capitulo final

132 11 3
                                    

Cuando Akane se despertó a la mañana siguiente, encontró a Ranma de pie junto a la cama con un periódico en la mano.
–¿Qué significa esto? –le preguntó, poniéndole el periódico delante.
Akane frunció el ceño mientras se apartaba un mechón de la cara. Observó durante unos segundos el periódico y luego dirigió la mirada a Ranma, que esperaba su respuesta con impaciencia.
–Ya sabes que no entiendo bien el italiano –dijo ella–. ¿Por qué no me lo lees tú?
–Aquí tienes otro en inglés –replicó él, acercándole otro periódico–. Sólo dice más de lo mismo.
Akane pudo ver una fotografía suya en la tienda de ropa para bebés donde había estado el día anterior. No podía leer los titulares, pero la foto lo decía todo: sostenía en la mano un pijamita de niño de color rosa con lunares blancos y lo contemplaba con una mirada soñadora.
–¿Y bien?
–No es lo que piensas.
–Entonces, ¿por qué no me dices lo que es? –dijo él con un tono de voz duro como el acero.
–Ranma, no puedo aguantar ya por más tiempo. Tengo que ser sincera contigo.
–¿Es éste otro de tus trucos para llamar la atención? –exclamó él señalando la foto con el dedo–. ¿Decirle a la prensa que estás embarazada antes de contármelo a mí?
–¿Es eso lo que dice? –preguntó ella con cara de sorpresa.
–¿Quieres decirme acaso que no lo estás? –dijo él con una sonrisa de desprecio.
–No, no estoy embarazada, claro que no. ¿Cómo se te puede ocurrir una cosa así? Ya te dije que estaba tomando la píldora. Nunca te haría algo así.
Ranma dejó caer el periódico y se pasó la mano por la cara aún sin afeitar.
–Lo siento, Akane. A veces me pasa como a la mayoría de la gente y tiendo a sacar conclusiones precipitadas.
–No pasa nada.
–No –dijo él–. Creo que te conozco bien y no debería haberte juzgado tan a la ligera.
–Tú no me conoces realmente, Ranma –dijo ella muy serena–. No me conoces en absoluto.
–¿Cómo puedes decir eso? Claro que te conozco.
–¿Sabes acaso lo que más deseo en este mundo?
Su expresión se tambaleó por un momento.
–Ser amada –contestó él tras pensárselo unos segundos–. Quieres a un hombre que te ame y te acepte tal como eres.
–¿Y tú me amas y me aceptas tal como soy?
Ranma sintió un nudo en la garganta como si no le salieran las palabras o no supiera qué decir.
–Me preocupo por ti, Akane –respondió él con cierta aspereza– Reconozco que al principio quizá no me porté bien contigo. Me sentía molesto por verme obligado a casarme en contra de mi voluntad. Pero con el tiempo me he dado cuenta de lo equivocado que estaba. Eres una mujer muy especial. Eres tan inteligente, tan hermosa, tan sensual...
«Se preocupa por mí», se dijo Akane con una sonrisa de amargura. ¡Qué palabra tan patética! ¡Preocuparse! ¡Por el amor de Dios! Las personas se preocupan por su perro, por sus peces de colores o por sus plantas. Pero eso no significa que estén dispuestos a darlo todo por ellos. No significa que sientan un vacío en lo más profundo del alma cuando están lejos de ellos. Que no puedan imaginarse la vida sin ellos. Ella sí sentía todo eso, y mucho más, por Ranma. Ella quería ser amada, no sólo que se preocupasen por ella.
–¿Cara? –dijo Ranma pasándole el pulgar por la mejilla–. Estamos bien juntos. Tú lo sabes. Nos entendemos bien, ¿no es verdad?
–¿Cómo sabes lo que siento por ti? Quizá podría odiarte.
–Pues, si es así, tienes una forma deliciosa de demostrarlo –dijo él pasándole el dedo por el labio inferior.
Ella apartó suavemente la cara para no tener que resistirse a aquella caricia tan tentadora.
–Ranma, necesito tiempo para pensar...
–¿Pensar? ¿En qué?
Ella se mordió el labio por donde él había pasado el dedo.
–En la noticia... en la falsa noticia del embarazo. Creo que he cambiado de opinión sobre lo de tener o no tener un hijo...
–¿Me estás diciendo que ahora quieres tener un hijo? –preguntó él.
