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Había sido una de las angustias más grandes que había sentido en su vida. La noche en la que conoció a Samuel y descubrió que era su alma gemela, la noche en la que supo que David también había conocido a la suya. ¿Qué pasaba con su amor? ¿Simplemente desaparecía?
A Samuel lo amaba, jamás se atrevería a decir que no lo hacía. Luego de terminar su relación con David, pues cada uno había decidido finalmente unirse a su destino, hubo citas. Citas, risas, besos, abrazos y sensaciones. Un amor para nada parecido al que había tenido con Fargan. Vegetta era...Vegetta era hermoso. Su risa le encandilaba, tenía unos ojos preciosos, su voz...ay su voz.
De Samuel de Luque estaba enamorado y jamás diría lo contrario. Pero el amor que había tenido con David...David siempre sería su primer amor verdadero. Quizás no hayan sido elegidos para pasar la vida juntos, pero las palabras, besos, todo lo que habían vivido, las noches apasionadas, el llanto y el desbordante amor había sido real.
Y jamás se arrepentiría de aceptar la propuesta de matrimonio. Porque se había emocionado tanto esa noche que la pregunta llego a sus oídos, había llorado de felicidad, se habían besado y habían terminado la noche entre festejos. Su boda era de las cosas más esperadas por su corazón. Pero cuando faltaban horas, repentinamente su corazón flaqueó.
—Fargan.—Faltaban dos horas para que Alejandro, su padrino de bodas, llegara en su búsqueda. Y Fargan, de las personas más importantes en su vida, aquella que le entregaría al altar, le observaba.
—¿Me llamabas?—El mayor le sonrió con aquella carisma característica suya, pero en los ojos, aquellos ojos caramelo que tanto conocía, nadaba algo más. Un sentimiento conocido.
—Fargan...por favor.—Su voz se cortó al final, cerrando la puerta y acariciando sus mejillas. Me vio cerrar los ojos y apretar los labios, mientras su sonrisa caída.—Regálame una última vez, mi amor.
Tan intacto como siempre, apasionado y desbordante, el amor que existía entre aquellos que no habían sido destinados a ser, flameaba. Fuerte y caliente. Real.
Fargan acarició su cuello con la nariz, triste y suavemente. Beso la piel de su clavícula y beso luego su barbilla.
—¿Eso quieres, corazón?—Un susurro tan cálido. Corazón, el apodo que tanto había extrañado movió su corazón. Asintió sintiendo como pequeñas lágrimas se formaban en sus ojos, ansiando las caricias. David subió a sus labios, finalmente uniéndolos en un beso.
El beso lento y pasional los empujó a adentrarse más a la sala. Se separaron e inmediatamente Rubén sintió como sus lágrimas eran limpiadas por las cálidas y fuertes manos de David. Tomó su mano con delicadeza y le guió hasta las escaleras que les llevaría al piso de arriba. Cada peldaño subido se convertía en un latido acelerado de corazón. Llegando ya al piso superior el beso que nació era más brusco y desesperado que el anterior.
Entre los besos sus pantalones holgados cayeron al suelo. La camisa de Fargan desapareció y luego su playera de pijama. David se quitó los zapatos y luego los pantalones, recostándole suavemente en la comodidad de la cama. Las caricias se sentían tan familiares y cálidas que Rubén se sintió con la necesidad de jadear por puro gusto.
—Eres hermoso.—Susurró contra su mejilla, bajando los besos por su cuero y su clavícula desnuda. Bajando sus caricias a su cadera, haciéndole suspirar, jugando con el elástico de su ropa interior, haciéndole sentir ansioso. El mayor se detuvo unos segundos a observarle, sonrojándole hasta las orejas. Ambos soltaron una risa, de aquellas risas que solían soltar en el pasado cuando se amaban a los cuatro vientos.
Nuevamente descendió los besos por su abdomen, haciéndole gemir por el cosquilleo, bajando a su vez los boxers grises y dejando en libertad la desnudez de su cuerpo entero.
Besó y jugó con cada rincón de su cuerpo, conociendo cada uno de sus puntos sensibles. Haciéndole jadear, gemir y lloriquear por más. Acarició sus muslos y sus glúteos, acarició sus lunares y pecas ocultas así como lo había hecho en un pasado. Beso sus cicatrices, las nuevas y viejas. Y cuando finalmente invadió su cuerpo, lo hizo con familiaridad, tomó sus manos, acarició sus caderas y besó su cuello, chupó sus labios, besó su nariz.
