Parte sin título 7

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Y antes de que pudiera arrepentirse, se inclinó hacia ella y depositó en su mejilla un beso lleno de ternura. Sintió un temblor en los labios al verla sonreír.
Se alejó de la cama y, tras una última y larga mirada, se volvió y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente.

Akane apartó el desayuno a un lado, sin haberlo probado, y se levantó de la cama. Tenía que resignarse y tomarse las cosas como eran. Ella necesitaba el dinero mucho más que Ranma. No podía sobrevivir sin él y tampoco podía salir a la calle a conseguir un trabajo. No tenía ningún título, ni profesión, ni experiencia laboral.
La única cosa que sabía hacer era pintar, ¿pero quién iba a pagar por sus obras cuando había, literalmente hablando, miles de estudiantes de Arte vendiendo sus cuadros por las calles de toda Europa? Los había visto en Milán la última vez que había ido a visitar a Salvatore, poco antes de su muerte. Un joven le había vendido una hermosa acuarela del Castillo. Ella había sido generosa con él, pero ¿cuánta gente lo sería con ella? Había pasado horas y horas en los museos y galerías de arte en los últimos años, estudiando a los grandes maestros y analizando sus obras en DVD, pero nada de eso le daba la cualificación ni la confianza necesaria para sentirse una artista de verdad. Se sentía como una pequeña intrusa tratando de introducirse en aquel mundo de genios y aspirando a llegar a ser algún día uno de ellos. Ni siquiera tenía un estudio en condiciones. No tenía ningún sitio para poner sus cosas de forma estable sin tener que estar recogiéndolo todo cada dos por tres.
Se mordió el labio inferior mientras miraba la villa a través de la ventana. El lago brillaba con la luz del sol que parecía bailar sobre su superficie. Era una vista impresionante. Ya se había fijado en ella el día anterior durante la fiesta, mientras se suponía que escuchaba con mucha atención a los invitados que se habían acercado a ella a felicitarla. Había sentido el deseo de tener allí mismo sus pinturas y sus pinceles para captar el reflejo de la luz sobre el agua a esa hora de la tarde o la forma en que las buganvillas se descolgaban de la terraza como un tapiz perfumado. Y estaba la villa en sí, tan antigua y señorial, con sus cinco plantas y aquella posición privilegiada sobre el lago. Debía de tener más de cuarenta habitaciones. Seguramente, alguna de ellas podría servirle muy bien para montar su estudio de pintura mientras estuvieran allí.
Se duchó y se vistió rápidamente, se recogió la melena en una cola de caballo y se fue a inspeccionar la villa. Se sintió impresionada por los cuadros y esculturas de valor incalculable que había por todas partes. La dureza de los suelos de mármol se suavizaba con las alfombras persas, y los muebles de época daban a las habitaciones un toque clásico que resultaba, de alguna manera, majestuoso y acogedor al mismo tiempo.
Las personas del servicio de la casa debían de ser muy discretas, porque no se cruzó con nadie en todo su recorrido por las diversas estancias.
Llegó a una habitación en la tercera planta que debía de haber sido habilitada en otro tiempo como cuarto de los niños. Le pareció retroceder en el tiempo al atravesar el umbral de la puerta. Sintió un escalofrío por la espalda al entrar en la habitación.
Había una cuna y un osito de peluche dentro de ella. En la repisa de la chimenea había una cajita de música. Estaba abierta y asomaba un muñeco que parecía un payaso. Sin duda llevaba así muchos años y a nadie se le había ocurrido cerrarla para que volviera a sonar cuando se abriera de nuevo. Cerca de la caja, había una muñeca con los ojos muy grandes y vidriosos. Llevaba un vestido de color rosa, tan desvaído por el paso del tiempo que casi parecía ya blanco.
Más de treinta años atrás, habían dejado en aquella cuna, bajo la ventana, a una niña llamada Tsubasa y, a la mañana siguiente, Shinnosuke, su hermano mayor, había entrado en el cuarto y la había hallado sin vida.
Akane podía sentir una sensación de dolor en el ambiente. Era como una presencia invisible en la habitación. Le recordó lo que ella había experimentado en el cuarto de su madre cuando le dijeron que no volvería. Había vuelto allí muchas veces sólo para comprobar si era verdad lo que le habían dicho. Miraba entonces su lápiz de labios, convencida de que su madre volvería otra vez a casa para pintarse como hacía habitualmente. Había sentido la presencia de su madre como si no hubiera muerto realmente, como si estuviera esperando la ocasión propicia para regresar. Solía ponerse los vestidos de su madre siempre que podía, hasta el día en que su padre ordenó que los llevaran a una institución benéfica. Le había llevado muchos años tener que aceptar que nunca más volvería a ver a su madre. Años de callada desesperación hasta que acabó perdiendo finalmente toda esperanza.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas al acercarse a la cuna. Había una manta de color rosa bordada con motivos florales. Pasó un dedo por la tela, preguntándose cómo sería ahora la niña si no se hubiera muerto a aquella edad tan temprana. Quizá se habría casado y tendría uno o dos hijos. Seguramente le habría dado la bienvenida a la familia como habían hecho su madre y sus hermanos, a pesar de su mala reputación.