Akane contuvo la respiración por un instante antes de contestar.
–Ya sé que eso es algo que no entra dentro de tus planes. Por eso no quiero seguir hablando de esto contigo. Me gustaría poder reflexionar tranquilamente sobre cómo quedará nuestra situación dentro de once meses. Necesito tiempo, Ranma. Por favor, déjame volver a Londres por unos días. No puedo pensar cuando estoy contigo.
–Cara, yo tampoco puedo pensar cuando estás a mi lado, pero, ¿realmente tienes que ir a Londres? Debe de hacer ahora un tiempo muy húmedo y frío por allí.
–Sólo unos días, ¿de acuerdo? Hasta mi cumpleaños. Quiero ver a Akari Kumon. Quiero que sepa que nunca traicioné su amistad. Necesito hablar con ella cara a cara. Es algo que debería haber hecho hace tiempo. Ahora que sabe que estamos casados, quizá quiera escucharme.
–Te reservaré una habitación en nuestro hotel de Londres –dijo Ranma pasándose la mano por el pelo–. Pero iré a verte en un par de días, ¿entendido? No puedo estar más tiempo sin verte.
–¿Por qué? ¿No te fías de mí?
Ranma la miró fijamente y le pasó el dorso de la mano por la mejilla.
–Porque voy a echarte mucho de menos.

Londres estaba tan frío y húmedo como Ranma había predicho, pero Akane tenía otras cosas en que preocuparse. Fue a ver a Akari a su casa. Supuso que no querría recibirla, pero se equivocó. Fue un encuentro muy emotivo. Akari había descubierto hacia sólo unos días que su marido estaba teniendo una aventura con una compañera del trabajo. Un mensaje de texto comprometedor en el teléfono móvil de Ryu había sido el desencadenante. Tras una conversación con su marido, había resultado que él había utilizado a Akane como chivo expiatorio para escudarse de sus correrías amorosas.
Akane le explicó por qué no se había defendido de aquellas calumnias, confesando por primera vez a alguien el problema de su dislexia. Akari se mostró muy amable y comprensiva, lo que le hizo preguntarse a Akane si no debería tener el mismo valor para contárselo también a Ranma. Sabía que su relación no tendría ninguna posibilidad de salir adelante si no era sincera con él.
Ranma la llamaba por teléfono varias veces al día y le enviaba una docena de rosas rojas, junto con algún regalo distinto cada día. El primer día fue un collar de perlas con unos pendientes a juego, el siguiente, un vestido de uno de sus diseñadores favoritos, y el tercero, un brazalete con incrustaciones de brillantes. Había una tarjeta con el brazalete, pero Akane sólo pudo distinguir su nombre. Pasó los dedos por la tarjeta una y otra vez, preguntándose si él la echaría de menos tanto como había dicho. Ella sí le echaba en falta. Sentía la cama vacía todas las noches, sin tener el calor y la seguridad de su cuerpo junto a ella.
Ranma llamó ese día, poco después de que Akane hubiera recibido el brazalete y ella le dio las gracias.
–Es muy hermoso, Ranma. Pero no tenías que haberte gastado tanto dinero en mí.
–¿Recibiste mi tarjeta? –le preguntó él.
Ella hizo un gesto con los labios y miró a donde estaba la tarjeta, apoyada en el florero con el último ramo de rosas.
–Sí...
–¿La has leído? –preguntó tras una breve pausa.
Akane hubiera querido decírselo todo en ese momento, pero no le pareció bien hacerlo por teléfono. Quería tenerle enfrente y verle la cara, para estar segura de que no se burlaba de ella.
–Estaba demasiado ensimismada con los diamantes –replicó ella a modo de disculpa.
–Iré a verte al hotel a eso de las seis. Tengo una reunión después de comer, pero no creo que se prolongue mucho.
–Muy bien –dijo ella–. Hasta luego.
Unos minutos antes de las seis, se presentó el padre de Akane en el hotel para felicitarla por su cumpleaños, por adelantado. No podía haber llegado en peor momento, pero no podía esperar otra cosa de su padre. Soun Tendo llevaba ya dos copas e iba por la tercera cuando llegó Ranma a la suite. Akane se levantó del sofá y salió a saludarle.
–Hola –dijo ella, hecha un manojo de nervios–. Mi padre ha venido a verme al enterarse de que estaba en Londres. Espero que no te importe.
