#FirAEN
> Apariencias de Tortillaland
> No shipp específicoReflejo
Se miró al espejo y desconoció su rostro. Tanto tiempo llevaba cambiando su cabello, cambiando sus gestos y sus sonrisas, que finalmente había olvidado quien había sido él en realidad. Como Rubén había pasado a ser Rubius, como Rubius se había convertido en El Bromas, como había llegado como Rubí a esta nueva vida que los dioses le habían entregado. ¿Cómo solía ser él en realidad? ¿Cuántas veces lo había desarmado y vuelto a armar?
Como Samuel lo deshizo, como Raúl lo armó a su antojo, como se armó él mismo para sus amigos y como reemplazó piezas perdidas al conocer a Juan. ¿Seguían siquiera habiendo piezas del Rubén original en su alma?
Viendo su nuevo rostro, manchado en un maquillaje arruinado por las lágrimas y con la mirada hinchada por llorar, simplemente supo que estaba listo para dejar todo otra vez. Ya lo habían pisoteado lo suficiente en esta nueva vida como para seguir mostrando el rostro, jamás volvería a llegar a lo que Karmaland había sido para su pobre mente.
No supo cuando su puño se impactó contra el espejo con fuerza, no hasta que le dolieron los nudillos, maltratados y repletos de sangre. Y vio que una vez más su reflejo se encontraba destrozado.
—Por qué...¿por qué nunca soy suficiente?—De un tirón se quitó las extensiones del cabello. El vestido que había usado en su arruinada boda le apretaba con fuerza, impidiéndole respirar con comodidad, pero Nia no estaba allí para ayudarlo a desabrocharlo.
Menos estaba Juan. Lo último que recordaba de él era su mirada confundida cuando lo vio huir de la boda. Pero...¿cómo podía casarse con él luego de besar a Raúl de esa manera?
Intentó rasgarlo pero solo logró romper la tela que cubría el corset y manchar la tela blanca con la sangre de su mano. La ansiedad que le daba comezón en la nuca y la yema de los dedos, le nubló la vista por unos segundos. Se sentía atrapado, solo y atrapado, en la que se supone era su nueva casa. Su hogar, su nuevo comienzo.
Sollozó y apretó su rostro con fuerza, intentando detener el hormigueo que comenzaba a consumirlo. En algún lugar de su mente podía oír la voz de su mejor amiga diciéndole que respirara, que intentara calmar el ataque, que buscara tres cosas que pudiera sentir. Muy en el fondo de su mente oyó a Alex también, aquel que lo había cuidado en otra vida.
Pero se sentía tan encerrado y tan atrapado que lo único que podía nombrar era su rostro herido por sus propias uñas.
Ahogó gemido lastimero que se quedó encerrado en su garganta, un grito que no llegó a escapar. Con la visión borrosa, por sus lágrimas y por la sensación de pesadez que comenzaba a crear una neblina en su cabeza, buscó entre sus cofres el mechero y tomó también dinamita, aquella que tanta diversión le brindaba siempre. Poca vida útil le quedaba, pero la suficiente como para ahogar por completo sus sentimientos.
Piensa en tres cosas que puedas tocar. Su falda destruída y el mechero entre sus manos. Sintió sus pulmones cerrarse pensando en la tercera cosa. Con mucho esfuerzo salió de la casa, le quemaba la piel y la falta de aire afuera no ayudó a sus ganas de destrozar todo a su paso. Pero sintió la tierra en sus pies descalzos.
¿Por qué siempre estaba destinado al sufrimiento? Se echó al suelo, la tierra húmeda calmó el fuego enfurecido que parecía consumir su cuerpo por la falta de aire. Intentó respirar. Intentó calmar sus pensamientos.
¿Por qué siempre terminaba destruyendo sus relaciones? Si todas estaban destinadas al fracaso, lo único que podían tener en común era su presencia. Samuel había jugado con él para luego formalizar su noviazgo con Akira, el día de su boda, frente a todos sus amigos. Raúl lo abandonó en Karmaland, y a pesar de haberse reencontrado como rostros amigos nuevamente en esta oportunidad, su pasado le seguía pisando los talones. ¿Y Juan? ¿Por qué para Juan tampoco era suficiente? Si tan solo no lo hubiera visto con Auron antes de pisar el altar. Si tan solo...
En algún momento, en modo automático, terminó de preparar todo. Sentía la garganta cerrada y tragó para aliviar el dolor, pero nada surtió efecto para permitir que el aire pase.
