la gran boda

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AL final, Ranma tuvo que volar a Río de Janeiro. Llamó a Akane al teléfono fijo esa misma tarde para confirmárselo. Ella se preguntó si no estaría distanciándose de ella después del beso de esa mañana. No había sido un beso cualquiera. Sus labios seguían estremecidos varias horas después. Sentía una extraña sensación, mezcla de vacío y de placer que nunca había sentido antes.
Pasó un par de días tranquilos pintando en los jardines de la villa hasta que llegó la víspera de la boda y empezaron los ajetreos de rigor. El viaje resultó mucho más sencillo de lo que se había esperado. La organizadora de bodas se había ocupado de todos los detalles y lo único que ella tuvo que hacer fue ir al salón de belleza, para que la peinasen y maquillaran, y ponerse luego el vestido y los zapatos.
Cuando finalmente llegó a la iglesia de la pintoresca ciudad de Bellagio, a orillas del lago de Como, se sintió como si fuera la protagonista femenina de una película dirigida por Ranma. Su padre entró en la iglesia mirando a todos los invitados con una radiante sonrisa como si fuera el hombre más orgulloso del mundo. Akane siguió el juego de la familia unida y puso cara de hija obediente y sumisa, pero cuando llegó a la altura del banco reservado a los familiares, donde estaría su hermano sonriéndole si estuviera vivo, sintió un dolor indescriptible.
Levantó la vista y vio a Ranma, esperando de pie en el altar junto al sacerdote. Sus ojos se iluminaron al verla y esbozó una sonrisa de orgullo, que ella interpretó como parte del guion. Pero no pudo evitar sentir un pequeño vuelco en el corazón al ver la forma en que él se fijó en la pequeña herida del labio inferior, ya casi curada. Se puso a su lado y escuchó respetuosamente las primeras palabras del sacerdote.
Akane sabía que en esa iglesia habían bautizado a la hermana pequeña de Ranma y también que, en esa misma iglesia, sus padres y sus hermanos se habían despedido de ella sólo tres meses después. La organizadora de bodas le había dicho discretamente que era la primera vez que la madre de Ranma volvía a poner los pies en la villa de Bellagio desde la muerte de Tsubasa, hacía ya más de treinta años. Era, sin duda, un lugar perfecto para pasar una luna de miel, pero ella no acertaba a comprender por qué Ranma había insistido tanto en casarse allí. Además, en su caso, no podía hablarse propiamente de luna de miel, se dijo ella. Aquello no era más que una farsa, un espectáculo para la galería, de cara a la prensa y a los invitados. Pero estaba resultando una ceremonia muy brillante, como se esperaba de alguien de la categoría de Ranma y de la suya.
El sacerdote anunció finalmente que había llegado el momento en que Ranma podía besar a la novia. Akane sintió una emoción especial. Se le hizo un nudo en la garganta cuando él le puso una mano en la mejilla, con una delicadeza y una ternura como la de cualquier novio realmente enamorado. Contuvo la respiración al ver cómo él inclinaba la cabeza y la bajaba despacio palmo a palmo hasta sentir finalmente el suave contacto de sus labios en los suyos.
Akane se quedó sorprendida de su propia reacción, de su respuesta a aquel beso. Era como si él le hubiera transferido alguna corriente eléctrica muy potente directamente de su boca a la suya. Sus labios se movieron instintivamente al compás de los suyos, suave y tímidamente al principio, pero luego con más deseo y pasión a medida que él hizo el beso más intenso con los movimientos lentos pero incitantes de su lengua. Fue un beso, no tan apasionado y salvaje como el de aquella mañana, pero por alguna razón su ternura y delicadeza lo hizo aún más excitante. Sintió una oleada de calor recorriéndole el cuerpo, su lengua se fundió con la suya, saboreándolo, gozando de la genuina masculinidad de su boca. Sabía a menta fresca y, sin embargo, era caliente y erótica y estaba cargada de sensualidad.
Ranma se apartó lentamente y le dijo muy bajo al oído con una sonrisa.
–Resérvate para más tarde, cara, para cuando estemos los dos desnudos y solos.
