Aclaraciones
> Apariencias de Karmaland
> No shipp, mención Rubegetta
> One-Shot corto AngstRayito de Sol
El día que encontró a Bryan su vida se caía a pedazos. Samuel había optado por abandonarlo para volver a los seguros brazos de Akira y el funeral de Nieves había drenado por completo el brillo de su vida. Pero no pudo ignorar su llanto.
Como si la canasta frente a su puerta junto al llanto que opacó el suyo propio hubieran sido un regalo de los dioses. Jamás lo olvidaría, tan chiquito y con poco peso. Tomó al bebé sin nombre entre sus brazos y lo adentró en la calidez de su hogar. Esa misma noche las manitos ajenas, la inocente mirada, esa noche Bryan comenzó a sanar su corazón.
—Lo dejaron en mi puerta, Alex.—Llamó por teléfono. Su llanto había cesado hace horas y Bryan, para ese entonces no era Bryan, dormitaba entre almohadones y mantas en el centro de su cama. Tenía miedo de que cayera, así que no le quitaba el ojo de encima.
—¿Sin nota ni nada?—Sin nota ni nada. Bryan pasó la noche con él robándole el sueño pero sin perturbar el ambiente. Pero su corazón en la mañana se sentía descansado. Tomó la decisión de adoptarlo ni bien escuchó su risa. De aquellas risas que te hacen reír, que te llenan los ojos de lágrimas por el simple hecho de sentirte lleno de vida.
Bryan fue su cura.
Y cambió su vida.
No todos sus amigos estuvieron allí para apoyarlo al principio. "Es una locura, Rubius, ¿cómo vas a adoptar a un niño?" "Si no sabes ni cuidarte a tí mismo." No buscó convencerlos, simplemente bajó las orejas y se dispuso a recibir la ayuda de aquellos que sí le tendieron la mano.
Alexby y Luzu habían pasado a ser su pilar más fuerte y Bryan parecía sentirse de maravilla con ellos. Aunque jamás dejaría de notar que la risa que el bebé emitía cuando se encontraba entre sus brazos era completamente distinta a la que emitía junto a sus tíos. Más brillante...más suya.
Desayunos, meriendas, picnics. Su vida dio un giro de trescientos sesenta grados que le puso los cabellos de punta. Si su niño se despertaba a las siete de la mañana, él se despertaba con él. Darle de comer era toda una batalla, aunque siempre terminaban riendo. Cambiarlo y asearlo. Cuando el día llegaba a su fin Rubén caía rendido una vez Bryan dormía profundamente en la cama. Entre bellos recuerdos y emociones nuevas el primer año juntos llegó a su fin.
Al principio creyó que era un padre horrible. No sabía qué hacer cuando despertaba llorando, o cuando no quería comer. Las noches en vela ante el llanto del bebé y las tardes dormitando en las reuniones porque a Bryan le estaban naciendo los dientitos de leche y le dolían las encías. Pero no cambiaría ningún momento por nada, pues el pequeño niño de cinco años que corría en las mañanas a despertarle era la luz de sus ojos.
El cabello castaño y preciosamente suave, los ojitos esmeralda, realmente una bendición de los dioses. No había ser en el pueblo que no lo quisiera. Cada uno de sus amigos había caído rendido ante el brillo de su pequeño hijo y su pequeño hijo no había hecho más que traer felicidad a Karmaland. Salía de compras con Alexby, ayudaba a cocinar a Lolito. Le gustaba visitar el parque jurásico de Vegetta. Pasar la tarde con Willy en su huerto y salir a pasear con Fargan.
Bryan era la luz de todos, pero de Rubén era como el amor de su vida. El ser que más amaba, el ser por el que daría la vida y mataría.
Por eso ese día Rubén murió.
La luz de sus ojos se apagó, de esas chispas que desaparecen para nunca más renacer. Ese día Rubén murió. De una forma cruel y devastadora. El viento se llevó su voz y su voz se robó sus lágrimas. Los dioses se robaron el palpitar de su corazón y su corazón se robó su vida.
Y desde ese día no había noche que no despertara sufriendo. Habiendo soñado con su sonrisa, con su manitos. Con sus abrazos y con cargarlo para que escuchara su corazón. Despertaba sintiendo frío en el pecho, dolor en su quebrada y atormentada alma. Y su único consuelo era abrazarse el pecho y llorar.
Lágrimas dolorosamente vacías, sollozos desgarradores que le robaban el aire.
Soñando una y otra vez con sus ojos. Con sus risitas. Soñando una y otra vez castigado por no haber hecho suficiente.
Ese día le robaron a Bryan. La luz de sus días grises, la única luz que se encargaba de mantener vivaz y fuerte, brillante y repleta de amor.
El amor no pareció ser suficiente, pues cruelmente los dioses le arrebataron la cura que ellos mismos le habían entregado. Ese día su único rayito de sol murió y con él murió su última sonrisa.