Dos cosas que puedes oír. Sin duda alguna oía su llanto, tan pesado y doloroso, tan lleno de vida. Intentó detener el retumbar frenético de su corazón y se hizo bolita en el suelo, enterrando los dedos en el barro solo para sentirse pegado a la tierra. Podía oír el mar, que a pesar de estar más lejos de su casa que en un principio, seguía siendo su ancla a la isla, su calma por las noches y su amigo durante las reflexiones.
Le temblaban las manos y le dolía la cabeza con fuerza. A pesar de eso sintió que poco a poco el hormigueo de su cuerpo comenzaba a disiparse.
Desconocía que hora era, pasada la tarde probablemente. El sol ya llevaba rato ocultándose y poco a poco sentía al viento comenzar a mover las copas de los árboles. Le temblaban las manos, apretando el mechero con fuerza, y su vestido más que vestido parecían varios harapos unidos en un intento de ropa. Embarrado y ensangrentado, una vez más hizo esfuerzo para destruir el corset pero solo logró rasgar la falda.
Se alejó pesadamente, le dolía el cuerpo y lo atacaba una fuerte migraña que lo hacía querer hundirse en un profundo sueño. De aquellos que no tenía hace vidas. Sollozó al cielo sin luna y una vez más intentó respirar.
Una cosa que puedas ver. Rubén prendió el mechero y sin regalarle ningún otro pensamiento al asunto, lo lanzó lejos, justo en la dinamita que había acomodado en la entrada. La explosión fue inmediata, no habiéndose alejado lo suficiente, su cuerpo voló hacia atrás, aterrizando con fuerza y dolor contra un árbol muerto. Su cabeza rebotó y casi sintió que perdió la conciencia.
Casi de inmediato sintió el aire entrar en sus pulmones, repleto de humo, pero aire. Respiró con fuerza.
Una cosa que puedas ver. Fuego. Rubén podía ver fuego y agua. Su gran casa mágica de agua destrozada y los árboles alrededor siendo consumidos por un ardiente fuego que dentro de poco se abriría paso por toda superficie que pudiera tomar.
El calor llegó a su rostro y lo observó con fascinación. Le dolía el cuerpo a horrores, pero no tuvo fuerzas para levantarse.
—¡Rubí!—Oyó en la lejanía. No se molestó en buscar la voz, absorto en su obra. Enterró sus manos heridas en el barro y aspiró con fuerza. El humo nublando su mente, pero su mente sintiendo paz. —¡Qué demonios, Rubí!
Juan casi lo sacó a la fuerza de su tranquilo lugar, tomándolo en brazos para alejarlo del caos. Nía lo acompañaba, con la mirada llorosa y el maquillaje arruinado, pero no lo hizo sentir ni un poco de pena.
—¡Rubí! ¿Estás bien? ¿Qué pasó?—Su amiga lo bombardeó con preguntas. Le tomó el rostro, y Juan lo dejó apoyado en la arena, lo suficientemente lejos del fuego como para poder respirar. Pero Rubén no quería respirar el fresco aroma del mar.
—¡Rubí, que carajo! ¿Por qué te has ido? ¡No supe qué decirle a los invitados!—A pesar de notar una clara desesperación y aparente tristeza en la mirada ajena, Rubén no reaccionó ante el sentimiento. Le temblaban las manos nuevamente, y le ardían las heridas. Aparte su cabeza no dejaba de palpitar.
—¿Por qué han venido?
—¿De qué hablas? ¡Te fuiste de la boda, y tu casa ha explotado! Estás herida, ¿qué ha sucedido?
Pero la empatía falsa solo lo hizo enojar. Nía intentó llegar a sus heridas, pero Rubén la empujó con enojo.
—No me toques. ¿Qué ha sucedido con Auron, Juan?
Nia lo miró con confusión, Juan lo miró con sorpresa. Su mueca se transformó en una de verguenza y se alejó un par de pasos.
—Rubí...¿de qué hablas? ¿Qué ha pasado con Auron?—Nía otra vez intentó acercarse a sus heridas. Sentía sangre caer por su frente, pero poco le importaba. Lo único que quería era volver a donde estaba minutos atrás.
—Todo llega a su fin, Nia. Y Rubí no es la excepción.
El dolor que sintió al levantarse fue inmenso, y a pesar de la mirada llorosa de su amiga y la mueca indescifrable de Juan, a pesar del llamado hacia el nombre que llevó en esta vida y del intento de Nía por tomar su brazo, avanzó hacia adelante.
A metros de allí, esperándolo detrás de la pequeña arboleda que humeaba, el fuego hambriento le recibía la mirada.
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