El amor de verano nunca termina, solo cambia de lugar.
Un campamento de verano.
Una oportunidad de ser amados.
Varias historias entrelazadas, pero todas con un nexo común, que ese amor de verano, ese que vivirán intensamente, dure para siempre.
Po...
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El despertador volvía a sonar, esa vez con la esperanza de ser desactivado y no pospuesto una vez más. El sol, sugerente y animoso, empezaba a acosar la habitación de la chica, una señal más de que ya empezaba a acabarse su límite para dormir. Aunque bueno, ya iba bastante atrasada.
La joven de cabellos castaños sacó la cabeza de debajo de la almohada, apenas pudiendo abrir los ojos. Se había acostado tarde, pues estaba acabando los planos que le había mandado hacer su jefe antes de darle sus merecidas vacaciones. Estiró el brazo para alcanzar su teléfono, y no fue pequeña su sorpresa al ver la hora que era
- Me cago en la put... - Maldijo en voz baja, dando un respingo en la cama y levantándose de golpe.
Tropezó con sus propios zapatos, que dejó tirados en mitad de su habitación el día anterior, y casi cayó de bruces al suelo, pero pudo recuperar el equilibrio. Ni siquiera se cambió aquel pijama veraniego antes de salir a trompicones de su cuarto, sintiendo que era la peor hermana del mundo. Se frotó sus ojos verdes, que apenas brillaban a causa del poco sueño, y se dirigió hasta la habitación de una de sus hermanas menores.
Su padre le había encargado una tarea sencilla: llevar a sus hermanas al campamento que le pertenecía a él y ayudar como monitora. Sólo debía despertarlas a la hora correcta y conducir hasta el sitio, y hasta eso parecía venirle grande en aquel momento.
Dana, que así se llamaba la joven delineante de veinticinco años, residía en una cómoda casa con sus dos hermanas menores y mellizas, Sara y Paola. A pesar de que las mellizas tuvieran veinte años, la mayor de las tres debía hacer las veces de madre muchas veces, sobre todo ante la falta de la misma.
Irrumpió sin muchas contemplaciones en la habitación de Paola, haciendo ruido al abrir la puerta y más ruido aún al empezar a vociferar:
- ¡Arriba, arriba, arriba! Mueve el culo, señorita.
Y la única respuesta que recibió fue la almohada de su hermana impactando contra su rostro, algo muy típico en la más pequeña de las hermanas Méndez, ya que odiaba que la despertaran.
- La madre que te parió - masculló la mayor devolviendo la almohada a su sitio..
Paola simplemente se tapó la cabeza con la sábana (a pesar de ser verano era incapaz de dormir sin taparse) ignorando a su hermana mayor, pero Dana no tenía intenciones de dejarla seguir durmiendo.
- Enana, levántate que ya vamos tardísimo - pidió con más suavidad, retirando las sábanas.
- Enana se lo dices a tu prima, lista - su hermana rodó los ojos ante el comentario, y la rubia abrió los ojos y se incorporó, cogiendo sus gafas de la mesita de noche y poniéndoselas para dejar de ver a su hermana mayor como un borrón.
- Vístete y baja a desayunar ya, simpática - dijo con claro sarcasmo, inspeccionando la habitación, que parecía una leonera. - Y recoge esto un poco, Paola.