¡Cásate conmigo, Alex!

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¡Cásate conmigo, Alex!

La sensación era conocida y desconocida al mismo tiempo. Como una caricia fría que una vez más mimaba con lentitud sus mejillas, para luego derretirse en el hirviente calor que parecía aumentar en el centro de su pecho. Sintió la necesidad de bromear al respecto, pero sus palabras se vieron apresadas en sus belfos, que, congelados, buscaban retener con sumo esmero su último aliento.

La guerra del mediodía era lo que más lo entretenía. Miles y miles de vikingos, elfos, enanos y quien quiera que llegara al Valhalla peleando sin control alguno, sin preocuparse por la muerte y con un único objetivo en mente. Que tu equipo sobreviva a la captura a la bandera. En el aire se sentía el sudor y el hedor a sangre que se llenaba de excitación y adrenalina por luchar.

Llevaba años, décadas quizás, sin morir en las guerras del mediodía. Hasta que llegó él.

No descubrió por qué se distrajo hasta meses más tarde, pero lo hizo. Un nuevo recluta que parecía brillar bajo la furiosa luz del sol, que lo miró a los ojos con tanto desagrado que le hizo apretar el hacha con cólera. No llegó a echar a correr cuando su cuerpo se vio desplomado en el suelo, tierra pegándose al sudor de su nuca y a sus brazos. La quemazón dolorosa que comenzó a atacar su pecho, alrededor de la flecha que acababa de atravesar su cuerpo, se sintió nostálgica.

—¡El nuevo derribó a Gundersen!—Fue lo último que oyó antes de que otra flecha, punta de piedra y cuerpo de roble, se incrustara en su cráneo.

Cuando despertó en su cama, luego de dormir doce horas, según Willy, el único pensamiento que atacaba su mente era que lo odiaba. Odiaba al nuevo recluta y en la siguiente guerra del mediodía lo haría trizas.

Descubrió ese mismo día que llevaba el nombre de Alex, o Axel, había tanto ruido que no había escuchado bien, pero jamás lo admitiría. Un Elfo de luz con cabellos largos y oscuros, que antes de que lo asesinara llevaba trenzados, más la segunda vez que lo vio, los llevaba sueltos. Con una tez pálida y unos ojos tan oscuros que juraba podía verse reflejado en ellos.

Una belleza tan exótica que le causó rabia

Gundersen era torpe, y Alex odiaba a las personas torpes que obstruían su trabajo. Gritaba mucho y manejaba el hacha, aunque de manera espléndida, sin cuidado alguno. Parecía importarle poco cuando se veía manchado de sangre, y siempre lo observaba con rabia, y eso era algo que a Alex lo ponía de mal humor. El destino parecía ponerlo en su camino, a dónde iba, oía su estruendosa risa. Sala a la que entraba, reconocía su cabello largo y castaño, aunque bastante más corto que el suyo propio. Les había tocado coexistir en el mismo piso del palacio del Valhalla, por lo que siempre eran puestos en el mismo equipo.

La primera misión de todas fue la que marcó oficialmente que no existía más que odio entre ambos. Se supone que debían recuperar el martillo de Thor, robado por una familia de gigantes. Como Vegetta y Willy, otros dos de su piso y equipo, estaban ocupados en una misión conjunta con el piso inferior, había sido asignada a ellos dos, más un chico que había llegado hace unas semanas atrás, Mangel.

La familia de gigantes vivía en una casa construida dentro del hueco de una montaña, para Alex el plan era fácil, entrar a la vivienda y matarlos a todos ahí, ¿cuál era la queja? Según el vikingo tenían que hacerlos salir para luchar más "cómodamente afuera". ¡Una casa gigante, es igual de fácil luchar adentro que afuera!

La misión fue un rotundo fracaso, a pesar de haber recuperado el martillo de Thor. Volvieron a casa magullados y un gigante se les escapó de las manos. El pobre de Mangel se comió las peleas verbales entre ambos y casi se fueron a los golpes. Verlo le causaba rabia, unas ganas insaciables de darle un golpe, de atravesar su pecho una vez más con una flecha, dos, tres, cuatro flechas si de esa manera borraba la sonrisa socarrona que siempre llevaba en el rostro.

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