Akane sintió un intenso calor en las mejillas, pero no pudo hacer nada por disimularlo sino devolverle la sonrisa, pues sabía que todo el mundo estaba pendiente de ella. Pero, para sus adentros, estaba que echaba chispas por la arrogancia de Ranma. ¿De verdad se creía que iba a acostarse con él sólo porque estuviesen casados? Probablemente se hubiese acostado con su amante el día anterior. Su ira iba en aumento, poco a poco. No era de extrañar que hubiese hecho un vuelo directo a Río de Janeiro. Quería aprovechar, sin duda, sus dos últimos días de libertad, esa libertad que, según él, era el precio que había pagado por ella.
Akane sabía que sería un amante inolvidable por muchas razones. Pero dejar que su relación llegase a ese grado de intimidad podría resultar desastroso para ella a largo plazo. Era algo que sabía muy bien. Aunque no hacía más que repetir lo mucho que le odiaba, sabía que ese odio podía transformarse en algo muy distinto y mucho más peligroso. Tenía que tener presente, en todo momento, que su matrimonio era sólo un acuerdo temporal y que cualquier relación entre ellos duraría sólo hasta que Ranma consiguiese lo que quería: su herencia.
La fiesta se celebró en la villa, donde se había instalado una gran carpa en los jardines. Se sirvió champán y Akane continuó desempeñando su papel de novia feliz, un papel para el que parecía estar dotada de unas cualidades interpretativas sorprendentes. Estuvo charlando animadamente con los hermanos de Ranma y sus esposas y con el resto de los invitados, hasta que la cara empezó casi a dolerle de tantas sonrisas forzadas.
En un momento dado, miró a Ranma, que tenía en los brazos a su sobrino Matteo, el hijo de Shinnosuke y Maya. Sonreía al bebé de pelo negro y le decía cosas en italiano, mientras el niño chapurreaba unas palabras en ese lenguaje extraño pero universal de los bebés. La pequeña Eve, la hija mayor de Kirin y Bronte, estaba apoyada en las rodillas de Ranma, reclamando también su atención. Él se volvió entonces hacia ella y le sonrió afectuosamente, hablándole en su lengua natal, mientras la niña le respondía también en italiano aunque con un marcado acento inglés. Vio cómo Ranma la tomaba también en brazos, levantándola por los aires entre las risas y gritos de alegría de la pequeña.
–Va a ser todo un padrazo –dijo Bronte acercándose a Akane–. Se ve que tiene muy buena mano para los niños.
Akane sintió un intenso rubor subiéndole por las mejillas y, antes de contestarle, recorrió la sala con la mirada para comprobar si había aún algún miembro de la prensa merodeando por allí.
–Sabes de sobra que lo nuestro no es un matrimonio normal –dijo Akane en voz baja–. Los dos estamos en esto sólo por dinero.
–Sé que te gusta Ranma, aunque no lo quieras reconocer –dijo Bronte mirándola fijamente con sus preciosos ojos.
Akane se mordió el labio inferior y desvió la mirada hacia la copa de champán que tenía en la mano y que aún no había probado.
–Te equivocas, Bronte. Lo odio tanto como él a mí.
–No lo creo –replicó Bronte–. Yo también pensé en otro tiempo que odiaba a Kirin, pero me di cuenta de que en realidad siempre lo había amado. Ranma y tú estáis hechos el uno para el otro. Es algo que salta a la vista. Los dos sois testarudos y orgullosos, y ninguno de los dos queréis ser el primero en dar vuestro brazo a torcer.
–No me puedo imaginar a Ranma admitiendo que siente algo por mí –dijo Akane con un suspiro de desaliento–. Nunca le he oído hablar de sus sentimientos. Va con las mujeres que quiere, saltando de cama en cama. Creo que no ha llegado a tener, con ninguna, una relación que haya durado más de un mes.
–Kirin me dijo que llegaste a estar loca por Ranma –dijo Bronte–. ¿Fue tu primer amor?
Akane se volvió y miró a Bronte detenidamente. Era una mujer adorable. No era de extrañar que Kirin hubiera hecho lo indecible por reconciliarse con ella, y conseguir que aceptara al final casarse con él. Por qué había roto con ella al comienzo de su relación era algo que Akane nunca había logrado comprender. Pero ahora eran muy felices y eso era lo único importante. Los envidiaba. Y sentía también envidia de Shinnosuke y Maya, a los que había visto, unos minutos antes, mirándose a los ojos sentados en una fuente como si estuviesen ellos dos solos en el jardín. ¡Lo que daría por poder tener un amor!
–No es fácil de explicar –respondió Akane–. Ya sabes cómo es Ranma. No es de ese tipo de hombres que busca una relación estable. Esto va a ser una especie de calvario para él. Estará deseando quitarse las cadenas en cuanto se cumpla el año.
–¿Es eso lo que te dijo? –preguntó Bronte, con el ceño ligeramente fruncido.
Akane miró a Ranma, que tenía ahora en brazos a Marco, el bebé de Kirin y Bronte.
–Más o menos –contestó Akane, volviendo la mirada de nuevo hacia su cuñada–. Yo no soy la esposa adecuada para Ranma. No sé en lo que Salvatore estaría pensando cuando dispuso esas cláusulas en su testamento. Yo nunca podría hacerle feliz. No creo, de hecho, que pueda ser una buena esposa para nadie, y menos aún para un hombre tan complicado y difícil de complacer como él. Yo no puedo competir con top models y mujeres así.
–Creo que te subestimas –dijo Bronte agarrándola afectuosamente del brazo–. Eres una de las mujeres más maravillosas que he conocido, y no me refiero sólo al aspecto físico. He visto la forma en que has tenido en los brazos a Marco y a Matteo, y vi la forma en que pusiste, después de la boda, un par de flores de tu ramo de novia en el pelo de Eve. La niña te adora. Piensa que eres una princesa. Y verdaderamente lo pareces. No creo haber visto nunca una novia más impresionante.
–Eres muy amable –replicó Akane, con una sonrisa llena de afecto.
–Como sabes, no llegué a conocer mucho a Salvatore –dijo Bronte–, pero sí lo suficiente como para saber que no era tonto. Seguramente pensó que lo mejor que podía hacer era uniros a Ranma y a ti, aunque sólo fuera en un matrimonio de conveniencia. No había nada de malo en ello, pensaría que ya vendría luego el amor con el trato. Según Kirin me dijo muchas veces, el abuelo te adoraba. Nunca hablaba mal de ti, a pesar de las cosas que se decían en la prensa.
Akane miró las burbujas de champán que giraban dentro de la copa, igual que sus pensamientos dentro de ella.
–¿Cómo te las arreglas? –preguntó, mirando a Bronte nuevo–. Con la prensa, me refiero. Yo estoy ya bastante acostumbrada a ello, pero aun así, a veces me sacan quicio. Tiene que resultarte difícil, acostumbrada a tu vida tranquila en Melbourne, donde podías salir a la calle como cualquier persona.
Bronte dirigió la mirada hacia su marido y una radiante sonrisa le iluminó la cara.
–Después de un tiempo, te olvidas de la prensa –respondió ella–, y acabas centrándote en tu marido y en ti, en construir una familia fuerte y sólida, capaz de resistir cualquier injerencia externa. Comprendo que la gente se sienta fascinada por las celebridades –dijo ahora mirando a Akane–. En cierta medida, yo también lo hacía, pero ahora me doy cuenta de que todos somos sólo personas normales tratando de hacer las cosas lo mejor posible en el poco tiempo de que disponemos en esta vida. Tienes que sacar el máximo provecho de ella. Pero puedo decirte por experiencia que el matrimonio en la familia Saotome es una cosa maravillosa. Nunca me he sentido tan amada y aceptada, a pesar de que aún no he conseguido dominar el idioma. ¿Tú hablas italiano?
–Lo entiendo más o menos, pero me cuesta mucho hablarlo –dijo Akane–. Soy bastante inútil para los idiomas, con decirte que aún tengo problemas con el inglés...
–Pues necesitas hablarlo, es lo que los Saotome esperan de ti –afirmó Bronte–. Maya me está dando lecciones. Voy bastante mejor de lo que esperaba, pero si te digo la verdad, me avergüenza reconocer que mi hija pequeña lo habla mucho mejor que yo.
Ranma se acercó en ese momento y le pasó el brazo por el hombro a Akane con mucha naturalidad.
–¿Cómo lo llevas, tesoro mio?
–Me está empezando a doler la cara de tanto sonreír –dijo ella en un arranque de sinceridad.
–No te preocupes –replicó él–. La fiesta está a punto de terminar. La boda de Kirin y Bronte se prolongó durante horas y horas, pero luego acabó muy bien, ¿verdad, Bronte?
Bronte sonrió mientras miraba a Shinnosuke y Maya que seguían abrazados, recordando sin duda la noche loca de amor que habían pasado aquel día de su boda y que había sido el comienzo de su reconciliación, en un momento en que estaban sumidos en un enconado proceso de divorcio.
–Más que bien –respondió ella–. Disculpadme –exclamó al ver a Marco llorando.
Bronte se alejó discretamente para atender a su hijo, dejando sola a Akane con Ranma.
–Bronte cree que puedes llegar a ser un padre fabuloso –dijo Akane, tanteando el terreno con el valor que le daba el poco champán que había tomado.
–No opino lo mismo –replicó Ranma, con el ceño fruncido–. Es cierto que me encantan los niños, pero los de los demás. Yo no quiero tener hijos. Es mucha responsabilidad y dan mucho trabajo. Además suponen una atadura de por vida y yo valoro mucho mi libertad.
–La mayoría de la gente pensaría que eres un egoísta –dijo ella, haciendo girar de nuevo la copa, sólo para hacer algo con las manos.
–¿Tú quieres tener hijos, Akane? –le preguntó él, mirándola fijamente. Akane trató de sostener su mirada, pero no lo consiguió más de dos o tres segundos.
–Por supuesto que no –respondió ella, dejando la copa en la mesita que tenía más cerca–. Tener un hijo trastocaría mi estilo de vida. No se puede ir de fiesta con un bebé, y además, imagínate cómo se me quedaría la figura, después de nueve meses de embarazo y un parto. No, no, ¡qué horror!
–¿Quién es ahora la egoísta, Akane? –exclamó él, alzando las cejas.
–Yo no he dicho que pensase que eso es ser egoísta –respondió ella con una sonrisa irónica–. Sólo dije que la mayoría de la gente lo vería así.
Él continuó mirándola detenidamente como si pensase que sus palabras no encajaban del todo con la expresión que creía leer en sus ojos.
–Por lo que veo, ninguno de los dos queremos tener niños –dijo Ranma, balanceándose sobre los talones con las manos en los bolsillos del pantalón–. Al menos tenemos las reglas claras desde el principio. Supongo que estarás tomando la píldora, ¿no?
–Eso no es de tu incumbencia –dijo ella muy arrogante–, y además carece de importancia teniendo en cuenta que lo nuestro no va a ser un matrimonio normal.
–Veo que sigues insistiendo en tu idea de un matrimonio de camas separadas, ¿eh, cara? –dijo él inclinándose hacia ella hasta hacerla sentir su aliento en el cuello–. Deberías pensártelo dos veces. Los invitados están a punto de marcharse y nos quedaremos solos. Tú, yo y un documento que dice que estamos legalmente casados.
Akane no pudo reprimir un estremecimiento. Dio un paso atrás y tomó la copa que había dejado en la mesa. Bebió un buen trago tratando de encontrar el valor que le faltaba, pero sólo consiguió darse cuenta una vez más de lo indefensa y vulnerable que era cada vez que se hallaba cerca de Ranma.
La fiesta concluyó finalmente.

Ranma agarró a Akane por la cintura mientras se iban despidiendo de todos los invitados. Fue una despedida un poco larga y pesada, pues todo el mundo quería felicitarles y expresarles sus mejores deseos de felicidad. Akane estaba ya tan cansada de poner aquella sonrisa forzada toda la noche que pensó que, en cualquier momento, podría rompérsele la cara en dos.