Ranma le rozó la boca con los labios, una, dos veces, y a la tercera la besó apasionadamente. Fue un beso prolongado que hizo despertar su deseo aletargado durante aquellos días.
–Claro que no, cara –dijo Ranma, con una sonrisa cordial–. ¿Cómo está, señor Tendo?
–Venga Ranma, déjate de tanto señor, eres mi yerno. A partir de ahora, será mejor que me llames Soun –dijo el hombre muy jovial, levantando su vaso de whisky–. ¡Salud! ¡Por vosotros!
Ranma le pasó a Akane el brazo por la cintura y la llevó de nuevo al sofá. Él se sentó en una silla, a su lado. La notó algo nerviosa. Confió en que fuera por la presencia de su padre y no por la suya. Él había pasado unos días horribles sin ella. No había podido casi conciliar el sueño por la noche pensando en que ella quisiera poner fin a su matrimonio y marcharse a Australia a empezar una nueva vida. No podía soportar la idea de estar sin ella. Había sido un estúpido todo ese tiempo por no haberse dado cuenta. Pero él era así, estaba acostumbrado a no reconocer sus emociones y sus sentimientos, era algo que hacía de ya forma casi mecánica. Había vivido cerrado a los demás hasta que Akane había entrado en su vida y le había abierto el candado de su corazón.
–Bueno, Ranma –dijo Soun, sirviéndose otra copa de whisky–. ¿Cuándo me vas a dar un nieto de verdad, no de esos que se inventa la prensa? Estoy deseando que me hagáis abuelo. Y será mejor que te pongas a ello cuanto antes, Akane ya no es ninguna niña.
–Todo a su tiempo, Soun –replicó Ranma–. Todavía estamos en nuestra luna de miel.
–Espero que el primero sea niño –dijo Soun—. A los hombres nos gusta tener un hijo para que no se pierda el apellido y se haga además cargo del negocio.
Ranma le tomó la mano a Akane y se la apretó suavemente.
–Me sentiré feliz de tener un hijo, sea niño o niña –respondió Ranma–. Y, en cuanto a lo de hacerse cargo del negocio, ésa será una decisión que le corresponderá a él o a ella.
El padre de Akane carraspeó, apuró su vaso de whisky y se puso de pie.
–Bueno, chicos, gracias por la bebida, pero siento tener que dejaros.
–Ha sido muy amable viniendo a ver a su hija –dijo Ranma sin soltar la mano de Akane, que seguía un poco tensa.
–Bueno, es lo menos que podía hacer teniendo en cuenta que no podré venir a felicitarla el día de su cumpleaños. Tengo un partido de golf con mi empresa. Pero sé que a Akane no le importa, ¿verdad, Akane? Mientras tenga su regalo... Eso es lo que importa, ¿no?
–Gracias por el bono-libro, papá –dijo ella–. Me será muy útil.
Ranma esperó a que el señor Tendo saliera por la puerta para darle a Akane un abrazo.
–¿Estás bien, cara?
Ella le miró como diciendo: «Ya estoy más que acostumbrada a estas salidas de mi padre».
–Por lo menos, esta vez, no me ha puesto en vergüenza emborrachándose, aunque creo que iba ya bien servido.
Ranma frunció el ceño y se llevó la mano de ella al pecho.
–No se merece una hija tan guapa y tan inteligente como tú.
–Gracias por decir eso –replicó ella bajando la mirada.
–Lo digo en serio, cara. Eres una de las personas más especiales que he conocido. Cada día descubro más cosas nuevas de ti.
–Ranma, hay algo quede deberías saber de mí –dijo ella poniéndose a jugar con los botones de su camisa–. Algo que debería haberte dicho desde el principio.
–Si te refieres a tus problemas con la lectura, ya estoy al tanto de ello –replicó él, estrechándole las manos entre las suyas.
–¿De... veras? –exclamó ella con gesto sorprendido.
Ranma asintió con la cabeza.
–Al principio, no me di cuenta. Me costó tiempo comprender por qué no respondías nunca a mis mensajes o por qué, cuando estábamos en un restaurante, me preguntabas siempre lo que yo iba a pedir, antes de elegir tú los platos. Ya me habías dicho que no leías nunca los periódicos, pero me desconcertó el que te mostrases tan sorprendida sobre lo que se había escrito sobre tu falso embarazo en aquel artículo que te enseñé. Lo atribuí simplemente al hecho de que quizá no habías tenido tiempo de leerlo. Pero no llegué a comprender verdaderamente por qué no lo habías podido leer hasta esta tarde cuando venía hacia acá.
–¿Qué te hizo averiguarlo? –preguntó Akane pasándose la punta de la lengua por los labios.
–Me dijiste que no habías leído la tarjeta que te había enviado con el brazalete porque estabas entusiasmada con los brillantes –dijo Ranma con una sonrisa indulgente–. Pero no era cierto, ¿verdad?
–No... –dijo ella, más colorada que un tomate.
–¿No quieres saber lo que ponía la tarjeta? –preguntó él acariciándole las mejillas entre sus manos.
–Me da un poco de miedo... –dijo ella titubeante con las lágrimas a flor de piel.
–Te decía que te amaba, que te he amado desde el primer día que te conocí cuando sólo tenías dieciséis años, que no concibo la vida sin estar a tu lado amándote y protegiéndote. Es un sentimiento que he tenido siempre dentro de mí, pero que he tratado de ocultar. Es algo que he venido haciendo desde que era niño, supongo que porque no me gusta estar a merced de las emociones de otras personas y menos aún de las mías. Me hace sentir demasiado vulnerable.
–¡Me amas! –exclamó Akane ahogando un sollozo–. No me lo puedo creer, con lo poco que valgo...
–No vuelvas a decir eso de ti nunca más, ¿me oyes? –dijo Ranma con el ceño fruncido, apretándole las manos.
–Yo fui la culpable de la muerte de Sou –dijo ella tratando de reprimir las lágrimas–. Olvidé los datos del vuelo y no sabía leer las instrucciones que me había dado mi padre. Lo que sabía muy bien era fingir mi deficiencia. Estaba muy orgullosa de ello. Demasiado orgullosa como para pedir ayuda. No sabes la vergüenza que me da...
Ranma la abrazó, con el corazón compungido pensando en todo lo que debía haber sufrido.
–Cara, tú no tuviste la culpa de nada. Las personas que tenías a tu lado debían haberse preocupado de ayudarte y no lo hicieron. Ojalá yo lo hubiera sabido antes. Me quedé muy sorprendido cuando te llamé esta tarde y te comportaste como si no hubiera cambiado nada. No podía entender por qué no habías leído la tarjeta. Lo comprendí finalmente al ver tu mirada irónica cuando le dabas las gracias a tu padre por el bono-libro. Él todavía no lo sabe, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
–Siempre me ha dado miedo decírselo. Mi padre daba tanto valor a las notas que sacaba en el colegio... Nunca le parecían bastante buenas. Por eso me regala todos los años un bono para comprar libros, aunque nunca he leído un libro en mi vida.
–Por eso nunca has tenido un empleo, ¿verdad? Por eso no querías mostrar al mundo tus cuadros. Por eso te casaste conmigo, contra tu voluntad, porque necesitabas desesperadamente el dinero, ¿no es eso?
Akane tuvo que morderse la mejilla por dentro para no echarse a llorar.
–Me avergüenza tener que confesar que sólo quería casarme contigo por el dinero. Estaba decidida a no enamorarme de ti otra vez, como cuando tenía dieciséis años. Pero todo fue inútil. Cada una de tus palabras, de tus caricias y de tus besos me hacían comprender lo mucho que te amaba.
–Tesoro mio –dijo él con la voz entrecortada–. Yo te ayudaré a aprender a leer si tú me ayudas a mí a ser mejor persona. Me avergüenza lo superficial que he sido en la vida. He tratado de conseguir mis propias metas y objetivos sin pensar nunca en los demás. Pero, a partir de ahora, en lo único en lo que quiero pensar es en ti y en nuestro futuro. Tú has conseguido hacerme cambiar, Akane. Por eso mi abuelo planteó así el testamento. El muy zorro sabía que lo conseguirías.
Ella sonrió feliz mientras se abrazaba a él llena de amor.
–¿Crees de verdad que él sabía que iba a pasar todo esto? ¿Que acabaríamos enamorándonos?
–Estoy seguro –dijo Ranma–. Tú y yo siempre estábamos discutiendo en las reuniones familiares, ¿te acuerdas? La línea divisoria entre el odio y el amor es muy sutil y fácil de cruzar.
–La noche de aquella fiesta de mi cumpleaños, me habría gustado mucho más haber estado contigo que con tu amigo. Me he arrepentido todos los días de mi vida. No tienes idea de cuánto.
Él le acarició la cabeza y la abrazó contra su pecho.
–Olvídate ahora de eso, cara. Yo tuve la culpa por tratarte con tan poca delicadeza. Tal vez si hubiera llevado las cosas de otra manera, nada de aquello habría ocurrido. Debería haberte protegido, pero estaba demasiado ofuscado en mantenerme a distancia para no caer en la tentación de cruzar la raya. Eras tan joven, tan inocente...
–Cuando estoy a tu lado, me siento otra vez como si fuera aquella jovencita de entonces. Me haces sentir como si el pasado no hubiera existido y todo hubiera sido sólo un sueño.
–A mí me pasa lo mismo, cara –dijo él estrechándola entre sus brazos–. Pero ahora en lo único en lo que debemos pensar es en el futuro. Vamos a ser muy felices, ¿verdad?
–Sí, amor mío –dijo ella echando la cabeza atrás para recibir el beso de su esposo.

Seis meses después de aquel feliz día en que Akane y Ranma se confesaron su amor, tuvo lugar una exposición, en una prestigiosa galería de arte, con un éxito impresionante. Todos los cuadros tenían pegados el punto rojo indicativo de que estaban vendidos. Ranma lucía una sonrisa de oreja a oreja viendo cómo todas las miradas, así como las cámaras de los reporteros que habían acudido al evento, apuntaban a una hermosa mujer embarazada que departía animadamente con todos los asistentes. Akane estaba más radiante que nunca y Ranma aún no podía creer que fuera a ser padre en tres meses. Todas las noches ponía la mano sobre el vientre de Akane para sentir los latidos de aquel niño al que pronto tendría entre sus brazos.
Shinnosuke y Maya se acercaron a él. Iban agarrados de la mano. Maya parecía muy feliz. Estaba embarazada, aunque aún no se había comunicado nada oficialmente.
–Debes de estar muy orgulloso de ella, ¿eh, Ranma? –le dijo su hermano, sonriendo.
–Es para estarlo, ¿no crees? –replicó Ranma con el pecho henchido de satisfacción, sin dejar de mirar a su esposa.
Kirin y Bronte estaban abrazando a Akane en ese momento, felicitándole por su éxito. Ranma contemplaba la escena orgulloso de ver cómo Akane se había integrado plenamente en el seno de la familia. Su madre no dejaba de hacer alarde a todas horas de cómo Akane había conseguido hacer de su hijo un devoto de la vida familiar, como lo eran sus hermanos.
Akane lo miró desde el otro lado de la galería, con sus maravillosos ojos marrones bailando de felicidad. Ranma se acercó a ella y le pasó el brazo por la cintura.
–Llevas mucho tiempo de pie, cara, ¿no estás cansada?
–Todavía no –dijo ella, acurrucándose en su pecho–. ¿Has leído lo que ha escrito el crítico de arte en el folleto de la exposición?
–¿Por qué no me lo lees, tú? –dijo él, con una sonrisa de indulgencia. Akane abrió el tríptico de papel cuché y se puso a leer cuidadosamente las palabras mientras las iba señalando con el dedo.
–Akane Saotome es el nuevo talento que viene a aportar un nuevo aire fresco al mundo del arte. Su impre-impresio-impresionante colección titulada Enamorada de Roma ha despertado un interés más allá de nuestras fron-fronteras –Akane hizo una pausa y lo miró muy sonriente–. ¿Estás orgulloso de mí, cariño?
Ranma la atrajo hacia sí y apoyó tiernamente la cabeza encima de la suya.
–Más que orgulloso. Nunca dejas de sorprenderme. Soy el hombre más afortunado del mundo por tener una esposa como tú.
Akane le puso los brazos alrededor del cuello apretándose contra él. Los latidos del bebé resonando entre los cuerpos de sus padres parecían unirlos en un futuro sólido y esperanzador.
–Te amo, Ranma Saotome –dijo ella–. Te amo con toda mi alma.
–¿Sabes una cosa, cara? –dijo Ranma mientras una nube de paparazis se arremolinaba alrededor de ellos para captar el momento–. Yo también te amo con toda mi alma... y todo mi cuerpo.

🎉 Has terminado de leer la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma ) 🎉
la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora