AKANE llegó al hotel de Venecia sobre las cinco de la tarde. Un paparazi le había dicho que Ranma se alojaba allí, justo en el Gran Canal. Se sentía bastante satisfecha de sus indagaciones. Había conseguido saber también que Ranma estaría en una reunión de negocios hasta las ocho y luego volvería al hotel para darse un masaje antes de salir a cenar. Lo que no había logrado averiguar era si tenía intención de cenar solo o con alguna de su legión de admiradoras.
Ranma era de ese tipo de hombres acostumbrado a llevar siempre al lado a una mujer maravillosa que además le bailaba el agua. Ella, para su vergüenza, había sido, en cierta ocasión, una de ésas. Aún se ponía enferma al recordar que la había rechazado cuando ella tenía dieciséis años y estaba locamente enamorada de él. Aunque reconocía que había sido culpa suya por haber sido tan directa con él, no podía evitar echarle parte de la culpa por la experiencia tan horrible que había sido para ella su primera relación sexual. Era algo que no le había dicho nunca a nadie. Ni siquiera el hombre al que le había entregado su virginidad tenía idea del calvario tan terrible que había supuesto para ella. Pero siempre se le había dado muy bien el fingir y engañar a los demás.
Sonrió al empleado de la recepción, batiendo las pestañas de forma seductora, con la habilidad innata que había ido perfeccionando a lo largo de los años.
–Scusi, signor. He quedado aquí con mi prometido, il Signos Ranma Saotome. Pero quiero darle... ¿Cómo se dice en italiano?
–Una sorpresa, signo riña –dijo el conserje con una sonrisa de complicidad–. No sabía que el signor Saotome estuviera comprometido. No he leído nada en la prensa.
«Lo leerá muy pronto», se dijo Akane para sí con una sonrisa maquiavélica.
–Sì, signor, todo ha sido muy en secreto. Ya sabe lo poco que les gusta a los hermanos Saotome la intrusión de la prensa en su vida privada –dijo Akane sacando del bolso una foto en la que estaba Ranma con ella el día del funeral de su abuelo Salvatore y mostrándosela muy sonriente al conserje–. Como puede ver, la prensa nos sigue a todas partes. Por eso quiero tener un rato de intimidad con él, antes de que nuestra relación sea de dominio público. No sabe cómo le agradezco su colaboración.
–Es un placer para mí, signorina –dijo el hombre devolviéndole la foto y sacando un impreso para que lo rellenara–. Si es tan amable, ponga aquí su nombre completo y su dirección para nuestro registro.
Akane sintió un momento de pánico, pero se repuso de inmediato y esbozó su mejor sonrisa.
–Lo siento, signor, pero me quité las lentillas para el viaje y debí de meterlas en alguna de las maletas. No veo prácticamente nada sin ellas, y odio las gafas. Son algo anticuado y pasado de moda y además la hacen a una horrible, ¿no cree? ¿Le importaría meter mis datos directamente en el ordenador?
–Por supuesto que no, signorina –respondió el conserje con una sonrisa, tecleando los datos que ella le iba diciendo.
–Es usted muy amable –dijo Akane mientras el hombre le entregaba la tarjeta de la habitación.
–El signor Saotome se aloja en la planta de arriba, en la suite del hotel. Le llevarán allí el equipaje en unos minutos.
–Grazie, signor. Sólo una cosa más –dijo ella, inclinándose un poco más hacia el conserje y mirándole con una de sus sonrisas más seductoras–. Mi prometido tiene un masaje para las ocho. ¿Le importaría cancelarlo? Yo me encargaré de dárselo. Así será mejor, ¿no le parece?
–No me cabe la menor duda, signorina –replicó el conserje muy cordial.
Akane se dirigió al ascensor. Pasó dentro y sonrió al ver reflejada su imagen en las puertas metálicas. Se había puesto uno de los vestidos que mejor le sentaban, uno negro escandalosamente corto y ajustado y con un escote muy atrevido, y llevaba unos zapatos de aguja de ésos que hacen volver la cabeza a todos los hombres. Llevaba también unas joyas muy llamativas que sin duda contribuían a completar su imagen de mujer frívola y jactanciosa.
Encontró la habitación sin ningún problema y pidió nada más entrar que le subieran una botella de champán. Necesitaba armarse de valor. Pero tenía que ir con mucho cuidado si quería conseguir lo que quería. Ranma se pondría furioso, pero ella no iba a salir a la calle a buscar un trabajo, como él le había propuesto irónicamente. ¿Quién demonios le iba a dar un empleo?
Miró por la ventana a los turistas que paseaban animadamente. El conjunto de canales y el colorido de las diversas casas y palacios que se levantaban en sus márgenes era exactamente igual a lo que había visto en las postales. Incluso la luz era la misma. Los tonos pasteles, a la puesta del sol, teñían los centenarios edificios de colores rosas, naranjas y amarillos. La pintura era su pasión secreta. Habría deseado tener más tiempo para pintar. En su improvisado estudio en su apartamento de Londres apenas había sitio ya para sus obras. Nadie las había visto nunca. Así nadie podía criticarlas.
Entró en el dormitorio y vio la cama tan enorme que había. La probó, presionando con la mano en el colchón, pero la retiró en seguida pensando en todas las mujeres que se habrían acostado allí cuando él estaba de viaje. Seguramente, él habría perdido la cuenta. Ella, sin embargo, a pesar de lo que la prensa había publicado de sus aventuras, podría contar con los dedos de una mano los amantes que había tenido y aún le sobrarían dedos. ¿Por qué todo el mundo le daba tanta importancia al sexo? Desde luego, para ella no había sido nunca gran cosa.
Un mozo del hotel llamó a la puerta. Era el champán que había pedido. Abrió y le dio una propina. Se sirvió luego una copa para calmar los nervios. Estaba muy nerviosa, el tiempo se echaba encima y no estaba claro si Ranma querría o no ayudarla. Era demasiado arriesgado dejarlo todo en sus manos, ella tendría que poner algo de su parte si no quería verse en la indigencia. Tendría que volver a fingir una vez más ser una mujer frívola. No le quedaba otra salida.
Casarse con Ranma lo resolvería todo. Todos sus problemas se terminarían si hacía lo que Salvatore había dejado escrito en el testamento. Su abogado se lo había explicado todo después del funeral. Tenía que casarse con Ranma antes del primer día del mes siguiente y estar casados al menos durante un año. Los dos tenían que permanecer fieles. Ella no sabía por qué razón su padrino había impuesto esa condición. No tenía intención de acostarse con Ranma. Él la había rechazado ya en el pasado. ¿Por qué no habría de hacerlo de nuevo?
Estaba tomando su segunda copa de champán cuando Ranma llegó. Se quedó perplejo al verla sentada en la cama con las piernas cruzadas.
–¿Qué demonios estás haciendo aquí?
–Celebrando nuestro compromiso –dijo ella alzando la copa con una tímida sonrisa.
Él estaba rígido.
–¿Perdón? –dijo con voz pausada pero amenazadora.
Akane tomó un sorbo y lo miró fijamente.
–La prensa lo sabe ya. Yo les di la exclusiva. Lo único que necesitan ahora es una foto.
Ranma se fue derecho hacia ella. Se le veía fuera de sí. El primer impulso de Akane fue salir huyendo de allí. Sabía muy bien lo que era sentirse maltratada. Su padre le había dado más de una bofetada, pero su orgullo estaba por encima de todo eso. En su lugar dirigió a Ranma una mirada desafiante y descarada.
–Si me pegas, iré a la prensa y les contaré lo del testamento de tu abuelo. No querrás que haga eso, ¿verdad, Ranma?
–Eres sólo basura, una asquerosa y sucia basura –dijo él.
Akane, con su copa de champán en la mano, se puso a canturrear una canción infantil que decía algo así como que las palabras no hacían tanto daño como los palos.
Ranma se acercó a ella y le quitó la copa bruscamente de la mano, derramándole el champán sobre el vestido.
–¡Malnacido! –exclamó ella, levantándose para ver la mancha que le había quedado–. Me has estropeado el vestido.
–Sal de aquí –replicó el muy enfadado, resoplando como un toro bravo y señalando la puerta con la mano–. Sal de aquí antes de que tenga que echarte yo.
Akane movió la cabeza con gesto negativo y se dispuso a desabrocharse la cremallera del vestido.
–Si me pones un dedo encima, iré a la prensa y les contaré aún más secretos de los Saotome.
–¿Es que no tienes principios?
–Muchos –contestó ella, quitándose el vestido con cierta dificultad por lo ajustado que era.
–¿Qué crees que estás haciendo? –preguntó él con cierto recelo.
Akane dejó caer el vestido al suelo, y lo miró con la barbilla alzada. Llevaba sólo un sujetador y unas bragas de encaje negros, además de sus zapatos de tacón de vértigo. Por un instante se preguntó si no se habría desnudado también interiormente, pues Ranma la miraba de una forma que parecía traspasar su ropa interior. Podía sentir el calor de su mirada en la piel, por dentro y por fuera, así como una agitación que parecía ir intensificándose a cada segundo que pasaba.
–Voy a darme un baño –dijo ella armándose de valor–. Luego, cuando me haya refrescado, saldremos a celebrar públicamente nuestro compromiso.
Ranma se quedó quieto, respirando de manera entrecortada, y mirándola duramente con unos ojos llenos de odio como ella nunca le había visto hasta entonces.
–No voy a dejar que te salgas con la tuya, Akane, ni que juegues y coquetees conmigo, ¿me oyes?
–¡Juegues! ¡Coquetees!... ¡Qué palabras tan bonitas y tan bien elegidas! –dijo Akane entrando en el cuarto de baño–. No te preocupes, no habrá nada de eso, ¿de acuerdo? No forma parte del trato.
Hizo un pequeño saludo con la mano y cerró la puerta de baño, echando el cerrojo por dentro.
Ranma dejó escapar un suspiro tan grande que parecía salido de una locomotora de vapor. Estaba mucho más que enfadado. Estaba lívido y furioso.
Estaba fuera de sí.
Akane le había tendido una trampa y no le quedaba más remedio que seguirle la corriente. Quedaría como un imbécil si la prensa se enterase de las maquinaciones de su abuelo. Si tenía que casarse con ella, lo haría, pero no como si fuera un títere cuyos hilos podía manejar cualquiera.
Abrió y cerró los puños varias veces tratando de controlarse. Habría querido echar abajo la puerta del cuarto de baño de una patada y agarrar por el pelo a aquella pequeña bruja y sacarla de allí a rastras. Nunca había pensado que pudiera llegar a odiar tanto a una persona. ¿Era eso lo que su abuelo había querido? ¿Qué odiase de Akane Tendo hasta el aire que respiraba? ¿Qué interés le había llevado a que se uniera a ella en un matrimonio de conveniencia durante todo un año? No acertaba a comprenderlo. Sería una tortura para él. El matrimonio era ya en sí un calvario, una especie de cárcel. Odiaba la idea de atarse a una persona aunque fuese sólo por unos meses, no digamos ya para toda una vida.
Era lo que le había sucedido a su padre. No había sido capaz de serle fiel a su esposa tras la muerte de la pequeña Tsubasa, y había estado a punto de destruir su matrimonio. Él era por entonces sólo un niño para recordar aquella muerte trágica e inesperada de su hermanita, pero sí se acordaba de las cosas que pasaron años después. Después de haber tenido tres hijos, la pérdida de la niña había sido, tanto para su madre como para su padre, un golpe muy duro del que les había costado mucho recuperarse emocionalmente. Ranma había llevado hasta entonces una infancia feliz. Era el pequeño de la familia y había recibido siempre el cariño incondicional de sus padres. Pero después de la muerte de su hermanita Tsubasa, sus padres habían vivido atemorizados ante la idea de poder perder a otro y eso les había llevado a distanciarse afectivamente. Shinnosuke y Kirin, que eran por entonces ya mayorcitos, no lo habían sentido tanto, pero él había visto perder de repente el lugar de privilegio que había ocupado hasta entonces.
Tener que casarse con Akane era el peor de los escenarios posibles. Era una mujer incapaz de guardarle fidelidad, aunque fuera sólo por un año. No era de extrañar que ella misma hubiera propuesto dejar el sexo al margen de su relación. Estaba claro que no podía confiar en ella.
Pero si quería su parte de la herencia, tenía que lograr mantenerla a su lado y la única manera de conseguirlo sería acostándose con ella y hacer que su matrimonio fuese un matrimonio verdadero y no una simple farsa. Si conseguía tenerla satisfecha, no le entrarían tentaciones de salir por ahí en busca de aventuras.
Se frotó la mandíbula pensando en ello. Acostarse con Akane sería sin duda una experiencia inolvidable. Sintió la sangre hirviéndole en las venas sólo de pensarlo. Era una mujer desinhibida y descarada, sin complejos ni vergüenza. No conocía límites en lo relativo al sexo. Sonrió al imaginarse con ella en la cama. Desde que podía recordar, siempre había existido entre ellos una fuerte atracción mutua. No sería ningún castigo para él hundirse dentro de ella hasta oírle gritar su nombre en lugar del de uno de esos desconocidos de los clubes nocturnos que frecuentaba.
Akane salió del cuarto de baño después de más de media hora. Llevaba el pelo recogido en la nuca, pero le caían algunos mechones húmedos por la cara. Tenía puesto uno de los suaves y esponjosos albornoces blancos del hotel. Descalza, sin el maquillaje ni los zapatos de tacón, parecía más joven y delicada. Tenía un color ligeramente sonrosado en las mejillas, producto sin duda del baño. Cuando pasó junto a él, para dirigirse a donde había dejado las maletas con su ropa, vio que llevaba las uñas de los pies pintadas de negro. Hubiera resultado muy difícil no darse cuenta de ello, pues resaltaban poderosamente frente a la blancura de su piel de porcelana.
–¿Sabes tú lo que ha podido pasar con el masaje que tenía reservado para esta hora? –preguntó él. Ella se apartó un mechón de pelo de la cara y se lo puso detrás de la oreja, sin levantar la vista de la maleta que acaba de abrir.
–Yo lo cancelé.
–¿Por qué? ¿Con qué derecho te has atrevido a hacer una cosa así? Me apetecía mucho un masaje después de haber estado todo el día de reuniones.
Ella lo miró muy segura de sí misma, mientras se dirigía hacia el armario con unos cuantos vestidos que había sacado de la maleta.
–Yo puedo dártelo si quieres –replicó ella, colgando las faldas y las blusas en las perchas del armario–. Todo el mundo dice que lo hago bastante bien.
–Estoy seguro –dijo Ranma siguiéndola con la mirada mientras se dirigía de nuevo a donde había dejado el equipaje.
–¿Cuál te gusta más? –dijo ella sacando de la maleta dos vestidos y poniéndoselos por encima.
Ranma pensó que estaba tratando de jugar con él nuevamente. Akane podía cambiar de actitud en menos de un minuto. Podía pasar de ser una mujer temperamental, llena de genio, a una niña pequeña jugando con sus vestiditos.
–El rojo –dijo Ranma, dirigiéndose hacia la mesita donde estaba la cubitera de plata con el champán metido en hielo.
Se sirvió una copa y echó un trago mientras contemplaba el vestido.
Parecía como si ella estuviera protagonizando un espectáculo de striptease, pero al revés. Había salido del baño mientras él se estaba sirviendo una copa, y ahora se estaba poniendo unas bragas francesas de encaje de color rojo y negro, de una gasa tan transparente que permitía ver sin gran dificultad su pubis perfectamente depilado. Ranma sintió un vuelco en el corazón y notó que la sangre volvía a correr alocadamente por sus venas. Echó otro trago de champán, pero no pudo apartar los ojos de ella. Akane sacó un sugestivo sujetador a juego con las bragas. Tenía unos pechos turgentes y bien formados, coronados por unos seductores pezones rosados. Tras abrocharse el sujetador, se recolocó los pechos bajo la vaporosa tela de encaje y luego movió enérgicamente la cabeza a uno y otro lado hasta que el pelo le cayó como una cascada por la espalda y los hombros.
Ranma estaba a punto de explotar.
–¿No vas a ducharte ni a cambiarte? –preguntó ella pasando muy cerca de él con su estuche de maquillaje.
Él la agarró del brazo sintiendo la suave calidez de su piel entre los dedos. Luego clavó la mirada en aquellos ojos verdes y profundos como el mar.
–¿Qué me dices de ese masaje que me prometiste?
–Más tarde –respondió ella, lanzándole una mirada llena de sensualidad–. Primero la cena. Si te portas bien prometo hacerte algo especial cuando volvamos.
Ranma apretó la mano un poco más, al ver que ella trataba de apartarse.
–Es así como consigues que los hombres acaben haciendo lo que quieres, ¿verdad? Haciéndoles que mendiguen tus favores como si fueran perros hambrientos.
Ella sacudió la cabeza otra vez, para que le quedase el pelo un poco más suelto.
–Tú no tendrás que mendigar, Ranma, por la sencilla razón de que no va a haber ningún tipo de favor entre nosotros. Esto va a ser sólo un matrimonio de conveniencia, sobre el papel.
–¡Oh, vamos!, Akane –dijo Ranma soltando una carcajada–. ¿Cuánto tiempo crees que va a durar eso? Tú has nacido para el placer.
–Ranma, no pienso acostarme contigo –dijo ella tratando de soltarse de él.
–Entonces, ¿por qué intentas provocarme?
–Podrás mirar pero no tocar –respondió ella muy arrogante–. Ése es el trato.
–Hay algo que aún tienes que aprender de mí, Akane –dijo él, soltándole el brazo–. Yo elijo a las mujeres con las que quiero acostarme. Yo no mendigo nunca el favor de una mujer. ¿Lo oyes bien? Nunca.
Ella se dio media vuelta y se sentó junto al tocador. Abrió varios estuches y tubos y se pintó los labios y los ojos y se aplicó una crema hidratante por la cara.
–Ya veremos –dijo ella, mirándolo a través del espejo de su estuche de maquillaje.
Ranma apretó los dientes y entró de un par de zancadas en el cuarto de baño.
«Sí, lo veremos», pensó para sí, abriendo del todo el grifo del agua fría de la ducha.
Cuando Ranma salió del cuarto de baño, vio que Akane seguía bebiendo champán. Estaba profusamente maquillada como era su costumbre. Había hecho buen uso de la sombra y el perfilador de ojos, del lápiz labial rojo y de un fondo de maquillaje para el rostro con unos toques de colorete para resaltar y dar más relieve a los pómulos. Se había puesto otros zapatos de tacón, aún más altos que los de antes, y llevaba unos pendientes espectaculares que despedían destellos de luz cada vez que echaba hacia atrás su espléndida melena azabache. Ranma creyó ver, sin embargo, un cierto rictus amargo en sus labios, por lo que supuso que podría haber una nueva discusión en cualquier momento.
Había estado pensando, mientras se duchaba, en la situación a la que se enfrentaba. Se casaría con ella porque no tenía realmente otra elección, pero sería él quien estableciese las condiciones. Estaba equivocada si creía que iba a manejarle como a un pelele, si se había decidido a dar aquel paso no había sido por ella sino por el bien de su familia.
–Antes de que salgamos a cenar quiero dejar bien sentadas un par de reglas –dijo Ranma, sacando del armario una camisa limpia.
Ella cruzó las piernas, dejó colgando el zapato de la punta del pie y se puso a balancearlo arriba y abajo como una colegiala en una clase muy aburrida.
–Adelante, Ranma, cuéntame esas reglas y yo te diré si estoy de acuerdo o no con ellas.
–Tendrás que estarlo si quieres que me case contigo –dijo él sacando una corbata del armario–. Tú necesitas ese dinero mucho más que yo, no se te olvide.
–Venga, dime de una vez cuáles son esas estúpidas reglas tuyas –exclamó ella.
–Tendrás que comportarte, en todo momento y lugar, con el decoro y la discreción que corresponde a tu nueva posición como esposa de un Saotome. Supongo que conoces a mis cuñadas, ¿sì?
–Sí, las dos son muy agradables –respondió ella–.
Estuve hablando con Bronte unos minutos cuando el funeral de tu abuelo. A Maya, la esposa de Shinnosuke, la conocí en Londres. No pude asistir al bautizo de su hijo y ella tuvo la amabilidad de hacerme una visita para enseñarme al bebé. Es un niño adorable.