–¿Qué estás haciendo? –dijo Ranma desde la puerta.
Akane se giró, sobresaltada, con el corazón en un puño.
–Estaba... echando un vistazo –contestó ella sin demasiada convicción.
Los ojos de Ranma recorrieron la habitación. Su cara carecía de expresión. Parecía una máscara, la cara de un ciego asomado a una ventana.
–Este lugar necesita una limpieza y un arreglo. Llevo años diciéndoselo a mi madre.
–¿Por eso insististe en casarte aquí? –preguntó Akane–. ¿Para obligarla a enfrentarse a su dolor?
–Treinta y un años es mucho tiempo –replicó él mirando al osito de peluche–. Mi madre nunca llegó a recuperarse del todo de su pérdida. Yo lo comprendo. Ningún padre debería perder a un hijo, es algo que va en contra de la naturaleza. Por eso comprendo lo que tu padre tuvo que pasar. Pero creo que ya es hora de mirar hacia adelante. Solíamos venir aquí de vacaciones. Yo era demasiado pequeño para recordarlo, pero Shinnosuke y Kirin me dijeron que pasábamos aquí todos los veranos. Pero ahora no tiene sentido mantener la villa todo el año sin hacer uso de ella.
–¿Por qué no la habéis vendido?
–Ha pertenecido a nuestra familia durante generaciones. Cuando Shinnosuke y Maya estaban en proceso de divorcio, ella quería la villa, pero Shinnosuke se opuso rotundamente. Bajo ninguna circunstancia nos desharíamos de ella.
Ahora que había visto la mayoría de las habitaciones y se había asomado a casi todas las ventanas para ver las vistas, Akane comprendía al fin por qué. Y además estaba el hecho de que la villa fuese el último lugar en que habían visto a la pequeña sonreír. Les sería muy penoso venderla y dejarla, después de aquella experiencia. Se preguntó entonces si, tras la aparente superficialidad con que Ranma se tomaba la vida, no se escondía quizá un alma más profunda. Él procuraba vivir el momento, pero había un lado de él mucho más sensible de lo que la mayoría de la gente pensaba. Se preguntó si la muerte de su hermana no le habría afectado más de lo que él creía. Era sólo un niño por entonces, pero sus padres habían quedado desolados. Tal vez Ranma había sido abandonado a su suerte durante aquellos tristes años. Los niños pequeños son muy sensibles a cualquier cambio en el seno familiar y mucho más tras la muerte de una hermana. Pueden verse afectados de una manera que ni siquiera los expertos han llegado a descubrir totalmente. La sensación de abandono a tan tierna edad podía producir un trauma psicológico irreparable. ¿Sería ésa la razón por la que Ranma no quería exteriorizar sus sentimientos, porque no había tenido entonces a nadie a su lado para escucharle y consolarle? Ranma era por entonces más pequeño que Eve ahora. Resultaba triste pensar en él, vagando solo por aquella villa tan enorme sin nadie que se ocupara de él, aparte de las niñeras y los sirvientes.
–¿Por qué te gusta tanto este lugar si eras demasiado pequeño para recordar nada? –preguntó ella.
–Yo no soy tan sentimental como mis hermanos, pero creo que no debería permanecer vacía la mayor parte del año.
–¿Cómo crees que tu madre afrontó el hecho de volver aquí después de tanto tiempo?
–Estuvo muy emotiva, como pudiste ver, pero mi madre siempre ha sido así. Creo que, a pesar de todo, se lo tomó bastante bien. Estuvo incluso aquí en este cuarto con Maya. Mi cuñada dijo que quizá había sido un punto de inflexión para ella, como una catarsis. Tenía que volver a este sitio para despedirse de manera adecuada. La otra vez, no tuvo la oportunidad. Todo sucedió muy de prisa. Entonces era todo muy diferente. No se sabía gran cosa sobre el síndrome de muerte súbita del lactante. Durante años, mi madre se sintió culpable de su muerte. Creo que pensaba que todos le echábamos también la culpa.
–¿Por eso no quieres tener hijos? –preguntó ella.
Él se puso muy tenso, como si le hubieran estirado por dentro con unas cuerdas invisibles.
–No, Akane, es sólo por egoísmo, como dijiste. Valoro demasiado mi libertad. Este matrimonio es sólo un medio para conseguir un fin. No te hagas ilusiones de que pueda ser otra cosa diferente.
Akane abrió la boca para responder, pero, antes de que pudiera salir una sola palabra de su boca, él se dio media vuelta y la dejó sola con los mudos fantasmas del pasado...
Cuando Akane bajó luego por la tarde al salón, se encontró a Ranma sirviéndose una copa. Él se volvió al oírla entrar, levantando la botella que tenía en la mano.
–¿Te apetece tomar una copa conmigo?
Akane aceptó tomar un poco de vino blanco con soda y se sentó en uno de los suntuosos sofás, con su copa de cristal tallado en la mano.
–Pues aquí estamos –dijo él con una sonrisa burlona–. A punto de terminar nuestro segundo día de matrimonio. Ya sólo nos quedan trecientos sesenta y tres.
–No eres tú el único que cuenta los días, Ranma –replicó ella con arrogancia.
–Conozco, en todo caso, una forma mejor de pasar el rato –dijo él con un brillo especial en la mirada.
Akane sintió un escalofrío repentino, pero trató de mantener la calma. Durante todo el día había tenido la esperanza de que pudiera cruzarse con él por algún rincón de la casa. Cada vez que abría la puerta de una habitación o atravesaba un pasillo, había tenido la sensación de que iba a verle aparecer.
–Estoy segura de que eres un todo un experto en ese tipo de prácticas –replicó ella–. A propósito, ¿cómo se ha tomado tu amante la noticia de tu matrimonio?
Él echó un buen trago antes de responder.
–No muy bien, pero me da igual. Ya estaba a punto de romper con ella. Las mujeres posesivas me descomponen. Me aburren.
Akane sintió, al oír esas palabras, como si una espada le hubiera atravesado el cuerpo, desde el corazón hasta la espalda. No tendría ninguna oportunidad con él si se enteraba de sus miedos e inseguridades. El simple hecho de que pensase en querer tener una oportunidad con él demostraba ya lo vulnerable e indefensa que se sentía a su lado. Hacía sólo unos días, pensaba que lo único que sentía por él era odio y deseos de venganza. Ahora ya no estaba tan segura.
–Supongo que no estarás pensando en mí para sustituirla –dijo ella esforzándose por mantener un tono de voz sereno.
–Creo que sabes muy bien lo que deseo, Akane –afirmó él con una cínica sonrisa–. Y tú también lo deseas, pero creo que, por alguna razón, me estás ocultando algo. ¿Qué quieres? ¿Más dinero?
–¿Es así como acostumbras a conseguir que las mujeres se vayan a la cama contigo? ¿Ofreciéndoles dinero?
Él se acercó a ella y le quitó la copa que tenía en la mano antes de que ella pudiera hacer nada por impedirlo. La puso de pie, y se quedó frente a ella lo suficientemente cerca como para que hacerle sentir el calor de su cuerpo.
–Creo que sería mejor enseñarte cómo lo hago –respondió él, acercando suavemente la boca a la comisura de sus labios.
Akane sintió que su cuerpo se iba hacia él, como atraído por un imán. Trató de contrarrestar ese impulso, pero parecía como si su cuerpo funcionase de manera independiente de su cerebro, sin conexión alguna con él. Sintió un cosquilleo por la espalda al tiempo que notaba la inflamación de sus pechos y sus pezones, aplastados contra su pecho duro y musculoso. Percibió en seguida su erección firme y poderosa y sintió, por un instante, la tentación de apartarse de él. No estaba delante de uno de esos hombres anónimos con los que había estado coqueteando sólo para demostrar a todo al mundo lo dura que era. Estaba con Ranma, el único hombre al que había deseado toda la vida.
Sí, era Ranma Saotome, su marido durante los próximos doce meses.
Ranma le puso una mano en la parte baja de la espalda y la apretó contra su pecho, haciéndole sentir en la boca la calidez de su aliento y despertando su deseo.
–Me estás volviendo loco con esas miradas. ¿Lo haces deliberadamente para provocarme?
Akane se pasó la punta de la lengua por los labios, mientras miraba la boca de Ranma.
–Estoy tratando de poner un poco de sensatez en esta...
–Olvídate de la sensatez –dijo él refunfuñando–. No hay nada sensato en todo este asunto nuestro.
Akane no se dio cuenta de si fue él quien bajó su boca o si fue ella la que se puso de puntillas para alcanzar la suya. Eso era lo de menos. El hecho fue que sus bocas se juntaron de repente en un ardiente beso y su cuerpo pareció incendiarse al entrar sus labios en contacto. Luego, él trató de abrirse paso con la lengua de forma seductora y ella dejó escapar un pequeño grito ahogado de deseo al sentir el contacto con la suya. Fue al principio un beso suave y tierno, pero poco a poco se fue tornando más firme y atrevido. Akane sintió un fuego corriéndole por las venas cuando él se puso a acariciarle el labio inferior, primero con los labios y la lengua y luego con los dientes. Eran pequeños mordiscos que despertaban el deseo en el lugar más profundo e íntimo de su ser.
Ranma fue deslizando los labios hacia la zona más sensible del cuello y del nacimiento de sus pechos, en un viaje lento y sensual. Ella comenzó a sentir la miel líquida del deseo fluyendo entre los muslos y una inquietante desazón en los pezones, cada vez más tensos y duros. Ranma bajó entonces un poco más la mano derecha hasta agarrarle con audacia y decisión uno de los glúteos, mientras le acariciaba con la otra el pecho derecho. Ella no podía dar crédito a la forma en que su cuerpo respondía a sus caricias, a pesar de que el vestido se interponía, como una odiosa barrera, a un contacto más directo. Sintió un deseo irrefrenable de estar desnuda con él, para sentir su piel contra la suya. Le puso los brazos alrededor del cuello, enredando los dedos entre la espesura de su pelo, para disfrutar mejor del abrazo.
–Dio, ¡cómo te deseo! –le susurró él junto a su boca–. Eres una hechicera que hace de los hombres lo que quiere. Una pequeña bruja seductora con una boca de fuego.
Akane no hizo el menor caso de sus comentarios, concentrada, como estaba, en disfrutar de aquel mágico momento. Sintió el calor de su mano bajo la blusa, abriéndose paso por entre el sujetador, y luego el contacto de toda la palma alrededor del pecho mientras con el dedo pulgar le estimulaba el pezón. Estaba tardando mucho en llevarla a la cama, pensó ella con un escalofrío al sentir su lengua lamiéndole el pezón derecho a través de la tela del sujetador.
Ella echó la cabeza hacia atrás para facilitarle las cosas y disfrutar mejor de sus caricias. Su cuerpo temblaba por dentro y por fuera mientras él la recorría con los labios y la lengua desde el pecho a la boca, explorando todos sus lugares más recónditos, saboreándola, tentándola a participar en una vorágine de deseo que los dos sabían sólo podía acabar de una forma. Comenzó a sentir las primeras oleadas del clímax en lo más profundo e íntimo de ella. Era una agitación tan intensa que no le dejaba pensar en nada, como si tuviera la mente en blanco.
Ranma, jadeante, apartó la boca de la suya y la miró fijamente con sus ojos azules.
–No, aquí no –dijo él, levantándola como una pluma y subiendo la escalera con ella en brazos en dirección al dormitorio–. Quiero tenerte en la cama conmigo.
Akane sabía que debía poner fin a aquello en ese momento. Era la ocasión de romper el hechizo para reorientarse y recordar el motivo por el que estaban juntos. Y también para que ella tuviera presente su vergonzoso secreto. Pero por alguna razón no podía hacerlo. Quería sentir sus brazos alrededor de ella, para sentir todo lo que se puede sentir cuando se desea realmente a una persona y esa persona te desea también a ti, porque sintoniza físicamente contigo.
El dormitorio principal era una suite de enormes proporciones. Akane apenas tuvo ocasión de verla, pues Ranma la dejó en la cama, nada más entrar, y se echó a su lado. La besó de nuevo de forma tierna y delicada como si ella fuera la persona más frágil a la que hubiera besado nunca y temiera hacerle daño. Sabía tan bien... No a tabaco y a alcohol, sino a un sabor que siempre asociaría con él: esencia masculina pura.
Ranma siguió colmándola de caricias con la boca, tratando a la vez de quitarle la ropa. Ella levantó solícita los brazos por encima de la cabeza y él le quitó la blusa. Luego levantó un poco las caderas para ayudarle a que le sacara los pantalones vaqueros, mientras oía el ruido sordo de los zapatos cayendo al suelo. Ella se había desnudado delante de algunos hombres, pero nunca había sentido el menor deseo de verlos desnudos como ahora deseaba ver a Ranma. Le desabrochó la camisa y se la sacó por los brazos. Luego le quitó el cinturón de los pantalones y le bajó la cremallera. Se quedó casi sin respiración al ver la forma de tienda de campaña que tenía el calzoncillo por delante. Nunca había visto una erección así. Deslizó suavemente, a modo de prueba, un dedo por encima de la tela y vio cómo se estremecía su miembro.
–Ten cuidado, cara –dijo Ranma en un hilo de voz–. Quiero durar lo suficiente para hacerte gozar.
Gozar con un hombre no había sido nunca su prioridad principal. Ella había fingido siempre con sus amantes porque pensaba que a ellos les gustaba más así. Le había resultado fácil hacerlo y nunca había sentido ningún remordimiento por ello. Pero ahora era distinto. Ella quería dar y recibir placer, porque sabía que con Ranma todo sería diferente, algo especial, algo para recordar el resto de su vida, una vez que se separasen.
Akane le quitó los calzoncillos y le acarició de nuevo. Le tomó el miembro con la mano, como si empuñase el mango de una espada, y vio cómo se tensaban los músculos de su estómago cuando comenzó a mover la mano acompasadamente de arriba abajo.
Ranma la apartó después de unos segundos y la empujó suavemente para dejarla tendida en la cama boca arriba.
–Espera un poco –dijo él, alargando la mano hacia la mesilla de noche para sacar un preservativo de uno de los cajones.
Ella contempló cómo se lo ponía y sintió un nudo en la garganta al pensar que lo tendría en breve dentro de ella. Una sensación de nerviosismo pareció, sin embargo apoderase de su ánimo. ¿Y si no era capaz de hacerle gozar? Nunca había tenido queja con ningún hombre. Les había dado siempre lo que querían mientras ella tenía la mente puesta en otra parte. Pero, ¿y si Ranma se daba cuenta de que estaba fingiendo?
Parecía ridículo admitirlo, pero se sintió como si fuera su primera vez. Cada caricia suya era una experiencia nueva que no tenía nada que ver con su miserable y sórdido pasado. Era como si le hubiese sucedido a otra persona distinta de ella. Sus caricias con los dedos eran tan delicadas como si aquello fuese un acto de adoración. Se vio en seguida sumergida en un torbellino de sensaciones que jamás había experimentado. Sintió su cuerpo ascendiendo a la cima de una montaña tan alta y espectacular que casi le cortó el aliento.
–Eres tan hermosa y femenina... –dijo él con la voz apagada.
Nadie la había tocado nunca con tanto respeto y consideración, con tanta ternura. Sintió el movimiento de sus labios en su punto más íntimo y sensible y luego el roce suave y húmedo de su lengua, una, dos, tres veces, como si fuera un pincel sobre un lienzo. Luego fue aumentando poco a poco el ritmo. Era una sensación tan fuerte, tan íntima y tan profundamente erótica que tuvo la sensación de que toda la energía de su cuerpo se había concentrado en aquel punto. Comenzó a sentir una oleada de placer, como si una ola gigantesca la llevase montada sobre su cresta y en cualquier momento pudiera arrojarla violentamente a la orilla de la playa.
–Quiero verte gozar hasta hacerte perder el sentido –dijo él. Akane se sintió confusa con sus emociones. Estaba desconcertada por la forma en que su cuerpo estaba reaccionando a sus caricias. Pero entonces, antes de que pudiera encontrar la explicación a sus dudas, se vio subida, por sorpresa, en la cima del placer. Una vorágine de sensaciones cada vez más intensas se adueñó de ella, dejando su mente en blanco hasta llegar al clímax final.
Cuando remitieron las oleadas de placer, rompió a llorar con lágrimas ardientes y amargas. Se tapó los ojos con la mano para ocultarlas y que no la delataran, pero ya era demasiado tarde.
Ranma se había incorporado ligeramente y, apoyado en un codo, la miraba fijamente con el ceño fruncido.
–¿Qué te ocurre, cara?
Akane se mordió los labios para intentar dejar de lloriquear como un niño.
–Nada... perdona... –contestó ella restregándose los ojos con el dorso de la mano–. No suelo ser tan emocional cuando... Quiero decir durante...
Ranma le quitó las lágrimas con la yema del pulgar.
–¿Qué es lo que ha sido tan diferente esta vez? –preguntó él suavemente.
Akane apretó los labios temblorosa, pero sin poder controlar aquellos sollozos que parecían venir de algún lugar muy profundo de su alma. Se cubrió la cara con las dos manos y dejó escapar un último sollozo ahogado.
–Disculpa... Estaré bien en un minuto... Sólo necesito un minuto.
Ranma le apartó las manos de la cara y la miró con gesto preocupado.
–Cara, ¿he hecho algo que no te gustó?
Ella negó con la cabeza y se volvió a morder los labios para tratar de dominar sus emociones.
–No, claro que no. Es sólo que... nunca había sentido antes... una cosa así.
–¿Quieres decir que nunca habías tenido un orgasmo practicando sexo oral?
Akane desvió los ojos, incapaz de sostener su penetrante mirada, y respiró profundamente para tratar de recobrar la calma.
–Quiero decir que nunca había tenido hasta ahora un orgasmo. Punto.
La nuez de la garganta de Ranma se movió repetidamente arriba y abajo como el pistón de un motor. Pasaron algunos segundos, tal vez sólo dos o tres, pero que a ella se le hicieron una eternidad.
–No sé si te he entendido bien –dijo él alzándole la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos–. No serás virgen, ¿verdad?
–No, Ranma, no lo soy –respondió ella con tristeza.
Él hizo un par de gestos con los labios, como si estuviera buscando las palabras más adecuadas.
–Creo que lo que tratas de decirme es que no has disfrutado hasta ahora con las experiencias sexuales que has tenido, ¿no es eso?
Akane dejó escapar un profundo suspiro y asintió con la cabeza mientras se recostaba en la almohada y él le apartaba, con la mano, un mechón de la cara. Sintió aflorar a la superficie una nueva oleada de emociones ante la suavidad y delicadeza de sus dedos.
–¿Quieres hablarme de ello? –le preguntó él.
Akane contempló aquellos ojos que la miraban con gesto serio y preocupado. La mayoría de los hombres que había conocido habrían seguido hasta el final para su satisfacer su propio placer, pero él no.
–¿No quieres terminar...?
Ranma frunció el ceño más aún y se levantó de la cama, se quitó el preservativo y lo tiró a un lado. Luego se puso los pantalones y se subió la cremallera.
–No sé qué clase de hombre te crees tú que soy, Akane, pero no pienso hacer el amor contigo hasta que no me lo cuentes todo. ¿Me entiendes?, todo.
Akane tiró de la sábana y se cubrió con ella. No solía mostrarse tímida con los hombres, se había acostumbrado a desconectar la mente de su cuerpo, pero con Ranma todo era diferente.
–¿Por qué no empiezas por el principio? –sugirió él, al ver su mutismo.
Ella lo miró con recelo, abrazándose a las rodillas.
–No tengo nada que decirte. ¡Ojalá no te hubiera dicho nada! Creo que estás haciendo una montaña de un grano de arena.
–Maldita sea, Akane, esto es importante. No puedes dejar caer una bomba como ésa cuando estamos haciendo el amor y esperar que todo siga como si nada hubiera pasado.
Ella no pudo sostener su mirada y apoyó la barbilla sobre las rodillas. Había intentado ser fuerte. Con cualquier otro hombre lo habría logrado, pero no con Ranma.
–Akane –dijo él en voz baja–, hay una cosa que no consigo entender, ¿por qué con la reputación que tienes no has disfrutado hasta ahora plenamente del sexo?
Akane levantó lentamente la cabeza de las rodillas. Se sentía avergonzada, pero sostuvo su mirada.
–¿Te acuerdas de aquella noche de la fiesta? Tenía dieciséis años e intenté seducirte.
–No es algo que me guste recordar demasiado –él asintió tristemente con la cabeza–. Hice lo que creí más correcto. Sé que fue un poco duro para ti. Muchas veces he pensado que, si me hubiera comportado de otra forma, quizá no te habrías ido con Ryoga.
Akane se levantó de la cama, arrastrando la sábana con ella. Quería ponerse la ropa, pero de ningún modo vestirse delante de él.
–Aquí tienes –dijo Ranma, dándole su albornoz, que estaba colgado detrás de la puerta del cuarto de baño–. Ponte esto.
Akane se lo puso y se ató el cinturón. Era demasiado grande para ella.
–Te pareces a Eve cuando se pone a jugar con los vestidos de su madre.
–Me gustaría poder volver a su edad para empezar de nuevo –dijo ella con una sonrisa triste y melancólica–. Quizá no cometería los mismos errores.
–Todos cometemos errores, Akane. La vida es así: vivir y aprender de nuestras equivocaciones.
–Debería haberte hecho caso aquella noche –dijo ella–. Debería haber tenido en cuenta todo lo que me dijiste. Pero no, hice todo lo contrario. Era tan rebelde entonces... Estaba tan dispuesta a demostrar a todo el mundo que podía hacer lo que quisiera. Pero estaba equivocada, terriblemente equivocada.
Ranma sintió un malestar por dentro. Aquél era un lado de Akane que nunca había visto antes: su lado vulnerable. Atrás quedaba la mujer dura y segura de sí y en su lugar aparecía una joven que se lamentaba de que el mundo la había tratado mal. Guardó silencio para que ella continuara, sintiendo un nudo en la garganta como si una mano le estuviera apretando el cuello impidiéndole respirar.
–Acostarme con tu amigo fue algo de lo que siempre me he arrepentido –dijo Akane, mirándolo con sus ojos marrones impregnados de dolor–. No resultó como había pensado. Quería vengarme de ti por haberme rechazado y, sin embargo, yo fui la única víctima.
Aquella mano invisible que tenía Ranma alrededor del cuello pareció apretarle un poco más.
–¿Te hizo daño aquel malnacido? –preguntó él.
–No, al menos no fue esa su intención. Tú tenías razón, Ranma. Yo era demasiado joven para tener relaciones sexuales. No estaba preparada emocionalmente. Dejé que alguien, al que apenas conocía, jugara con mi cuerpo. Me quedé tan avergonzada cuando terminó todo... Estuve llorando durante horas. Pero luego, en vez de aprender de mi error, volví a reincidir en él, y de repente, cuando sólo unos días antes nadie quería saber nada de mí, me convertí en la chica más popular de la ciudad. Supongo que era una manera de llamar la atención.
Ranma cerró los ojos durante unos segundos y los abrió después como si volviera del pasado después de haber estado viajando a través del tiempo.
–Akane... –dijo él, avanzado un paso hacia ella, pero deteniéndose al verle levantar la mano.
–No –dijo ella—. Déjame desahogarme. Ya es hora –dijo ella con una amarga sonrisa–. Durante todos estos años, he estado fingiendo ser una mujer frívola y dejé incluso que la prensa me retratara de ese modo. Yo misma me busqué esa reputación acudiendo a todos los lugares de moda, vistiendo de forma provocadora, coqueteando con todos, actuando como si fuera de verdad la reina de corazones de la ciudad. Supongo que es la forma en que me veía a mí misma: una mujer de mundo a la que le importaba un bledo lo que los demás pudieran pensar de ella.
–Pero sí que te importaba lo que la gente pensase de ti, ¿verdad? Tu padre, por ejemplo. Durante todos estos años has estado haciendo todas esas cosas para llamar su atención, pero no te ha dado resultado, ¿no es así, Akane?
–Él nunca me ha perdonado que no fuese con mi hermano aquel fin de semana. Si yo hubiera estado con Sou, él no habría ido aquella pista de esquí. Sou era el favorito de mi padre. Aou lo sabía y trató de compensarme siendo el mejor hermano que una podría imaginar. Sin él, yo habría sido como un barco a la deriva. Habría estado dándome continuamente golpes contra las rocas, como si quisiera autodestruirme.
–Tú no tuviste la culpa de la muerte de tu hermano –dijo Ranma–. Nadie puede echarte la culpa de eso y menos aún tu padre.
–No puedo hacer retroceder las manillas del reloj –dijo Akane con tristeza–. Me gustaría, pero no puedo. Y no sólo por aquel fin de semana, sino por toda mi vida en general. Me gustaría haber estado más tiempo con mi madre. Creo que todo habría ido mejor entre las dos si no se hubiera muerto tan pronto. Ella me habría ayudado con mis... –se detuvo a tiempo y se mordió el labio de nuevo.
–¿Te habría ayudado con qué, Akane? –preguntó él apremiante.
–Mmm... con mis cuadros.
–¿Con tus cuadros? –exclamó él sorprendido.
–Sí, unas acuarelas, en realidad. Nada del otro mundo. No tengo ninguna formación académica, es sólo un hobby. Supongo que no valen nada. Nunca se las he enseñado a nadie. Lo hago sólo para pasar el rato. Pero es algo que me gusta, lo encuentro creativo.
–Creo que tienes talento, estás siendo demasiado crítica contigo misma.
–No tengo ninguna cualificación –repitió ella–. A menos que consideres como tal todo el tiempo que me he pasado deambulando por los museos, galerías y exposiciones de arte. Sólo sé que me gusta pintar. Eso es todo. Pero ni siquiera tengo un estudio donde tener mis obras.
Él la miró muy pensativo durante un buen rato.
–¿Te gustaría tener tu propio estudio?
Akane sintió un escalofrío de emoción a la vez que un sentimiento de gratitud. Ranma no se había reído de ella ni había ridiculizado su pintura, sino que le estaba ofreciendo su apoyo.
–¿Crees que podría utilizar como estudio una de las habitaciones de tu villa de Roma? –preguntó ella tímidamente–. He traído algunas cosas conmigo, pero no creo que vayamos a estar aquí el tiempo suficiente para montarlo todo de manera adecuada.
–Puedes utilizar la habitación que creas conveniente, tanto aquí como en Roma. ¿Necesitas algo? ¿Materiales, pinturas, un caballete...?
–No, tengo todo lo que necesito –contestó ella–. Me lo traje de Londres.
Él la miró en silencio durante unos segundos.
–Eres un pozo de sorpresas, cara –dijo Ranma.
Akane sintió un rubor en las mejillas y bajó la mirada.
–Supongo que todos tenemos nuestros secretos.
–Yo no. Yo soy tal como me ves –dijo él con una sonrisa irónica–. Superficial y egoísta. Es lo que la prensa dice de mí, ¿no? Y, déjame decirte, que no andan muy desencaminados.
–No lo creo –replicó ella mirándolo ahora a los ojos–. Eres es mucho más sensible y profundo de lo que quieres hacer creer a la gente.
–¿Qué te hace decir eso?
–Tú no eres como los demás hombres que conozco o he conocido en el pasado. Siempre he pensado eso de ti.
–Escucha, Akane. No quiero que saques falsas conclusiones de todo esto. No pienso tener una relación estable y menos aún desempeñar el papel de esposo feliz que vuelve a casa después del trabajo para dar un beso a su fiel esposa. Ya te lo dije, yo soy así de egoísta y aprecio mucho mi libertad. Este matrimonio es únicamente una forma de conseguir mi parte de la herencia. No se trata de construir un futuro juntos, ni de enamorarnos. Creo que dejamos eso bien claro, ¿no?
Akane puso cara de indiferencia, pero por dentro volvió a sentir aquella misma sensación dolorosa de rechazo de cuando tenía dieciséis años. Sólo que ahora era aún peor. Ella no era lo suficientemente buena para él y nunca lo sería. El haberle abierto el corazón no había contribuido a mejorar las cosas. Todo lo contrario. Él se había mostrado comprensivo y le había brindado su apoyo y ayuda. Le estaba agradecida por eso, pero se engañaría a sí misma si pensase que aquella confesión sincera podía haber despertado su amor. Él no estaba interesado en una relación estable con ninguna mujer y menos aún con alguien como ella que había llevado una vida tan indecorosa.
–¿Akane? –dijo el, poniéndole una mano en la barbilla.
Ella apartó la cara y se puso de pie.
–¿Por quién me tomas, Ranma? –exclamó ella muy indignada–. Te lo dije antes. Ya no soy la colegiala ingenua que pierde la cabeza fácilmente por un flechazo. Hemos pasado un buen rato..., al menos yo, pero ha sido sexo, nada más. Por cierto, tengo que darte las gracias. Fue maravilloso, algo memorable, pero no significa que sienta nada por ti.
Él se quedó mirándola durante un instante antes de contestar.
–Sólo trato de decirte que procures controlarte, Akane. Sé lo que sucede cuando una mujer encuentra a un amante que colma todas sus aspiraciones. La línea divisoria entre la pasión y los sentimientos se vuelve borrosa. El sexo para mí es una necesidad fisiológica. Me gusta el sexo, pero eso no quiere decir que necesite amar a la persona con la que lo práctico.
–No me voy a enamorar de ti, Ranma –replicó ella, cruzándose de brazos.
«Porque ya lo estoy. Loca y apasionadamente», se dijo ella para sí.
Ranma se dirigió hacia la puerta del dormitorio, pero se detuvo antes de salir y se giró para mirarla.
–El asunto del dinero de la herencia no es sólo cuestión de egoísmo personal –dijo él muy serio–. Si yo perdiera mi parte de la empresa Saotome, podría entrar un nuevo accionista mayoritario que se hiciese con el control de la compañía en detrimento de mis hermanos. Estos últimos años han sido muy difíciles financieramente hablando. Hay que controlar muy bien el negocio, no puede uno bajar la guardia ni por un momento. Mi abuelo lo sabía y utilizaba eso para conseguir que yo hiciera siempre lo que él quería. Tenía una especie de fantasía contigo y conmigo. Pensaba que podríamos entendernos. Pero era sólo eso: una fantasía. Nada de esto es real, Akane. Es como interpretar un papel en una obra de teatro. Nuestro objetivo primordial es conseguir que pase este año de la mejor forma posible y recoger al final nuestras ganancias.
–¿Significa eso que no requerirás ya mis servicios en la cama? –preguntó ella arqueando las cejas–Yo también puedo separar el sexo de los sentimientos. He estado haciéndolo todos estos años. Estaría encantada de poder hacerte un favor. Después de todo, te debo una, italiano.
–No te hagas la frívola conmigo, Akane. No te va –replicó él muy molesto por sus palabras.
Ella le dirigió una mirada de desdén mientras Ranma salía del cuarto.

la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora