Parte sin título 5

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UNA hora después llegó un abogado con los papeles en mano, tal como Ranma le había dicho. Akane cumplió con las formalidades de rigor: le ofreció té o café, le puso una silla junto a la mesa del comedor para que pudiera extender los documentos con más comodidad y puso cara de estar siguiendo atentamente sus explicaciones para que no notara su ignorancia absoluta sobre el tema.
–Y ahora, por favor, firme aquí, aquí... y aquí –dijo el abogado señalando los diferentes apartados, en los que Ranma ya había firmando con anterioridad.
Akane garabateó su firma, contemplando avergonzada lo infantil que parecía la suya al lado de la de Ranma. La confianza y seguridad que él demostraba en la vida parecían plasmadas en aquellos rasgos firmes y precisos.
Poco después de marcharse el abogado, llegó una mujer, que se presentó a sí misma como la organizadora de bodas. Akane, llevada por su entusiasmo, confirmó todas las actividades y citas que tenía programadas en cuanto llegase a Roma: ir al estudio de un diseñador de moda para hacerse un vestido a la medida, acudir a la joyería donde tenía ya encargados el anillo de compromiso y el de boda, y visitar una floristería de lujo para elegir el ramo de novia y las flores para engalanar la iglesia. Tenía que tener todo listo para desplazarse luego, en un jet privado, a la iglesia de Bellagio donde tendría lugar la ceremonia.
Todo estaba programado con la eficacia y la precisión de un reloj suizo, pero lo que de verdad le preocupaba era el año que tenía que pasar con Ranma. Podría parecer una novia feliz, pero en el fondo sabía que no era realmente la novia que Ranma hubiera deseado.
Los dos se iban a casar en contra de su voluntad. Aquella boda era sólo un trámite para conseguir lo que ambos querían.
Trató de no pensar en las fantasías románticas que había sentido en el pasado. Eso había quedado atrás, pertenecía a otro tiempo que ya no podía volver. Ahora todo era diferente. Se trataba de un negocio puro y duro, una transacción comercial con beneficios económicos. No tenía nada que ver con el amor ni con un proyecto de futuro en común. Estaba en juego la herencia de Ranma y ella era sólo un medio para conseguir ese fin, de igual manera que él lo era para ella. Sería un estúpida si creyese otra cosa.
Un mensajero llegó a la mañana siguiente muy temprano a su apartamento y le hizo entrega de un teléfono móvil de alta tecnología y última generación. Le dijo que estaba ya cargado y listo para usar. Akane firmó el albarán y, tras unos segundos de duda, abrió la caja donde venía. Lo contempló y se sintió sola en el mundo una vez más, sin nadie a su lado que comprendiera lo indefensa y vulnerable que estaba en la vida. Lo guardó en el bolso y continuó preparando el equipaje para su traslado a Roma. Los hombres de la mudanza llegaron poco después y se encargaron de empaquetarlo todo para el transporte. Vigiló atentamente cómo manejaban sus cuadros por si podían estropearlos, pero los hombres parecían muy profesionales y, antes de embalarlos y empaquetarlos, los cubrieron con una gruesa capa de papel de burbuja.
Ranma la llamó justo antes del almuerzo para decirle que estaría fuera todo el fin de semana. Tenía que volar de Londres a Río de Janeiro para cerrar un proyecto inmobiliario en la ciudad brasileña y no podría ir con ella a Roma.
–Siento tener que decírtelo con tan poca antelación –dijo él–, pero supongo, en todo caso, que tú también estarás muy ocupada con los preparativos de la boda.
–Me sorprende que no me pidas que te acompañe –replicó ella–. ¿O es que tal vez esos negocios que te llevan a Río tienes que resolverlos en el dormitorio de un hotel en vez de en el consejo de dirección de tu empresa?
–Creí que me dijiste que no leías los rumores de la prensa...
Akane apretó los dientes, imaginándole con la exótica modelo brasileña de piernas largas y torneadas. Seguramente, querría tener una aventura antes de casarse. El problema era que probablemente no sería la última. Un hombre como Ranma sería incapaz de permanecer fiel a los votos del matrimonio y menos aún a un matrimonio que era sólo una farsa.
–Creo que me dijiste también que podría hacer lo que quisiera siempre que fuera discreto y no diera que hablar –añadió Ranma al ver que ella no le respondía.
–Haz lo que quieras. Yo no puedo hacer nada para impedírtelo. Por lo que me dijo el abogado que me enviaste, te has cubierto bien las espaldas con esos documentos.
–¡Vaya! Veo que te escuece el acuerdo prematrimonial, ¿no? –exclamó él.
–¿De verdad, Ranma, crees que quiero la mitad de todos tus bienes? Te equivocas, sólo quiero lo que, según Salvatore, me pertenece.
–Los divorcios suelen ser complicados y desagradables, Akane. Cuando las acciones de la empresa se redistribuyan dentro de un año, no quiero que se venga abajo todo aquello por lo que lucharon, con tanto tesón, mi abuelo y mi padre y ahora mis hermanos mayores. No te lo tomes como algo personal. Son simplemente cosas de negocios, estrategias para proteger los activos de la empresa.
Akane comprendía que obrara de esa manera, y hasta cierto punto reconocía que ella tenía su parte de culpa por fomentar la opinión que se había forjado sobre ella, como una mujer ambiciosa y vividora y con menos cerebro que un mosquito.
–¿Te llegó el móvil? –preguntó él después de una pausa–. Intenté hablar contigo hace una hora, pero me salía siempre el mensaje de que estaba desconectado o fuera de cobertura. Dije que se aseguraran de que estuviera cargado antes de entregártelo. ¿Lo has apagado o algo así?
Akane tragó saliva y miró al bolso donde había dejado el móvil. –Mmm... la verdad es que no he podido responder, he estado muy ocupada preparando el equipaje.
–¡Pero si he contratado a un equipo de mudanzas para que se encargase de todo! ¿Por qué lo estás haciendo tú?
–No me gusta que personas extrañas toquen mis cosas –dijo ella a modo de excusa.
Se produjo otro breve silencio.
–Probablemente no volvamos a vernos hasta el día de la boda –replicó él– Este negocio me está llevando más tiempo de lo que esperaba. He organizado un jet privado para que te lleve a Roma. Mi chófer te recogerá y te llevará al aeropuerto. Cuando aterrices en el Leonardo de Vinci, un coche te estará esperando para llevarte a mi villa. Allí, Giulia, mi ama de llaves, te ayudará a instalarte y a deshacer el equipaje. La organizadora de bodas se pondrá en contacto contigo para cerrar los detalles de última hora. Tu apartamento quedará todo recogido y se le entregarán las llaves a tu padre. Creo que tiene ya una persona interesada en alquilarlo.

Akane llegó a la villa de Ranma en Roma sin ningún contratiempo, tal como él lo había previsto. Había sido un alivio para ella que, por una vez en la vida, alguien se hubiera encargado de todo. Normalmente tenía que ir ella misma a una agencia de viajes y resolver todos los trámites. Envidiaba a los que podían hacer las reservas de sus viajes por Internet. Ellos no tenían que preocuparse de memorizar todos los datos de fechas, horarios y números de vuelos. Visitar un lugar nuevo era una auténtica pesadilla para ella. Se había perdido muchas veces y se había sentido muy estúpida preguntando por una dirección que al final se encontraba sólo una o dos calles más arriba.
Conocía Roma bastante bien, igual que Milán, pero Bellagio era una ciudad desconocida para ella. Llegó a la conclusión de que, si no se alejaba mucho de la villa de los Saotome, no se despistaría. Pero si Ranma se empeñase en que le acompañase en sus viajes al extranjero tendría que pensar en alguna manera de hacer frente a su problema. No podía pasear por las calles como una turista normal, consultando mapas y callejeros. Tendría que quedarse en el hotel, matando el tiempo allí, para no correr riesgos. Preferiría morir antes de que Ranma se enterase de que era disléxica en un grado severo. Nadie lo sabía. Era su pequeño secreto. Un secreto vergonzoso.
El ama de llaves de la villa de Ranma se mostró muy seca y poco amistosa desde el primer momento en que Akane cruzó la puerta de entrada.