–Sí, es encantador –dijo Ranma–. ¿Y por qué no pudiste asistir al bautizo?
–Tenía otro compromiso –respondió ella desviando la mirada con un gesto de desdén.
–¿Y qué me dices del bautizo de Marco, el hijo de Kirin y Bronte? –preguntó él–. Fue sólo un mes después. ¿Tenías otro compromiso también ese día?
Ella lo miró ahora fijamente a los ojos.
–Tengo una vida social muy activa. Tengo la agenda ocupada hasta los dos próximos meses.
Ranma la miró contrariado y con gesto de desprecio. Podía imaginársela yendo de fiesta en fiesta y de discoteca en discoteca, en brazos del primer desaprensivo que se encontrase por el camino.
–Fue un detalle por tu parte que fueras a ver a mi abuelo antes de morir y que asistieras luego también al funeral.
Las palabras de Ranma no pretendían, en absoluto, ser un cumplido. El abuelo Salvatore la había incluido en su testamento y por eso se había tomado esa molestia. La conocía lo suficiente como para saber que ella no hacía nada por nadie a menos que sacara algún beneficio de ello.
–Era lo menos que podía hacer –replicó ella asintiendo suavemente con la cabeza–. Siempre se portó muy bien conmigo. Era mi padrino. Nadie se toma ya muy en serio ese papel en estos días, pero él siempre se preocupó mucho por mí.
–Y además te tuvo en cuenta en el testamento –apuntó Ranma.
–Sí, bueno, supongo que tendría sus razones.
–¿Por qué crees tú que lo hizo? –preguntó Ranma–. A lo nuestro, me refiero. No se puede decir precisamente que hayamos sido una pareja de enamorados en estos últimos años.
–¿Quién sabe? –dijo ella, encogiéndose de hombros–. Tal vez pensó que sería una buena forma de unir a las dos familias: la de los Tendo y la de los Saotome. Mi padre, por su parte, ya no tiene un heredero varón, por lo que quizá vea esto con buenos ojos. En fin, ya veremos cómo se lo toman nuestras familias.
–A propósito, se suponía que debías haber ido con tu hermano en aquel viaje que habíais organizado para ir a esquiar, ¿no? –dijo él, clavando los ojos en ella.
–Perdí el vuelo –respondió ella bajando la mirada y encogiéndose de hombros, como si tal cosa–. Había vuelto muy tarde a casa la noche anterior y me quedé dormida por la mañana.
–¿Has pensado alguna vez que podrías estar ahora muerta como tu hermano si hubieras hecho ese viaje? –exclamó Ranma–. Lo más probable es que hubieras estado con él cuando se produjo aquella tremenda avalancha en la ladera de la montaña.
–¿Te importa si dejamos este asunto y volvemos a tus estúpidas reglas? –dijo ella.
–No te gusta hablar de Soun, ¿verdad?
–Tú también perdiste a tu hermanita. ¿Te gusta a ti hablar de ello?
–Ni siquiera lo recuerdo –dijo él–. Sólo tenía dieciocho meses entonces. Pero Soun tenía casi veintiún años, y a ti te faltaban sólo unas semanas para cumplir los dieciocho años. Debes recordarlo muy bien todo.
–Eso es algo muy íntimo en lo que tú no tienes por qué inmiscuirte –dijo ella, mirándole muy seria–. Quizá puedas pensar que como futuro marido tienes ciertos derechos sobre mí, pero te aseguro que ése no es uno de ellos.
Ranma se hizo el nudo de la corbata y se lo ajustó al cuello de la camisa, sin dejar de mirar aquella hermosa cara, ahora fría como el hielo. ¿Cómo podía cambiar de expresión con tanta rapidez? Era algo increíble.
–La segunda regla es que no toleraré que, mientras estés conmigo, mantengas relaciones con otros hombres. Puedo ser condescendiente hasta cierta medida, pero no estoy dispuesto a ser el hazmerreír de todo el mundo.
–Tampoco mantendré ninguna relación contigo –dijo ella con la mirada de quien se sabe con todos los triunfos en la mano–. Voy a estar demasiado ocupada contando el dinero.
–Si no te portas bien, tendrás que atenerte a las consecuencias –dijo Ranma muy serio–. Un movimiento en falso y te quedarás sin un céntimo. No es que yo lo diga, está escrito en el testamento. Si no permanecemos fieles el uno al otro, automáticamente el testamento de mi abuelo quedará anulado.
–Tendrás que comportarte entonces con mucha discreción, ¿no te parece? –replicó ella, alzando una ceja con gesto irónico.
–No me crees capaz de hacerlo, ¿verdad?
–¿Hacer qué? –dijo ella–. ¿Estar un año sin acostarte con ninguna mujer? No, francamente, no. A propósito, ¿cuál es tu última amante? ¿Sigue siendo aquella rica brasileña, o tienes ahora alguna otra?
–Un año sin sexo es mucho tiempo, Akane. Tanto para ti como para mí. No veo por qué no podemos aprovecharnos de la situación.
–Ranma, lo único que quiero es el dinero, no a ti. Pensé que lo había dejado suficientemente claro.
–Lo dijiste con la boca pequeña –replicó él–. Apuesto a que antes de un mes ves las cosas de otra manera. Supongo que todo esto forma parte del juego, ¿no? Es lo que sueles hacer habitualmente con los hombres: provocarles hasta que te desean tanto que olvidan sus principios y sus promesas.
–Crees que me conoces muy bien, ¿eh? Mejor. Así no habrá sorpresas desagradables cuando estemos casados.
–Me temo que tendremos que hacer una boda por todo lo alto. Espero que eso no suponga ningún problema para ti. Es lo que, estoy seguro, desean mi familia y mis amistades.
–Está bien –dijo Akane–. Pero no estoy dispuesta a ir de blanco y con velo.
Ranma se inclinó hacia ella, y la miró con una sonrisa burlona en los labios.
–No estarás pensando en ir de negro, ¿verdad?
–No soy virgen, Ranma –dijo ella sosteniendo su mirada–. Y no me gusta fingir lo que no soy.
Ranma frunció el ceño, desconcertado por aquellas palabras.
–No recuerdo haber dicho que eso fuera un requisito para nuestro acuerdo. Si vamos a eso, yo tampoco soy un ángel que digamos. Quizá debería darme vergüenza decirlo, pero he perdido ya la cuenta de las amantes que he tenido. Tú quizá lleves un recuento más preciso.
–No –mintió ella, mirándose las uñas con aparente atención–. Yo también hace mucho que perdí la cuenta de mis amantes.
Se produjo entonces un silencio tenso. Ella levantó la vista al cabo de unos segundos y vio la expresión inquietante con que la estaba mirando.
–¿Hay algo más? –preguntó ella–. ¿Queda alguna otra regla tediosa que tenga que cumplir?
–No. Eso es todo, por ahora –respondió él, poniéndose la chaqueta–. Bueno sólo una cosa más, mantente alejada de la prensa. Yo me encargaré de ellos, sé cómo tratarlos.
–Sí, señor –dijo ella con ironía, descruzando las piernas y levantándose de la silla.
Se colgó del hombro un bolso de noche muy elegante y se dirigió a la puerta moviendo ostensiblemente las caderas.
–Ten cuidado, Akane –le advirtió él–. Un paso en falso y nuestro acuerdo quedará sin efecto. Hablo en serio.
Akane se quedó impresionada por la amenaza, pero trató de que él no lo advirtiera. Quizá fuese sólo una argucia pero, ¿cómo podría saberlo a ciencia cierta? Desde luego, ella necesitaba el dinero mucho más que él. Ranma tenía una buena cuenta corriente y un montón de propiedades, mientras que ella no tenía nada. Pero en un año todo eso iba a cambiar. Conseguiría al fin independizarse de su padre y no tener que necesitar de la generosidad de nadie para vivir.
–Voy a portarme bien, Ranma –dijo poniendo la cara más dócil y sumisa que pudo–. Seré una buena chica, ya verás.
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la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma )
Fanfictionesta historia es algo q se ocurrió recién soy nueva , en esta historia se tratara de la herencia q le dejo el abuelo de Ranma Saotome y tenia q casarse con Akane Tendo por durante una año entero :V Ranma es el dueño de una gran empresa este es mu...