Parte sin título 8

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AKANE prefirió quedarse en la cama de Ranma, a pesar de que no tenía nada claro lo que podría pasar a continuación. Su relación había entrado en una nueva fase, aunque no sabía si para bien o para mal. Compartir un dormitorio y una cama no era suficiente para ella. Sabía que Ranma acabaría rompiéndole el corazón, pero tenía que aprovechar el presente. Se acurrucó entre las sábanas que seguían oliendo a él. Apretó los muslos y sintió un hormigueo, reminiscencia de sus caricias.
Estaba medio dormida cuando oyó abrirse de repente la puerta del dormitorio y vio a Ranma entrar con una expresión irónica en el rostro.
–Pensé que te habrías ido a la habitación del fondo del pasillo y te habrías encerrado allí.
–La verdad es que estuve pensando seriamente en ello –replicó ella, incorporándose en la cama.
–Pero ya ves, estás aquí, esperándome –dijo él con una sonrisa.
–No te estaba esperando, me quedé adormecida.
Él se acercó a la cama y la miró con sus ojos azules tan sombríos como una cueva en una noche sin luna.
–Hazme sitio, cara.
Los ojos de Akane ardieron de deseo. Era como si una flor exótica se abriese dentro de ella y sus pétalos se desplegasen contra las paredes de su feminidad, produciéndole un cosquilleo y recordándole lo que sentiría si lo tuviese allí dentro, moviéndose íntimamente en su interior.
–¿Desde cuándo se supone que recibo órdenes tuyas? –preguntó ella haciendo uso de su desparpajo habitual, aunque en esa ocasión estaba fuera de lugar.
Ranma sonrió, se quitó la bata y la dejó caer al suelo.
–Si no te apartas, tendré que apartarte yo y entonces, ¿quién sabe lo que podría ocurrir?
Akane se puso a alisar las sábanas para hacer algo con las manos, en lugar de ponerlas donde ella verdaderamente deseaba. No quería dar la imagen de una mujer desesperada y necesitada, pero, ¡cielo santo!, ¡qué bendición era verlo desnudo! Olía a dioses. Su fragancia masculina envuelta en esencia de limón era un aroma delicioso, más irresistible que una droga. Vio su cuerpo excitado. Intentó no mirarlo, pero ¿cómo iba a evitarlo? Una picazón en lo más íntimo de su ser le vino a recordar lo mucho que le había echado de menos durante todo ese tiempo.
Ranma le acarició la mejilla con la mano y la miró a los ojos.
–Ya estás otra vez mirándome de esa forma. He estado abajo en mi estudio las dos últimas horas, diciéndome que debía tomarme las cosas con calma y dejarte reflexionar sobre tus sentimientos hacia mí. Pero, ¿qué se supone que puedo hacer cuando me miras de esa manera?
–¿Cómo te miro, Ranma? –preguntó ella, pasándose la lengua por los labios. Él se metió en la cama junto a ella y la besó. Sus lenguas se juntaron de inmediato para entablar un duelo sensual, caliente, húmedo y apasionado. Akane sintió todo su cuerpo ardiendo conforme los besos se iban haciendo más intensos y procaces. Su vientre era un pozo profundo, casi sin fondo, de deseo. Y sus brazos y sus piernas eran lianas que se envolvían alrededor de él para retenerlo junta a ella y no dejarle escapar, mientras sus caderas soportaban el peso, ¡bendito peso!, de su cuerpo sobre ella.
Ranma apartó la boca y, sin perder contacto con su piel en ningún momento, deslizó los labios por su cuello hasta sus pechos. Muy despacio y suavemente. La primera caricia de su lengua en el pezón le hizo arquear la espalda de placer. Él siguió lamiéndole los pezones hacia arriba y hacia abajo y luego en círculos continuos hasta que ella sintió su cuerpo como si estuviera hecho de cera fundida.
–Sabes divinamente –dijo él–, a azahar y madreselva, con un toque de vainilla.
–Tú también sabes muy bien –replicó ella, sorprendida de que su garganta fuera aún capaz de articular palabra, cuando tenía todos los sentidos saturados.