Ahogó sus gemidos en su boca y los mezcló con los propios jadeos ajenos. Sus alientos y sus respiraciones agitadas, sus cuerpos sudorosos y los gemidos que rebotaban de una pared a otra se volvían poco a poco lo que necesitaban para finalmente cerrar la puerta de la historia de amor que con tanta intensidad habían vivido.
Entre lágrimas de un sentimiento que nunca antes habían sentido y un peso que terminaba de desaparecer de sus corazones llegaron juntos al punto más alto del clímax, dejándose llevar en uno de los mejores orgasmos que habían tenido en toda su historia. David besó sus sonrojadas mejillas y sus maltratados labios. Besó sus lágrimas y absorbió sus risas provocadas por el cosquilleo que las caricias generaban. Rubén besó los hombros ajenos, besó su pecho y acarició su nuca, le abrazó hasta que no pudo más.
Una vez Rubén se internó en la ducha y Fargan se limpió el rostro, el sudor y desapareció el sonrojo en el baño de invitados supieron que la puerta había sido cerrada, dándoles paso a poder seguir sus vidas plenamente. Amar se amarían siempre, porque el primer amor jamás se olvida, pero podían vivir plenamente para amar a otra persona sin sentir que la puerta seguía allí, abriéndose sola.
Alejandro llegó cuando Rubén seguía duchándose. Se encontró con su alma gemela distinta, plena, llena de amor para él. Y se sintió agradecido porque finalmente la historia tan pasional de amor que había tenido con el que era su mejor amigo, había dado un cierre sano. ¿Que sí sabía que se habían acostado? Sí lo sabía, y también sabía que era lo que necesitaban para finalmente ser libres el uno del otro. Y estaba seguro de que Samuel sabía también, porque no había que ser tontos para darse cuenta que los amores no se olvidan de un día para el otro.
A todo volumen y cantando desafinadamente, Rubén fue arreglado para su boda por la pareja de destinados. Entre risas y anécdotas se metió dentro de su vestido y le acomodaron la tiara. Lely le maquilló y le sacó fotos, le abrazó y le dijo que lo quería, que siempre estaría para él. Fargan le ayudó a subirse a la moto de policía y luego de que Lely se subiera como conductor, se subió a la suya.
Y abrazando el cuerpo de su mejor amigo llegó a la iglesia. Se sentía nervioso, emocionado. Bajo de la moto con ayuda para no lastimar su vestido y ni bien se acercó a la puerta, rodeando el codo de David, la música comenzó. Mantuvo el aliento con un cosquilleo enamorado pinchándole el cuerpo entero. Alex entró primero, como su padrino. Y luego entró Rubén.
Pero sus ojos no tuvieron tiempo de fijarse en nada que estuviera en su entorno, porque se cruzaron directamente con la mirada amatista. Los ojos increíblemente enamorados de Samuel, que le observaban derretidos de cariño, sintió como bailaba la emoción en las ornes amatistas, sabiendo que esa misma emoción era la que temblaba en sus células también.
Tan sumido en su propio mundo de enamorados que repentinamente David besaba su mejilla y lo entregaba en las manos de su enamorado con plena confianza. Le pasó el ramo de flores a Lely y subió al altar, con la ayuda de Samuel y tomando ambas manos con plenitud.
Si debía ser sincero, respondería que no escucho nada de lo que dijo el Sacerdote hasta que le tocó hablar a él. Porque su alma gemela se veía tan bella, tan guapa y tan suya que no podía dejar de pensar en la felicidad plena que quemaba cada vena de su cuerpo. Recitó sus votos con tanta sinceridad que los ojos ajenos se aguaron y Vegetta se vio obligado a limpiar sus lágrimas en plena ceremonia.
Y si Vegetta lloró, cuando su alma gemela le dedicó los votos, Rubius se vio obligado a sollozar al aire, suplicando por que su maquillaje no se corriera. Entonces repentinamente se estaban poniendo los anillos y estaba sellando la ceremonia con un beso.
Y se sentía tan enamorado y agradecido, que pudo considerar que ese era y siempre sería el mejor día de su vida.
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