Todo resultó más fácil con la familia de Ranma, que iba a salir desde allí hacia Milán. Ellos conocían todas las cláusulas del testamento de Salvatore, pero aun así, Akane se preguntaba si alguien, en especial Maya y Bronte, tendrían alguna idea de lo que ella sentía. Ella también se sentía confusa por la ambigüedad de sus sentimientos. Había aceptado casarse con Ranma para conseguir la seguridad e independencia económica que tanto deseaba, pero no había tenido en cuenta cómo podría afectarle estar con él un año entero. Ahora, al mirarlo, empezaba a sentirlo. Era un vacío en el estómago, unas palpitaciones en el corazón, un ahogo en el pecho, una extraña desazón en el punto más íntimo de su feminidad.
Nodoka, su suegra, no pudo evitar las lágrimas. Pero ella sabía que no era por ella, sino por la emoción que sentía de estar en aquel lugar donde había muerto su pequeña Tsubasa, hacía ya más de treinta años, y donde no había vuelto a estar desde entonces. Nodoka besó a Akane en las mejillas y le dio de nuevo la bienvenida a la familia.
–Ya sé que no es esto lo que ninguno de los dos hubierais querido, pero tratad al menos de llevaros lo mejor posible, Akane. Mi matrimonio tampoco fue fácil al principio, sin embargo luego pasé unos años muy felices con mi Genma.
–Estoy segura de que pondremos todo de nuestra parte para que salgan bien las cosas –afirmó Akane, no muy convencida de sus palabras.
–De todos mis hijos, Ranma es el que se parece más a su padre –dijo Nodoka–. Es igual de inquieto y... ¿cómo decís en Inglaterra...? Un espíritu libre, ¿no?
–Sí, eso es exactamente –replicó Akane.
Nodoka le dio un fuerte abrazo.
–Ranma y tú tenéis muchas cosas en común –añadió Nodoka–. Salvatore siempre decía de ti que, en el fondo, eras un ángel. Es lo mismo que le pasa a Ranma. Tiene un corazón de oro escondido en su alma, lo que tienes que hacer es saber encontrarlo y llegar a él.
Akane sonrió sin ganas mientras la familia acompañaba a Nodoka a la limusina que les estaba esperando fuera. Estaba sorprendida de la actitud de su suegra. No había muchas madres que hubieran recibido en su familia a una mujer con una reputación como la suya, pero tal vez Nodoka estuviese deseosa de que su hijo sentara de una vez la cabeza, aunque no fuera con la mujer más adecuada.
Se quedó mirando cómo la limusina que llevaba a los Saotome al aeropuerto se iba perdiendo en la distancia. Ranma se acercó entonces a ella. Sintió un escalofrío a pesar de que la noche era aún cálida. Se dio la vuelta y lo miró a los ojos con una sonrisa forzada.
–Bueno, parece que esto ha salido bastante bien, ¿no crees?
–Todo el mundo estuvo de acuerdo en decir que eras la novia más bella que jamás habían visto –replicó él con un brillo especial en la mirada–. No te lo dije antes, pero me quedé sin respiración cuando te vi entrar en la iglesia del brazo de tu padre.
Akane no se dejó engañar. No creía que estuviera siendo sincero. Sabía lo que quería, lo que andaba buscando: acabar la fiesta en la cama. Era todo un maestro de la seducción y qué mejor manera de conseguir su propósito que regalarle el oído con elogios y cumplidos para minar su voluntad y su decisión de dormir en camas separadas.
–Creo que te pasaste un poco con el beso en la iglesia –dijo ella con tono remilgado–. Un simple beso en la boca habría sido suficiente. Deberías haber mostrado un poco más de respeto.
–Te sientes culpable por desearme, ¿Akane? –dijo él con una sonrisa de complicidad.
–Yo no te deseo –replicó ella, cruzándose de brazos–. Sólo me interesa el dinero que esta unión me va a proporcionar.
–Te pasas todo el tiempo recordándolo, pero a mí no me engañas, tus ojos me dicen otra cosa. Y no sólo tus ojos, sino también tu boca. Aún no he conseguido olvidar nuestro primer beso. Eres un volcán, pura dinamita –ella suspiró con desdén y escepticismo y él añadió, tras mirarla unos segundos con mucha atención–: ¿No has comido nada?
–Oh, por favor, no empieces con eso –replicó ella algo irritada–. Ya tuve bastante con mi padre. ¡Menudo ejemplo! Emborracharse de esa manera y entrando en el coche en ese estado con esa nueva novia suya que finge cuidarle como si realmente le importara algo, cuando hasta el más tonto se da cuenta de que sólo va por su dinero. Pero ya se sabe, no hay nadie más tonto que un viejo tonto, ¿verdad?
–En realidad, no le odias, ¿verdad? –exclamó él, frunciendo el ceño. Ella le lanzó una mirada que podría haber atravesado el mármol.
–No siento nada por él, ni por nadie.
–No te creo –dijo Ranma–. Te vi jugando con Eve. ¿A ella también la odias?
–Crees que me conoces muy bien y que no tengo secretos para ti, ¿verdad? –exclamó ella con los ojos brillando de rabia–. Pues te equivocas. Ya no soy la niña ingenua y mimada que se quedaba prendada de todo lo que decías porque estaba loca por ti. He madurado. Ahora sé cómo protegerme de los tipos como tú. ¿Te crees que puedes llevarme a la cama con unas cuantas palabras bonitas? Pues te equivocas. No soy tan fácil.
–La prensa no opina lo mismo –replicó él con una sonrisa irónica.
–La prensa no siempre dice la verdad. Tratan de dar una versión de los hechos que les permita vender el mayor número posible de ejemplares. Me presentan como una vividora, una ninfómana que se arrima a todo lo que tenga pantalones. Pero tengo mis principios. No me interesan en absoluto los maridos de otras mujeres. Sería incapaz de traicionar a mi mejor amiga acostándome con su marido.
Ranma la miró durante un instante. Sus pensamientos parecían revolotear alrededor de su cabeza como insectos tratando de evitar ser rociados por un spray venenoso.
–¿Estás tratando de decirme que la aventura entre Ryu Kumon y tú no era verdad?
Akane sostuvo su mirada como si fuera un desafío consigo misma.
–¿Tú qué crees? ¿Piensas de verdad que soy de esa clase de mujeres capaz de acostarse con el marido de su mejor amiga, mientras ella está en las primeras semanas de su embarazo? Un embarazo que, por cierto, se malogró.
Ranma arqueó las cejas, sorprendido. No había leído nada referente a aquel bebé en la prensa. No conocía realmente demasiado a Kumon, había coincidido con él en algunos actos, pues se movían en los mismos círculos. Ranma había visto a Ryu varias veces y daba la impresión de ser un hombre de negocios serio y responsable. No parecía, en modo alguno, capaz de engañar a su mujer, pero había que reconocer que Akane era una tentación para cualquier hombre. Él podía decirlo con conocimiento de causa. Akane ejercía un gran poder sensual sobre él, con aquellos ojos marrones y profundos que lo arrastraban a uno al abismo para luego traicionarle. Le gustaba jugar al gato y al ratón, era una actriz consumada en ese juego. Pero si ella era inocente, ¿por qué no se había defendido, demandando a la revista? Tenía abogados de prestigio a su disposición. No era precisamente una indigente, aunque hubiera tenido que depender de la generosidad de su padre hasta ahora.
–Si no eras tú la que estaba al lado de Kumon, entonces, ¿quién era? –preguntó él.
–No tengo ni idea –respondió ella tan impasible como un jugador de póquer profesional.
Ranma se preguntó si estaba mintiendo para protegerse a sí misma o a alguna otra persona, o si realmente no lo sabía. Empezaba a tener la impresión de que, cuanto más pasaba el tiempo, menos la conocía. Se había comportado, durante toda la fiesta, como una auténtica esposa. Había estado realmente convincente. La forma en que había respondido a su beso, tanto en la iglesia como en su villa de Roma, había revelado que, bajo aquella capa de aparente frialdad y frivolidad, había una mujer apasionada y con sentimientos. Ella no era más inmune a él de lo que él lo era a ella, aunque se empeñase en negarlo. ¿Era orgullo o formaba parte de su estrategia? No sabía decirlo, pero estaba decidido a hacer que su matrimonio fuera tan verdadero como el que más, aunque le llevara la mayor parte del año conseguirlo.
Sí, conseguiría que ella viniera a él por su propia voluntad. Sería sólo cuestión de tiempo. Sintió un deseo indescriptible pensando en tenerla entre sus brazos, escalando la cima del placer.
–¿Qué te parece si echamos un trago para celebrar nuestro matrimonio temporal? –dijo él.
–Ya he agotado mi cupo de bebida por esta noche –replicó ella–. Me voy a la cama.

Una hora después, Ranma daba vueltas por el salone, preguntándose por qué estaba tan inquieto y nervioso. Realmente, él sabía por qué, pero no quería admitirlo. Se había hecho a la idea de acostarse con Akane esa noche pero, sin embargo, ella le había rechazado tajantemente. Apuró de un solo trago su copa, a sabiendas de que probablemente se estaba excediendo en la bebida. ¿Qué demonios estaba haciendo allí él solo con una botella de brandy en su noche de bodas?
Se pasó la mano por el pelo. Aquello era ridículo. Pero tenía que controlarse. Akane no era la mujer con la que deseaba pasar el resto de su vida. No estaba dispuesto a pasar el resto de su vida con ninguna mujer. Él no era como sus hermanos, que habían sentado la cabeza y tenían esposa e hijos, y estaban contentos y felices con su suerte. Él siempre había aspirado a algo más. Más dinero, más emociones, más retos.
Se disponía a servirse otra copa cuando creyó oír unas pisadas por la escalera. Dejó la botella en el mostrador de las bebidas y se dirigió al pasillo. Akane bajaba los escalones muy despacio, peldaño a peldaño. Miró a un punto lejano y misterioso como si fuera ciega o tuviera la mirada perdida, y se apoyó en la barandilla de la escalera como si tuviera miedo a caerse.
–¿Akane?
Ella pareció no oírle y continuó bajando paso a paso con aquel rostro inexpresivo. Ranma parpadeó un par de veces, preguntándose si lo que estaba viendo no sería producto del brandy que había tomado. Pero no, ella seguía allí, bajando suavemente los escalones hasta llegar abajo, al vestíbulo. Llevaba un camisón muy ligero, bajo el que se transparentaba su cuerpo desnudo, sus pechos turgentes y firmes y sus pezones rosados tan incitantes. Y más abajo, entre los muslos, se vislumbraba su punto más femenino. Se imaginó haciendo que le sintiera dentro de ella. Estaba a punto de acercarse para estrecharla entre sus brazos cuando de pronto ella miró a su alrededor con la mirada de un ciego, suspiró profundamente y dio la vuelta disponiéndose a subir la escalera.
Ranma la contempló y contuvo la respiración al darse cuenta de que estaba viendo a una sonámbula. Tuvo la intención de despertarla, pero recordó haber leído en algún sitio que eso era lo último que había que hacer. Que lo más indicado era seguir a esa persona a la cama para asegurarse de que estuviera a salvo.
La siguió pues por la escalera, manteniéndose a unos pasos por detrás, para no asustarla. Akane se dirigió a la habitación que parecía haber elegido para dormir. Era la que estaba más alejada del dormitorio principal, una de las habitaciones que se había utilizado en el pasado como cuarto de invitados. La mitad de sus cosas seguían aún en las maletas y bolsas del viaje, desparramadas por la habitación. Akane cruzó la habitación y se metió en la cama. Se tapó con la sábana y cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza dulcemente sobre la almohada.
Él se quedó allí mirándola largo rato, a la luz que se filtraba del rellano de la escalera, hasta casi perder la noción del tiempo. De pronto, ella soltó un suspiro y hundió la cabeza en la almohada.
Ranma respiró hondo y se acercó a la cama. Extendió la mano y le apartó de la cara un mechón de pelo. Ella murmuró entonces algo ininteligible, pero que, de alguna manera, parecía dar a entender que se sentía a gusto teniéndole allí cerca, que confiaba instintivamente en él. Ranma sintió una sensación muy extraña. Él era la última persona en la que ella confiaría.
–Dulces sueños, cara.
Y antes de que pudiera arrepentirse, se inclinó hacia ella y depositó en su mejilla un beso lleno de ternura. Sintió un temblor en los labios al verla sonreír.
Se alejó de la cama y, tras una última y larga mirada, se volvió y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente.

la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora