pasó.

Carla se asomó a mi habitación y dio la primicia.

—Mamá se quedo dormida—dijo en voz baja.

La miré y asentí, ya sabíamos que significaba tener que hacer de comer para los tres, no podíamos dejar a la pequeña Ángela por fuera.

Fui al baño y me aseé lo más rápido posible, antes de bajar limpié mis gafas. No era agradable andar con las gafas llenas de pequeñas partículas que interrumpieran tu nítido panorama.

Mientras caminaba en el corredor, revisé el sitio web de la universidad a la que iría después de haber desayunado. Había descartado alrededor de cinco universidades, entre ellas donde Carla estaba cursando su carrera. Evitaría a toda costa los momentos vergonzosos de hermano menor, además, en su universidad no ofrecían la carrera que al final había elegido.

Ya estando en la cocina, ayudé a Carla haciendo el café mientras ella cocinaba unas tortillas de huevo.

Agarré la cafetera y la moví un poco hacia delante de donde estaba, abrí la despensa y saqué los frascos donde teníamos el café y la azúcar; Carla me miró pero seguía en lo mío. Llené la jarra que usábamos con agua y la vertí en un orificio de la cafetera, luego puse tres cucharadas de café y la puse en marcha.

Mientras el café se hacía, tomé asiento en una silla del comedor para seguir con el asunto de la universidad.

Segundos después, mi hermana habló:

—No te tomes eso con más seriedad de la que amerita. Elegir la carrera no es lo más serio de ella, créeme.

Divagué en mi mente por un momento, ni siquiera dije nada de vuelta al argumento de Carla. Mamá solía tratarlo con tanta importancia, pensaba que también tenía que hacer lo mismo.

—Sé que eres muy selectivo, Carlos, pero la universidad que elijas no hará que seas el mejor o que el valor de tu carrera aumente, depende solo de ti y de cuan bueno seas en lo que quieras hacer—manifestó Carla con una mirada brillante.

Un fuerte e instantáneo “Bip” salió de la cafetera avisando que ya estaba listo.

Miré mi celular y el listado que mamá me había dado con las universidades y carreras. Carla tenía razón, llevaba días buscando universidades con las mejores reseñas, y que estuvieran al alcance del dinero de mis padres. Pero no serviría de nada hacerlo si no iba a dar lo mejor de mi.

Me levanté para terminar de preparar el café. Agarré la misma cuchara que había usado antes y la cubrí dos veces con azúcar, las puse en la jarra con el líquido oscuro que estaba literalmente hirviendo, y revolví un poco.

—Café, listo—dije haciendo con mi mano un movimiento como si tachara algún pendiente de una lista de tareas.

Serví dos tazas casi llenas y las llevé al comedor, Carla sirvió las tortillas, dejando dos tortillas de huevo en cada plato.

—¿Qué comerá Ángela?—indagué, ya que no veía más tortillas.

—Cereal—Carla sonrió—. No seré la hermana malvada en este cuento.
Eso me hizo sonreír también, lo peor que le podía pasar a alguien era convertirse en enemigo de la pequeña Ángela.

Desayunamos y casi al terminar, Ángela llegó y comió su cereal. Carla se quedó en la cocina lavando los platos y yo me dirigí al garaje.

Tenía una bicicleta, de color rojo. Dicha bicicleta que me habían obsequiado en mi cumpleaños número ocho y que no pude usar hasta que cumplí quince, era muy grande para mi tamaño. Era de estatura media o tal vez baja, yo consideraba mi metro sesenta y cinco como una estatura media.

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