–Así que es usted la futura esposa de Ranmaolo –dijo Giulia Rossetti, mirándola de arriba abajo con un gesto claro de desaprobación–. Creo que no ha estado muy acertado en su elección. Lo he leído todo sobre usted y creo que no es digna de llevar el nombre de los Saotome. Estoy segura de que no le traerá más que problemas y deshonra a él y a la familia.
Akane se puso muy derecha y miró fijamente a aquella italiana de pelo negro y ojos oscuros.
–Si quiere seguir trabajando para mi futuro esposo, le aconsejo que se guarde sus opiniones –y luego añadió muy altiva, señalando al equipaje que el chófer había dejado al pie de la escalera–: Puede ir deshaciendo mi equipaje, si es tan amable. Luego me gustaría que me llevara un gin-tonic a la habitación, para cuando salga de la ducha.
Los ojos negros del ama de llaves parecieron brillar como pequeños diamantes, llenos de odio.
–Sí, signorina –respondió con los labios apretados, inclinándose para recoger las maletas.
Akane se apartó la melena de la cara con un movimiento de la cabeza y entró en la villa.
Era un lugar muy hermoso, decorado primorosamente con oro y mármol. Reflejaba el ambiente de opulencia en que Ranma y sus hermanos se habían criado, sin darle probablemente ningún valor, tal como ella misma había hecho hasta que su padre le cortó la asignación. Decidió dejar a un lado esos oscuros pensamientos y miró las obras de arte que había por las paredes. Algunas eran de sus maestros favoritos.
La villa tenía tres pisos y unos jardines de ensueño. Había además una piscina con jacuzzi y una cancha de tenis. Akane abrió unas puertas y se vio de cara al sol primaveral del mes de abril. El agua de la piscina brillaba y una ligera brisa arrugaba su superficie. El césped era una explosión de verdor y exuberancia, y emanaba ese olor característico a hierba recién cortada. Las glicinias blancas trepaban por un muro de piedra, mientras se escuchaba el zumbido de las abejas libando el polen de las flores, cuyo aroma inundaba el aire. Había rosas por todas partes y en todos los tonos imaginables: rosas y blancos, blancos teñidos de rosa, rojos pasión y sangre, malvas, amarillos y albaricoque. Se respiraba allí una fragancia verdaderamente embriagadora.
Se alejó unos metros y se sentó en un banco de piedra frente a una fuente en la que había una figura de Cupido en mármol que soltaba un chorro de agua que se vertía sobre una superficie en forma de jarra que luego se desbordaba para ir a caer en la pileta, produciendo un sonido plácido y pacífico: el murmullo suave del agua erosionando gota a gota el mármol durante siglos. Sintió un deseo irrefrenable de plasmar aquella escena en un lienzo pero tuvo que reprimirse, pues tenía todos sus bártulos en las cajas aún sin desembalar.
Cuando volvió dentro, se encontró con el ama de llaves que bajaba las escaleras en ese momento. Dirigió a Akane una mirada cáustica.
–He puesto todas sus cosas en el cuarto amarillo –dijo el ama de llaves–. Después de la luna de miel, las llevaré a la habitación del señor Saotome, pero no antes.
Akane decidió, de repente, dormir en la cama de Ranma, sólo por llevar la contraria al ama de llaves. No tendría mayor importancia, ya que él le había dicho que no estaría de vuelta en Roma hasta el día de la boda y que se verían en la iglesia de Bellagio.
–Me temo que tendrá que hacerlo ahora porque tengo intención de dormir en la cama de mi prometido –dijo ella en un tono que parecía decir «no se atreva a desobedecerme».
El ama de llaves murmuró algo en italiano y se marchó. El eco de sus pasos, resonando de ira, se fue perdiendo en la distancia a través de las losetas de mármol.
Akane dejó escapar un suspiro y subió por la gran escalera central. Apenas se oían sus pisadas, amortiguadas por la mullida alfombra que corría a todo lo alto y ancho de la misma y que estaba sujeta en cada escalón por una reluciente barra metálica dorada.
Encontró la habitación de Ranma sin ningún problema. Era tal como se la había imaginado. Enorme, igual que la cama que había en el centro. Predominaban los colores marrón y crema, con el ligero toque negro de las lámparas y las mesillas de noche, que daban al conjunto un sabor típicamente masculino. El cuarto de baño, dentro de la propia habitación, era tan grande como el dormitorio de su apartamento de Londres y seguía el mismo patrón de oro y mármol del resto de la villa.