Se besaron apasionadamente. Ella decidió entonces explorar su cuerpo con las manos. Él gimió de placer ante los atrevidos toques de sus manos por los más recónditos lugares de su cuerpo. Luego, ella cerró la mano alrededor de su miembro para sentir su dureza y su magnitud, y sus convulsiones al ritmo de sus movimientos cadenciosos y sensuales. Y mientras seguía estimulándole, inició un itinerario sensual con la boca a lo largo de todo su cuerpo. Le volvió a besar en los labios y luego en el pecho, bajando luego hasta meterle la punta de la lengua en el pequeño hoyo del ombligo. Vio satisfecha cómo se le contraían los músculos abdominales anticipándose a los placeres que estaban por llegar.
Él la agarró suavemente por detrás de la cabeza para detenerla.
Akane sintió el poder que, como mujer, tenía sobre él. Era algo que nunca había sentido antes. No se trataba ya de reírse de la falta de control que tenían algunos hombres, sino del efecto que ella era capaz de producir en Ranma. Él no era de esa clase de hombres que pierde el control con facilidad. Era un playboy que había tenido numerosas amantes, pero, sin embargo, ahora con ella, estaba teniendo algunos problemas para controlarse. Ella se detuvo, lo miró a los ojos y le dejó que recuperara la respiración, disfrutando de cada destello de emoción que pasaba por su rostro.
Él la besó entonces con pasión, deslizando simultáneamente las manos por todo su cuerpo. Ella no tenía ahora la mente ausente como cuando había estado con otros hombres, sino concentrada en cada una de sus caricias. Se apretó contra su pelvis, buscando su erección. Sintió un vacío en lo más íntimo de su ser que deseaba verse llenado por él.
Ranma la tocó con dos dedos, jugando con ella, aumentando su deseo gradualmente hasta que comenzó a retorcerse debajo de él, pidiéndole entre jadeos que la llevara de nuevo al paraíso.
–Por favor, Ranma, no me hagas esperar más, por favor.
Él alargó la mano por encima de ella y tomó un preservativo. Akane se lo quitó y se lo puso ella misma muy lentamente, desenrollándolo alrededor de su miembro viril con las dos manos mientras lo miraba a los ojos con una expresión y una sonrisa llenas de sensualidad.
–Me lo estás poniendo muy difícil, cara –dijo él junto a su boca–. No me gustan las prisas. Quiero que esto sea algo muy especial para ti.
Akane le puso las manos en la cara, aún sin afeitar, y sintió todas las terminaciones nerviosas de la palma de la mano respondiendo al unísono a su aspereza.
–Te deseo, Ranma. Te deseo como nunca he deseado a nadie. Me siento como si hubiera estado esperando toda mi vida este momento.
–Yo también te deseo –dijo él, en un tono de voz tan bajo que ella casi no pudo oírle mientras se introducía lentamente en el umbral de su estrecha entrada.
Akane sintió un torrente de placer corriendo por su cuerpo. Era una sensación de felicidad sentir la fuerza y la dureza de su cuerpo contra su carne suave y tierna. Ella empujó con las caderas y él fue entrando cada vez más profundamente dentro de ella. Ranma volvió a gemir al verse catapultado en una vorágine de pasión que ya le había arrastrado a ella en su marea incontenible. La tensión provocada por el placer fue en aumento en ambos. Se vieron sumidos en una carrera ascendente y desenfrenada por hacer cada uno que el otro alcanzase primero la cumbre del placer. De repente, ella se vio llorando de forma incontrolada como si una ola inmensa estuviese a punto de romper contra ella. Se vio zarandeada y sacudida por su fuerza, dando vueltas y más vueltas, como una muñeca de trapo. Pero lo suficientemente consciente para sentir, segundos después, en su interior, el fuego del orgasmo de Ranma. Deslizó las manos por su espalda y sintió su piel resbaladiza y sudorosa.
A Akane nunca le habían gustado esos diálogos de rutina que tienen lugar entre una pareja después de haber hecho el amor. Ella nunca había sabido qué decir en esas circunstancias y por eso había preferido quedarse callada. Pero ahora era diferente. Muy diferente.
Quería seguir abrazada a él, acurrucada a su lado para sentir el latido de su corazón junto al suyo. Quería respirar su aroma para conservarlo en la memoria cuando ya no estuviese con él. Deseaba tenerlo dentro de ella hasta que se endureciese de nuevo. No quería que aquello terminase nunca.
Nunca.
Ranma se apartó y se quitó el preservativo con gesto de preocupación.
–¿Ocurre algo, Ranma? –preguntó ella incorporándose en la cama, algo alarmada.
–El preservativo debía de tener algún defecto. Está roto...
–¡Oh! –exclamó ella con los ojos como platos.
–Bueno, si no recuerdo mal, me dijiste que tomas la píldora, ¿no? –dijo Ranma, pasándose la mano por el pelo con gesto preocupado–. No debería haber entonces ningún problema. Yo no tengo nada, me hago dos reconocimientos médicos al año, estoy sano. ¿Y tú?
Ella no dijo nada. Por su mente corría la imagen de un bebé, una hermosa niña de pelo negro. Se sintió desconcertada. Volvía a ser una ingenua. Tener un bebé con Ranma no haría que él la amase más ni que su matrimonio fuese más sólido. Y además, ¿qué clase de madre podría ser ella?
–¿Akane?
Ella desvió la mirada para que él no adivinase la expresión de deseo en sus ojos.
–Sí, yo también –respondió ella–. He estado tomando la píldora desde que tenía dieciséis años.
–Muy bien –dijo él, ahora ya más tranquilo–. Creo que podríamos prescindir en adelante de los preservativos si vamos a mantener una relación exclusiva entre nosotros.
¿Exclusiva?, se dijo Akane. ¿Estaba dispuesto a acostarse sólo con ella durante los meses siguientes? Un rayo de esperanza pareció iluminar su corazón, pero se apagó en seguida.
–¿Puedo confiar en ti? –preguntó ella mirándolo a la cara.
–Cuando yo doy mi palabra, la cumplo. Mi palabra es sagrada. Deberías saberlo, Akane –dijo Ranma y luego añadió, con un brillo especial en la mirada–: Ven conmigo, cara.
El aire parecía impregnado por la esencia del deseo.
–¿Tú... me deseas?
Ranma le puso las manos en los hombros y se acercó un poco más a ella.
–Siempre te he deseado, Akane –dijo él, besándola con pasión.

Pasaron la semana siguiente casi sin salir de la villa, pero Ranma se encargó de llevarla a un viaje más emocionante del que podría haberle llevado una agencia de turismo. Un viaje por el sexo y la sensualidad. Le abrió un nuevo mundo de placer que ella nunca había sospechado. Hicieron el amor en la ducha, a la luz de la luna, al borde de la piscina y en los jardines bajo el perfume de las rosas. Ranma había estado muy apasionado y generoso, asegurándose de que ella gozara antes de satisfacer él su propio deseo. Le había hecho comprender lo distinto que podía ser el sexo en una relación de pareja. Akane daba por sentado, sin embargo, que todo aquel afecto que demostraba sólo era físico. Le gustaba el sexo, eso era todo. Ranma era un hombre joven y sano, en una forma física extraordinaria y en la flor de la vida. Tenía energía para quemar, y ella se prestaba a colaborar en esa tarea, en sesiones maratonianas que le dejaban un temblor y un cosquilleo hasta varias horas después. No podía evitar pensar en todas las mujeres que le habrían dado placer antes que ella. Tampoco ella había sido una santa, después de todo. Se preguntaba, a menudo, si Ranma pensaría también en los hombres con los que ella se había acostado y se sentiría celoso.
Una de las cosas que más le había emocionado, durante esa semana había sido el interés que Ranma había demostrado por ver algunas de sus obras. Sabía que él no aceptaba un no por respuesta, y así se vio una mañana, después de haber hecho el amor, abriéndole la puerta de la habitación en la que había instalado su estudio de pintura. Estaba en la planta más alta de la villa y había puesto allí los pocos materiales que se había llevado con ella. Había montado una especie de caballete improvisado, apilando una buena torre de libros sobre el escritorio para sacar mejor partido de la luz. La acuarela en la que estaba trabajando en ese momento era una vista de los jardines de la villa. Había una fuente rodeada de setos artísticamente podados en primer plano y al fondo el azul brillante del lago entre el ocre de las montañas. No era su mejor trabajo y ella se sintió algo incómoda por tener que enseñárselo a medio terminar, pero él parecía extasiado mirándolo.
–¿Lo hiciste tú? –dijo él, apartando unos segundos la vista del cuadro para mirarla.
Akane asintió tímidamente con la cabeza.
–Ya sé que me falta técnica. No tengo ninguna titulación ni he asistido a ningún curso de una escuela de arte. Soy sólo una aficionada, como ya te he dicho.
–¿Puedo? –preguntó Ranma señalando la carpeta donde estaban los lienzos sin enmarcar que ella se había llevado consigo de su apartamento de Londres.
Akane sintió cierta vergüenza y pidió al cielo que no se riera al verlos.
–Claro –dijo ella–. Pero no valen nada. Ni siquiera me he molestado en enmarcarlos.
Ranma fue mirándolos todos, uno por uno, analizando en detalle las pinceladas y los matices de luz y color.
Akane se quedó expectante de pie junto a él, cambiando de vez en cuando el peso del cuerpo de una pierna a otra. Le recordaba la sensación que sentía de pequeña cuando su padre miraba muy serio la hoja con las notas del colegio.
–¡Akane, son increíbles! –exclamó Ranma–. Tienes mucho talento. ¿Por qué no has estudiado Arte? Tienes un don especial para la pintura. Nunca he visto un dominio mayor de la perspectiva y del uso de la luz y el color.
Akane se quedó sorprendida por su reacción. Ella había tratado siempre de ser objetiva con su trabajo, pero siempre había sentido que podía haberlo hecho mejor, que no era lo suficientemente buena y que nunca llegaría a serlo. No tenía ninguna formación, no había estudiado historia del Arte ni trabajado con un artista que le sirviera de maestro y mentor. No había leído un solo libro sobre las técnicas o estilos pictóricos, sencillamente porque no podía. Había visto muchos cuadros en los museos y exposiciones, pero eso no contaba. Ella había tratado de llamar siempre la atención durante su infancia, debido a la frustración que sentía por no ser capaz de entender lo que los maestros trataban de enseñarle. La habían rechazado en varias escuelas, sin darse cuenta de que su conducta irregular era sólo un síntoma y no la causa. Conforme fueron pasando los años, llegó a sentirse realmente avergonzada de tener que confesar no ser capaz de leer más allá de unas pocas palabras. No le gustaba tener que depender económicamente de su padre, pero ¿cómo podía esperar encontrar un empleo con la escasa formación que tenía?
Ranma dejó los cuadros a un lado y le puso las manos en los hombros.
–¿Por qué tratas de ocultar tu talento? ¿Por qué dejas que todo el mundo crea que no eres más que una mujer frívola y vividora cuando tienes ese don para pintar?
–Eres muy amable y generoso. Te lo agradezco, pero no es verdad. Carezco de técnica, sólo hago lo que siento en cada momento. A veces funciona y otras, la mayoría, no.
–Cara, te subestimas –dijo Ranma–. En todo caso, hay una cosa que no entiendo. Has tenido el dinero y las oportunidades para ir a la escuela de Arte que hubieras querido, y sin embargo lo has mantenido en secreto como si fuera algo vergonzoso. ¿Por qué?
Akane se apartó un par de pasos de él, cruzó los brazos y miró la fuente del jardín por la ventana.
–Lo prefiero así –replicó ella–. Cuando te has pasado toda la vida sujeta a las críticas de los demás, resulta reconfortante saber que tienes al menos una parcela de intimidad donde refugiarte y sentirte tú misma.
Ranma la miró detenidamente con el ceño fruncido. Parecía haber vuelto a esa expresión fría y distante que había abandonado en los últimos días. Él había disfrutado viéndola sonreír. Y en cierta ocasión, en que ella se rió abiertamente de algo que él había dicho, había llegado a sentir una sensación como si se le derritiese un tarro de miel caliente dentro del pecho. Cada día, parecía descubrir algo nuevo sobre ella: el sabor de su piel, caliente y suave, después de haber estado tomando el sol, el tono sombrío de sus maravillosos ojos marrones cuando iba a besarla, la forma en que le acariciaba con la mano hasta hacerle perder el control...
También estaba descubriendo cosas nuevas sobre sí mismo. En el pasado, siempre había preferido a las rubias, pero ahora le gustaba sentir el cosquilleo de su melena negra y sedosa sobre su pecho desnudo cuando ella se acurrucaba a su lado después de hacer el amor. Le gustaba la forma en que ella se apretaba contra su cuerpo, como si él fuera su primer y único amante.
Últimamente, le habían aburrido mucho las mujeres con las que salía. Eran muy guapas y tenían muy buena figura, pero no se podía tener una conversación mínimamente interesante con ninguna.
Akane tenía aspectos de su carácter aún por descubrir. Era una mujer inteligente y sensible que, por alguna extraña razón, estaba tratando de ocultar esa faceta de sí misma como si fuera algo de lo que tuviera que avergonzarse.
Pero él estaba decidido a averiguarlo todo sobre ella. Después de todo, era su esposa.
Casi soltó una carcajada al pensar en su abuelo. El anciano lo había hecho todo por su bien, convencido de que como mejor estaría sería sujeto a las cadenas del matrimonio. Pero había pasado ya una semana y se preguntaba cómo se sentiría al cabo de un año. No había pensado mucho en ello cuando llegó a aquel acuerdo con Akane. Sólo se había preocupado de asegurarse su parte de la herencia. Ésa había sido su prioridad, igual que la de ella.
¿Podría acostumbrarse tanto a ella que luego la echara de menos?
Estuvo a punto de reírse de nuevo. ¡Qué tontería! ¡Por supuesto que no! Él no era de ese tipo de hombres que se enamoran fácilmente. Siempre había vivido al límite. No entraba en sus planes una vida hogareña y apacible, con la esposa esperándolo al llegar del trabajo, con las zapatillas y la cena puesta. Él era un amante de la libertad. Le gustaba poder ir y venir a su antojo, sin tener que dar explicaciones a nadie. No podía imaginarse la vida de ninguna otra manera.
Sin embargo, mirándola ahora, sintió un deseo incontrolable. Era como una fuerza magnética que le atrajera poderosamente. Había hecho el amor con ella esa misma mañana y, sin embargo, sentía una fuerte excitación por el solo hecho de pensar en tenerla de nuevo.
Akane se apartó de la ventana y lo miró. Se pasó la punta de la lengua por los labios.
–Ven aquí –le ordenó él.
–¿Por qué no vienes tú aquí? –replicó ella, alzando la barbilla con aparente arrogancia. En esa ocasión se veía claramente que era sólo un gesto de coquetería y provocación.
–Te deseo aquí.
Ella se dirigió lentamente hacia él, moviendo las caderas con una sonrisa provocativa.
–Siempre consigues lo que quieres, ¿verdad, italiano? –dijo ella en un susurro, poniendo las palmas de las manos sobre su pecho.
Ranma sonrió mientras ella iba deslizando las manos hacia abajo, por su estómago y su vientre, hasta rozar su erección.
–¡Ohh, para un momento, cara! –dijo él besándola en la boca.
Ella se apretó a su cuerpo, agarrándole del cuello con las manos y frotando la pelvis contra su miembro duro y erecto, mientras sus lenguas entablaban una especie de combate erótico.
Era evidente que había un entendimiento, una compenetración, una química entre los dos.
Pero, ¿la amaba?
No, aquello no era amor, era sólo sexo. Él deseaba su cuerpo y nada más.
Él le acarició los pechos con las manos y ella respondió con un gemido de placer. Luego le quitó la blusa y la besó en el cuello, mientras le sacaba el sujetador para poder acariciarle los pezones con los labios y la lengua. Ella, anhelante de placer, hundió los dedos en su pelo y arqueó la espalda como una gata para incitarle aún más. Ranma la deseaba tanto que sintió que la ropa era un obstáculo para poder gozar plenamente de ella. Akane, como adivinándolo, le quitó el cinturón y le desabrochó la cremallera del pantalón.
Ranma trató de no perder el control cuando ella comenzó a acariciarle con la mano, lentamente, arriba y abajo, frotándole el miembro con los cinco dedos cerrados como una presa alrededor de él. Se puso tenso al verla luego arrodillarse frente a él y acercar sus labios cálidos y húmedos cada vez más.
–No tienes por qué hacerlo –dijo él casi jadeando.
–Quiero hacerlo –dijo ella mirándole con sus ojos marrones llenos de sensualidad.
Ranma sintió un nudo en la garganta cuando ella rozó su miembro con la lengua y se puso luego a lamerlo como hace un gatito para probar su plato de leche. Todos sus músculos, además de ése, se pusieron tensos y todas sus terminaciones nerviosas se activaron como dispuestas a recibir alguna sensación especial. No podía hablar, ni siquiera podía pensar más allá de lo que estaba sintiendo en ese momento. Ella siguió jugando con su lengua. Luego abrió la boca y la acercó poco a poco, hasta introducirlo todo dentro. Parecía acompañar el ritmo de una música de compás binario, entrando y saliendo, uno, dos, entrando y saliendo, uno, dos. Una y otra vez. Él trató de moderar la velocidad tomándole la cabeza entre las manos, pero ella interpretó el gesto como un deseo de ir más allá y aumentó el ritmo y la presión de su boca, hasta que Ranma comprendió que había llegado a un punto sin retorno. Iba en un tren del que ya no podía bajarse en marcha porque iba demasiado rápido. Explotó como la ráfaga de fuego de un cañón. Sintió todo su cuerpo estremecerse y dobló parcialmente las rodillas mientras ella apuraba hasta la última gota de su esencia masculina.
En el pasado, Ranma nunca había experimentado nada parecido a lo que sentía ahora. Era algo primitivo y casi sagrado.
No quiso pensar en ello. Prefirió ayudarla a ponerse de pie. La abrazó y se puso a acariciarla con las manos por todo el cuerpo hasta llegar a su punto femenino, deliciosamente húmedo y caliente. La tumbó en el suelo, se arrodilló junto a ella y le fue quitando la ropa hasta dejarla completamente desnuda. La contempló de arriba abajo, recreándose en la perfección de su cuerpo y en las suaves, pero rotundas líneas de sus curvas. Sus pechos parecían, ahora que estaba tumbada boca arriba, más plenos. Tenía las piernas ligeramente separadas, como invitándole a entrar por aquella pequeña rendija secreta que estaba lubricada especialmente para él.
No se hizo mucho de esperar. Sintió una nueva erección que prometía ser aún más poderosa que la anterior.
–Nunca me sacio de ti –dijo él, besándola en el pecho–. Te sigo deseando incluso después de haberte tenido.
–Yo también te deseo –replicó ella, soltando un gemido al sentir un dedo dentro de ella.
–¡Qué húmeda estás! Quiero que estés así de húmeda siempre para mí.
Akane exteriorizó sin ningún pudor el placer que le proporcionaban sus caricias. Ranma la veía gemir y jadear y siguió acariciándola lentamente como si quisiera prolongar su goce el mayor tiempo posible. Pero ella no ya podía aguantar más. Deseaba la liberación que sólo su cuerpo podía darle y se lo pidió con urgencia.
–Por favor, ahora, Ranma. Ahora.
Ranma se quitó el resto de la ropa y se puso encima de ella, abriéndola un poco más las piernas con sus muslos. La penetró de una forma más contundente e impetuosa de lo que lo había hecho en las otras ocasiones. Akane sintió una oleada de placer recorriéndole el cuerpo. Se abrazó a él con los brazos y las piernas para sentirle dentro de forma más íntima y completa. Creyó ver, entre gemidos y gritos de placer, cómo las puertas del paraíso se abrían ante ella, mientras los dos alcanzaban el orgasmo casi de forma simultánea.
Se quedaron así juntos sin moverse durante unos minutos, casi tan agradables como los anteriores.
–¿Sabes una cosa? –dijo Ranma, apoyándose en un codo para mirarla a los ojos.
–¿Qué? –exclamó ella tímidamente
Ranma le pasó un dedo por la mejilla.
–Si hacemos el amor en todas las habitaciones de esta casa y en las de mi villa de Roma, se pasará volando este primer año de nuestro matrimonio.
¿Quería él que su matrimonio se pasase volando?, se preguntó Akane.
–¿Cuántas habitaciones hay aquí? –dijo ella, tratando de ocultar su angustia.
–Unas cincuenta, creo –respondió él, pasándole ahora el dedo dulcemente por el labio superior.
–¿Y en la de Roma? –preguntó de nuevo ella, mientras él comenzaba a mordisquearle una oreja.
–Treinta, más o menos –contestó él–. Tengo pensada una que puede ser perfecta para tu estudio.
Ella lo miró con cara de sorpresa.
–¿Quieres decir que puedo tener otro estudio también en Roma?
–Puedes tener todo lo que quieras –dijo él con una radiante sonrisa.
No, no era verdad, pensó ella con tristeza. Lo que de verdad más quería estaba fuera de su alcance y siempre lo había estado. Ranma la deseaba ahora. Pero era sólo por cuestión de conveniencia. Igual que su matrimonio. Pero no para siempre.
–Deberíamos salir a cenar esta noche –le dijo Ranma besándola suavemente en los labios–. La prensa estará esperando que nos dejemos ver. ¿Qué te parece? ¿Te apetece salir?
Akane hubiera preferido quedarse, pero comprendía que Ranma quisiera salir y ver a otras personas. Se había pasado casi encerrado una semana entera allí en la villa.
–Claro –dijo ella con una sonrisa forzada. ¿Por qué no?
Él la besó otra vez y se puso de pie. Luego le alargó la mano para ayudarla a levantarse.
–Puedes ir duchándote tú primero mientras yo termino de resolver un par de asuntos pendientes –dijo él–. Reservaré por teléfono una mesa en algún restaurante. Ponte algo sexy para que me vaya haciendo la idea de lo que puedo hacerte cuando volvamos.
Akane se duchó y se puso muy elegante y glamurosa, invirtiendo algo más tiempo de lo habitual en peinarse y maquillarse. Llevaba un vestido de diseño de color negro, de corte clásico que realzaba su figura.
Se había recogido el pelo en un moño muy elegante y se había puesto su perfume favorito. Iba a ponerse los pendientes cuando vio, por el espejo, entrar a Ranma en el cuarto. Se dio la vuelta. Él la miró fijamente y le puso en la mano un estuche rectangular.
–¿Qué tal si te pones esto? –dijo él.
Ella abrió el estuche con mucho cuidado. En su interior había un colgante de diamantes y unos pendientes lágrima también de brillantes. Eran tan preciosos que casi se quedó sin aliento. Estaba acostumbrada a llevar joyas caras, pero nunca había visto nada igual. Era como si le hubieran arrancado al firmamento sus tres estrellas más rutilantes y las hubieran metido para ella en aquel estuche de terciopelo negro.
–No sé qué decir... ¿Son para mí o las has alquilado?
–¿Alquilado...? ¿Crees que soy tan mezquino? Las he comprado para ti, cara mia.
–¡Pero falta mucho aún para mi cumpleaños! –dijo ella, mirando entusiasmada los diamantes.
–¿Tiene que ser acaso un día especial para que te haga un regalo? –exclamó él, tomándole la barbilla con dos dedos para que lo mirara a los ojos.
Akane sintió de inmediato la atracción magnética de su mirada y se puso a temblar de emoción.
–¿Les compras estas joyas tan caras a todas tus amantes?
–Tú eres mi esposa, Akane, y es natural que te compre cosas –replicó él con cierta gravedad.
–No, no soy tu esposa de verdad. O, al menos, no por mucho tiempo.
–Entonces, con más razón para que te lleves de este matrimonio todo lo que puedas –respondió él–. Dinero, joyas y sexo del mejor. No es mal negocio, ¿no?
Akane hubiera querido contestarle, reprochándole su cinismo, pero, después de todo, tenía razón. Ella iba a sacar de aquel matrimonio de conveniencia eso y mucho más. Le dirigió una sonrisa de circunstancias y se levantó del tocador.
–¿Me ayudas a ponérmelos? –dijo ella, volviéndose de espaldas.
Ranma le abrochó el colgante deslizando delicadamente las manos por el cuello. A ella se le puso la carne de gallina al contacto de sus dedos y sintió que el corazón empezaba a latirle más deprisa de lo normal, pensando en que, cuando regresasen de cenar, él volvería a quitárselo junto con todo lo que llevaba puesto.
–Hueles a diosa –le dijo Ranma en voz baja al oído–. Si tuviéramos un poco más de tiempo, podríamos...
Ella inclinó la cabeza a un lado y cerró los ojos al sentir su aliento en el cuello y sus labios trazando un sendero de besos por sus hombros desnudos.
–¿Necesitas que te ayude también con los pendientes?
–No, gracias..., me valgo sola –respondió ella en un hilo de voz–. ¿No... tienes que... ducharte y cambiarte?
–Sí, cara. No tardaré nada. Espérame abajo, si no me entrará la tentación de meterte conmigo en la ducha.
Akane se puso los pendientes y salió de la habitación. No confiaba en sí misma. Saber que tener a Ranma allí, a escasos metros de ella, desnudo y mojado, era superior a sus fuerzas.

la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora