El amor de verano nunca termina, solo cambia de lugar.
Un campamento de verano.
Una oportunidad de ser amados.
Varias historias entrelazadas, pero todas con un nexo común, que ese amor de verano, ese que vivirán intensamente, dure para siempre.
Po...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
En cuanto hemos puesto un pie en el campamento, nos hemos dispersado. Cada una ha tirado por su lado para buscar la habitación en la que va a dormir y yo me he quedado sola en mitad de este enorme sitio.
Respiro hondo y cierro los ojos, disfrutando del aroma a naturaleza, a aire limpio. Todo es precioso y, de cierto modo, pintoresco, y el campamento no está nada mal localizado. Mi padre ha hecho un buen trabajo aquí, debo reconocerlo.
Miro a mi alrededor y camino hacia un edificio que se supone que es donde dormimos los monitores. Según mi padre, el monitor jefe tiene su despacho ahí, y es a donde me dirijo. Mi misión aquí es vigilar el panorama; comprobar si los nuevos monitores hacen bien su trabajo. Y además, controlar a mis hermanas y mis primos. Después de todo lo que ha pasado la familia, nos hacía falta esto, y como la hermana y prima mayor que soy, me toca ponerles el ojo encima.
Camino sin muchas prisas hacia el susodicho edificio, arrastrando la pesada maleta conmigo y peleándome con el suelo empedrado que hace que las ruedas se queden atascadas cada dos por tres. Cuando entro en las instalaciones y el suelo vuelve a ser liso, respiro aliviada. Me estaba cansando de la maleta ya. Miro hacia ambos lados, leyendo los carteles de las puertas. Avanzo por el pasillo, y al fondo de este, hallo la puerta que buscaba, la que dice "DESPACHO". Dejo la maleta a un lado y toco en la puerta con cuidado, para tampoco asustar con porrazos a quien haya dentro.
- Adelante - responde una voz desde el interior.
Mi sorpresa no es pequeña cuando paso y veo al hombre que se esconde tras un portátil. Sus ojos color miel están fijos en la pantalla, y sus dedos teclean a toda velocidad. Pero mi sorpresa no es que escriba asombrosamente deprisa (que también); mi sorpresa es lo guapo que es el tipo.
- Buenos días - saludo sonriendo un poco.
- Buenos días - responde él mirándome por primera vez desde que he entrado.
No pierdo detalle de cómo sus ojos me recorren de arriba a abajo, y cuando se levanta yo hago lo mismo con él. Es un poco más alto que yo, y tendrá unos treinta y algo. Y está bueno que te cagas, cabe señalar.
- Tú debes de ser la hija mayor del señor Méndez - dice él rodeando la mesa para ponerse frente a mí y darme dos besos. - Yo soy Iker, Iker Casillas.
- Y yo Dana, un placer - sonrío y siento que me arden las mejillas.
¿Me he sonrojado? Puede ser.
Por el rabillo del ojo veo que hay algo en una esquina de la habitación, y cuando giro la cabeza para mirar, veo que hay un perro acostado en una camita. Es un golden retriever, una de mis razas favoritas, y es precioso.
- Ese es Doce - señala él al darse cuenta de qué es lo que estoy mirando, haciendo un ademán de cabeza en dirección al animal. - Espero que no haya problema, tu padre me dijo que no pasaba nada si me lo traía.