La ducha fue reconfortante, pero no pudo evitar pensar en tener a Ranma, desnudo allí junto a ella. Se lo imaginó cayéndole el agua por su cuerpo atlético y musculoso, empapando el vello de su pecho, áspero y suave al mismo tiempo, y goteando luego por detrás, entre sus glúteos tersos y duros, y por delante, entre sus muslos y por su miembro viril. Respiró hondo unos segundos para recobrar la calma y cerró el grifo. Salió de la ducha y se puso encima una toalla blanca y esponjosa, que era casi tan grande como las sábanas de la cama.
Cuando pasó a la habitación, vio que el ama de llaves no había hecho nada de lo que ella le había ordenado. Salió, hecha una furia, al rellano de la escalera.
–¿Giulia? –dijo gritando, resonando su voz por toda la villa–. ¿Quiere venir aquí inmediatamente y hacer lo que le he ordenado?
No hubo respuesta.
Akane volvió a entrar en la habitación amarilla, dejó caer la toalla mojada al suelo, y se puso a buscar en el armario algo que ponerse. No se molestó en secarse el pelo, sino que prefirió dejárselo suelto para que se le secara al aire. Tampoco se preocupó en maquillarse. Nunca lo hacía, a menos que esperase a alguien o fuese a salir.
Bajó luego abajo. No había señales de la ama de llaves, pero vio una nota apoyada sobre una cafetera.
La miró, preguntándose si la habría escrito el ama de llaves. Por la letra hubiera dicho que la había escrito alguien que tenía mucha prisa o estaba muy enfadado, pero no sabría precisar si estaba en italiano o en inglés. Estrujó el papel hasta hacerlo una bola y lo dejó en la encimera.
Se pasó el resto de la tarde ordenando sus pinturas y bocetos en una bolsa para llevárselos con ella a Bellagio. Había visto suficientes documentales en la tele para saber lo pintoresca que era aquella región de la Lombardía tan famosa por sus lagos. Ésa era la parte de su luna de miel, si es que podía llamarse así, que estaba esperando con más ilusión.
Después de una cena ligera a base de pollo frío y ensalada que había encontrado en el frigorífico, subió al dormitorio. La villa estaba aterradoramente vacía. No se oía otro sonido que el tictac del reloj de bronce dorado que había en la mesita lacada del segundo rellano de la escalera.
Se quitó los pantalones vaqueros y la blusa, y luego el sujetador y las bragas, y lo dejó todo tirado en el suelo. Las sábanas estaban frías. Se acurrucó dentro, hundiendo la cabeza en la almohada, y en pocos segundos sintió que se le caían los párpados como si fueran de plomo...
Akane estiró una pierna y creyó tocar algo. Abrió los ojos y se quedó sentada en la cama del sobresalto.
–¿Qué diablos estás haciendo aquí? –preguntó ella mientras Ranma se frotaba los ojos.
–¿Y dónde iba a estar si no? –exclamó él apoyado en un codo–. Ésta es mi cama.
–Ya... ya lo sé, pero se suponía que no debías estar aquí ahora –replicó ella, apartando a un lado las piernas.
Ranma se incorporó y se sentó también en la cama. La sábana que le cubría le cayó por el pecho hasta por debajo del ombligo. Akane vio el oscuro vello que bajaba hasta su pubis y sintió una desazón en la boca del estómago. Estaba desnudo igual que ella. Casi podía ver el contorno y el relieve de su miembro.
–Regresé en el avión privado después de recibir una llamada de mi ama de llaves –dijo él–. Giulia se niega a trabajar para mí mientras tú estés aquí. ¿Qué demonios le dijiste?
–Se portó de manera muy grosera conmigo desde que pasé por esa puerta. Se negó a hacer lo que le pedí y me dijo cosas horribles.
Ranma apartó la sábana del todo y se levantó de la cama. Akane se quedó sin respiración al ver desnudo aquel cuerpo tan atlético y tan perfecto.
Ranma se puso una bata y se anudó el cinturón mientras la miraba detenidamente con gesto serio.
–Esto tiene que terminar, Akane. No puedes seguir así. ¿No lo comprendes? Tienes que ser más responsable de tus actos.
–¿Mis actos? –replicó ella indignada–. ¿Y qué me dices de los suyos? Ella es tu empleada y debe comportarse con más respeto. Y no tiene por qué importarle con quién te casas o te dejas de casar. Debería aceptar a tu futura esposa, sin hacer comentarios irónicos e insultantes.
–Me temo que hay momentos en la vida en que es uno mismo el que tiene que ganarse el respeto de los demás –dijo Ranma–. El respeto es algo que no le viene a uno dado de forma automática en razón de con quién esté casado, de cuánto gane o de en qué familia nació.
–No me voy a humillar ante las personas del servicio sólo para caerles simpática –dijo ella con el ceño fruncido–. Haré lo que me plazca.
Ranma, al pie de la cama, agarró la sábana que cubría a Akane y tiró de ella con fuerza hasta dejarla completamente desnuda. Sonrió al ver su cara de sorpresa. Parecía una virgen asustada, acosada por un diabólico pretendiente.
–Creo que tengo una prometida algo maleducada, tendré que enseñarle buenos modales antes de que sea mi mujer –dijo Ranma mientras tiraba de ella por un tobillo hasta dejarla entre sus muslos.
Akane trató de cubrirse los pechos con las manos. Sus mejillas tenían un delicado tono rosa y sus grandes ojos marrones una expresión de incertidumbre e inquietud. Sus pestañas, largas y oscuras, le daban un aire a Bambi, realmente cautivador.
–¿Qué... vas a hacer? –preguntó ella con voz quebrada.
–He pensado que podría comprobar la mercancía antes de comprarla, aprovechando que la tengo aquí ahora a mano –respondió él, acariciándole la pierna con la mano, desde el tobillo hasta la rodilla–. Ésa era tu intención, ¿verdad? Provocarme y llamar mi atención. Bueno, pues ya lo has conseguido, nena. Aquí me tienes, soy todo tuyo.
Ella trató de darle una patada, pero Ranma la agarró del tobillo. Luego trató de hacer lo mismo con la otra pierna y entonces Ranma le agarró también el otro tobillo, sujetando los dos con fuerza entre sus manos.
–¡Apártate de mí, malnacido! –exclamó ella, revolviéndose como un gato salvaje.
–¿Qué modales son ésos, Akane? Tienes que aprender a hablarme con más respeto.
Los ojos marrones de Akane brillaban como los de un felino a punto de saltar sobre su presa, y sus dientes blancos e inmaculados parecían estar a punto de morder a alguien.
–Nunca te perdonaré esto –dijo ella–. Si me pones un solo dedo encima, te sacaré los ojos.
–Apuesto a que le dices eso a todos tus amantes –replicó él con una sonrisa burlona.
Ella luchó contra él con una fuerza tal que resultaba difícil creer que pudiera salir de aquel cuerpo tan frágil y delicado. Se revolvió y agitó con tanto ímpetu que él decidió soltarla temiendo que pudiera hacerse daño ella misma. Se alejó de él, arrastrándose cautelosamente hacia atrás, como un cangrejo, recogiendo la sábana que él había tirado al suelo y envolviéndose en ella de los pies a la cabeza, como si fuera un sudario.
–Si crees que puedes hacer lo que quieras cuando te venga en gana, estás muy equivocado –dijo ella con una mirada retadora.
–Lo mismo te digo, cara –replicó él–. Ya es hora de que aprendas a comportarte y si es necesario te enseñaré yo mismo.
Akane le sacó la lengua. Ranma se echó a reír.
–Vas a ser dinamita en la cama. No es de extrañar que haya hombres babeando por ti. Pero yo no puedo esperar hasta la noche de bodas para comprobarlo.
–Si quieres acostarte conmigo, tendrás que pagarme por ello –le dijo ella mirándole fijamente.
–Ya te he pagado, Akane –respondió él, mientras abría la puerta para salir–. Te pagué con mi libertad y espero recoger los frutos tan pronto estemos casados oficialmente.
Akane sintió un escalofrío al oír el sonido de la puerta al cerrarse. Seguramente, no hablaba en serio. Él no insistiría en acostarse con ella si ella no quería. Se mordió el labio inferior. El problema era que ella sí quería. Lo estaba deseando.
Cuando Akane bajó a la mañana siguiente, Ranma estaba nadando en la piscina. Lo miró desde la ventana de la salita donde se servía el desayuno. Su cuerpo bronceado surcaba el agua como un atleta olímpico. Ella, a duras penas, se mantenía a flote. Ése era otro de sus fracasos en la vida. Nunca había conseguido aprender bien a nadar.
Se dio la vuelta con un suspiro y se fue a la cocina. Los platos y cacharros de la cena de la noche anterior estaban aún en la encimera, donde ella los había dejado. Había también un vaso con restos de zumo de naranja que Ranma debía haber usado antes de irse a nadar. Se encogió de hombros y salió de allí.
Ranma entró en ese momento por la puerta de la terraza. Estaba desnudo de cintura para arriba, y llevaba una toalla enrollada a la cintura.
–¿Está listo el desayuno? –preguntó él, echándose hacia atrás el pelo que tenía aún empapado de agua.
–¿Perdón? –dijo ella con el ceño fruncido.
–Sí, café y fruta y algunos panecillos recién hechos –respondió él–. Espero que lo tengas todo listo para cuando salga de la ducha.
–¿Esperas que yo haga todo eso para ti? –dijo ella, abriendo los ojos como platos.
–Bueno, mi ama de llaves se marchó de esta casa por un arrebato tuyo –le recordó él–. Parece justo que tú asumas su papel hasta que encuentre a alguien que la sustituya.
–No pienso hacer tal cosa –dijo ella muy indignada–. Hazte tú tu maldito desayuno.
Ranma la miró fijamente hasta que ella comenzó a sentir una especie de hormigueo por todo el cuerpo.
–¡El desayuno, Akane! ¡Y date prisa! Tengo una reunión muy importante en mi despacho esta mañana.
Ella apretó los labios y clavó los ojos en él. Había una gran tensión en el ambiente. Era el choque entre dos personas acostumbradas a hacer siempre su santa voluntad. Ella no estaba dispuesta a convertirse en su esclava, ni a aceptar sus órdenes como si fuera un empleada más del servicio. Sonrió para sus adentros pensando en lo que iba a hacer para demostrárselo.
Ranma se acercó a ella y la dirigió una mirada desafiante.
–¿Tengo acaso que repetírtelo? –le preguntó él.
–Estará listo en cinco minutos –respondió ella muy obediente.
–Buena chica –dijo él, acariciándole la mejilla con un dedo antes de salir.
Akane preparó café y cortó unas rodajas de fruta y las puso en un plato. Encontró pan reciente en una bolsa que había en la encimera. Supuso que lo habría llevado alguien de la panadería esa mañana a primer ahora. Llevó una bandeja con todo a la salita y la puso en la mesa que daba a la terraza.
Ranma llegó un par de minutos después, ajustándose el nudo de la corbata.
–Buen trabajo –dijo al entrar–. Sabía que podías hacerlo si te lo proponías.
–¿Cómo tomas el café? –le preguntó Akane, esforzándose por mostrarse amable y servicial.
–Con leche y dos terrones de azúcar –respondió él, sentándose a la mesa.
Akane le sirvió una taza de café y echó con mucho cuidado dos cucharadas de azúcar. Luego tomó la jarra de leche caliente.
–Tú dirás –dijo mirándolo a los ojos mientras le derramaba toda la jarra por los pantalones.
Ranma saltó de la mesa como un resorte, tratando de limpiarse a duras penas con la servilleta.
–Eres una... –exclamó él, lleno de ira.
–No me dijiste hasta cuándo –respondió ella con una mirada de inocencia.
Ranma arrojó la servilleta al suelo y se acercó a ella. Akane no había esperado que reaccionara con tanta rapidez. La agarró por los hombros y la miró con ojos de fuego.
El tiempo pareció detenerse durante unos segundos. Luego, tras soltar una maldición, él murmuró algo, se inclinó hacia ella y la besó.
Akane había perdido ya la cuenta de las veces que la habían besado. Había disfrutado algunas veces y otras había sentido asco. Pero ese beso era distinto de todos. La boca de Ranma era como una llama abrasando la suave carne de sus labios y alimentando un incendio forestal dentro de ella, un fuego furioso e incontrolado que se extendía por toda su piel. Su beso le estaba dejando marcas, pero a ella no le importó. Le encantaba su sabor fresco y varonil.
Ranma tomó su cabeza entre las manos y la besó con mayor intensidad, introduciendo la lengua en su boca en un gesto lleno de erotismo y sensualidad.
El beso siguió y siguió.
Ella sintió el sabor de la sangre en su boca, pero no estaba segura de si era suya o de él. Ella le había mordido en los labios con tanto ímpetu como él a ella. Sus dientes se habían enfrentado en un duelo sensual, compitiendo por ganar la supremacía. Sintió como si hubiera estado toda su vida esperando ese momento. Era un gran placer sentir su boca junto a la suya y su miembro, cálido y duro, entre los muslos.
Pero tan repentinamente como había comenzado, terminó.
Ranma se apartó de ella, limpiándose la boca con el dorso de la mano, y con la respiración tan entrecortada como la suya.
–Será mejor que te marches de aquí. Estoy tan enfadado que no sé lo que sería capaz de hacer contigo en este momento.
Akane se pasó la lengua por los labios inflamados, haciendo un gesto de dolor al sentir una pequeña herida en el labio. Lo miró entonces a los ojos y creyó ver en ellos un gesto de remordimiento.
–Maldita sea, Akane –dijo él, acercándose a ella y pasándole suavemente la yema del dedo índice por la herida del labio–. ¿Te duele?
–No –respondió ella en un susurro.
–Lo siento –dijo él, acariciándole el cuello con la mano.
–Yo también.
–Me temo que no tengo tiempo para ayudarte a recoger esto –dijo él bajando la mano de su cuello y apartándose unos pasos de ella–. Ya voy con retraso y aún tengo que cambiarme.
–¿A qué hora volverás?
–Te llamaré cuando lo sepa. Quizá tenga que volver a Río de Janeiro. Si es así, nos veremos en Bellagio, tal como habíamos planeado.
–¿Ranma?
–¿Sí? –dijo él, desde la puerta.
–Siento que se marchara el ama de llaves.
–Olvídalo –replicó él con una sonrisa–. Estaba pensando en despedirla de todos modos. Creo que me estaba sisando el vino de la bodega.
–¡Oh!
–¿Por qué no echas un vistazo a las demandas de empleo del periódico? –dijo él–. Así podrás entrevistar a todas las candidatas y elegir a la que te parezca mejor.
Akane volvió a sentir esa sensación de pánico que había sentido últimamente varias veces.
–Oh, no, no puedo hacer eso.
–¿Por qué no? Claro que puedes –dijo él algo extrañado–. Sólo tienes que llamarlas y concertar una cita para hablar con ellas.
–Pero no entiendo el italiano.
–Puedes hacerlo también en inglés, por Intenet –dijo–. Hay un ordenador en mi estudio. Hay montones de páginas de agencias de empleo.
–¿Puede esperar hasta que volvamos de Bellagio? –preguntó ella.
Ranma se quedó mirándola muy pensativo durante unos segundos.
–Por supuesto que sí –dijo él al fin dirigiéndose a la puerta, pero antes de abrir se quedó muy pensativo con la mano en el picaporte y se volvió hacia ella como si se le hubiera ocurrido algo–. Por cierto, sabes usar un ordenador, ¿verdad?
–¡Qué cosas dices! –respondió Akane, con aparente indignación–. ¿Quién te crees que soy? ¿Una de esas mujeres con menos cerebro que un mosquito con las que acostumbras a salir?
–No, Akane, todo lo contrario. Creo que eres una de las personas más inteligentes que he conocido. Poca gente me ha sorprendido alguna vez con la guardia baja, y tú lo has hecho no una, sino dos y hasta tres veces. Me pregunto cuántas sorpresas más me depararás a lo largo del año.
–Tendrás que esperar a verlo –replicó ella mientras él salía por la puerta.

la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora