Parte sin título 4

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LOS chicos de la prensa ya se habían marchado cuando salieron del restaurante. Akane suspiró aliviada y se dirigió con Ranma de vuelta al hotel. En general, no le importaba hablar con la prensa, pero había ocasiones en que prefería pasar desapercibida. La noticia de su inminente matrimonio aparecería al día siguiente en la primera plana de la mayoría de los periódicos. Eso tenía su lado positivo: le sería más difícil a Ranma romper su acuerdo. No le interesaría airear demasiado las condiciones que le había impuesto su abuelo en el testamento. Como todos los Saotome, era muy orgulloso, y para un playboy como él, ser arrastrado al altar, contra su voluntad, sería toda una humillación.
Ranma le pasó el brazo por la cintura en un gesto protector y se abrieron paso entre la multitud de turistas que llenaban las calles y pizzas aledañas al Gran Canal. Al contacto de su brazo alrededor de su talle, Akane sintió un calor capaz de provocar un incendio forestal. Sintió que le temblaban los muslos cuando entró en el hotel, con Ranma pegado a ella. Se montaron en el ascensor. Él no la tocó en ningún momento, pero se colocó lo suficientemente cerca para que sintiera la fuerza y el vigor de sus piernas.
Ranma sacó el móvil y se puso a revisar su agenda de contactos mientras el ascensor iba subiendo los pisos.
–¡Qué extraño! No te tengo en mi agenda –dijo él, mirándola de soslayo–. Sólo tengo tu teléfono fijo. ¿Me das tu número de móvil?
Ella apretó la boca un instante.
–Mmm... pues verás... el caso es que... no tengo teléfono móvil.
–¿Qué quieres decir? ¿Lo perdiste? –preguntó él mirándola con cara de extrañeza.
–Bueno... una vez tuve uno, pero se me perdió y luego me dio pereza ponerme a buscar otro parecido.
Él siguió mirándola sorprendido, como si fuera un ser venido del siglo XVIII, a través del túnel de tiempo.
–¡No me lo puedo creer! Estarás bromeando. ¿De verdad no tienes móvil?
Ella negó con la cabeza mientras el ascensor llegaba a la planta del ático y se abrían las puertas.
–Te conseguiré uno mañana –dijo él guardándose el móvil en el bolsillo y echándose a un lado para que ella saliera.
–No, no te molestes –replicó ella, mordiéndose el labio inferior mientras él seguía mirándola con cara de curiosidad–. Me avergüenza reconocerlo, pero soy un poco tecnófoba. Estaba empezando ya a entender el funcionamiento del móvil que tenía cuando se me perdió. No quiero tener que volver a pasar otra vez por todo aquel tedioso aprendizaje.
–Akane –dijo él mirándola con esa mirada que la hacía sentirse como si fuera una niña en la clase de párvulos–, los nuevos modelos son muy sencillos de manejar. Al final, un móvil no es más que un teclado y una pantalla, igual que un ordenador. Hasta un niño pequeño sabe usarlo. Mi sobrina Eve, que aún no tiene tres años, maneja a la perfección los juegos que tengo instalados en el móvil –ella hizo un gesto vago de asentimiento y salió del ascensor sin decir nada–. Dame entonces tu dirección de correo electrónico –le dijo él mientras entraban ya en la suite.
Akane sintió como si le sonara una alarma en la boca del estómago. Se devanó los sesos pensando una excusa de por qué no tenía una dirección de correo electrónico.
–Mmm... Así, de pronto, no sabría decírtela... Hace poco, he tenido que cambiarla. Estaba recibiendo demasiados correos... basura. El técnico que vino pensó que era mejor que la cambiase. Aún no me he aprendido de memoria la nueva dirección. Es un poco más larga y complicada que la de antes.
–Está bien, mándame un correo cuando puedas y te añadiré a mi lista de contactos –dijo él entregándole una tarjeta de visita donde constaban todos sus datos.
Akane se quedó mirando la tarjeta. Tenía un sello de distinción y originalidad, como el propio Ranma. Tenía los bordes dorados y las letras grabadas en relieve. Akane pasó los dedos por la tarjeta, sintiendo cada letra en la piel.
–¿Te la estás aprendiendo de memoria? –exclamó él.
Ella se guardó en seguida la tarjeta en el bolso y puso una expresión de indiferencia.
–No tengo ningún interés en aprender nada que no me sirva de provecho en la vida –respondió ella–. Por desgracia, casarme contigo es la única forma que tengo de conseguir mi independencia.
Ranma le dirigió una mirada cargada de desdén y desprecio.
–Veo que eres tan superficial y egoísta como te pinta la prensa. Y ni siquiera te molestas en disimularlo. Lo único que te interesa es el dinero.
Akane le dedicó una sonrisa forzada, de ésas que tienen siempre a mano las mujeres de mundo, ambiciosas y vividoras.
–Vamos en el mismo barco, italiano, no se te olvide. Los dos queremos el dinero y estamos dispuestos a vender nuestra alma al diablo por conseguirlo.
–Esperemos que al final valga la pena –replicó él con un gesto de amargura.
–Estoy segura de ello. Tú recibirás tu herencia y yo conseguiré finalmente mi independencia. ¿Qué más podemos pedir?
–Eso aún está por ver, ¿no te parece? –dijo él mientras le enseñaba el dormitorio y la cama de matrimonio–. ¿Qué lado prefieres?
Akane sintió un escalofrío, pero se controló rápidamente antes de que él pudiera advertirlo.
–Los dos. Yo dormiré ahí, tú ya puedes ir llamando al servicio del hotel para que te prepare el sofá cama.
–Supongo que estás bromeando, ¿no? Acabamos de anunciar nuestro compromiso. ¿Qué crees que pensaría el personal del hotel si viera que dormimos en camas separadas?
–Pensarían que nos estamos reservando para nuestra noche de bodas.
–Veo que eres como una veleta, cara. Tan pronto eres una mujer frívola y promiscua como pudorosa y recatada.
Akane, muy ofendida, se dirigió al cuarto de baño, pero él se acercó a ella por detrás y la agarró por los hombros, aplastando el pecho contra sus omóplatos y la pelvis contra sus nalgas. Ella sintió activarse todas sus terminaciones nerviosas en un erótico frenesí mientras su respiración cobraba el ritmo desacompasado de un motor defectuoso.
Era lo más cerca que había estado de él en muchos años. Podía sentir entre los glúteos la prueba fehaciente de su erección y el latido de su corazón en el hombro.
Sintió que toda su resistencia se desmoronaba. El muro que había levantado para defenderse de él se venía abajo por momentos. No estaba acostumbrada a perder el control de sus emociones, ella era la que ostentaba habitualmente el poder sobre los hombres, no al revés.
Excepto con Ranma...
Akane se preguntó qué pasaría si se diese la vuelta y su boca se encontrase con la suya. Introduciría la lengua entre sus labios y le demostraría que podría hacer que él perdiera el control.
Ella deseaba hacerlo. Pero no se atrevió.
–Deberías haberlo previsto, Akane –le susurró él al oído mientras ella sentía la cálida brisa de su aliento sobre la piel como un pincel deslizándose sobre un lienzo–. Viniste precipitadamente a Venecia sin pensar cómo podría terminar la noche, ¿verdad?
Akane se mordió el labio inferior al sentir su creciente erección entre los glúteos. Era tan fuerte que pareció por un momento ser capaz de separarlos. Era una sensación deliciosamente erótica y sexy. Sintió su cuerpo ardiendo en llamas. Su vientre parecía estremecerse en una vorágine de deseo. Sus pechos inflamados parecían pugnar por evadirse del frágil encaje de su sujetador.
–Dijiste que no me tocarías a menos que estuviéramos en público –dijo ella, tratando de controlarse a duras penas al sentir las caricias de su boca en el lóbulo de la oreja.
–Te dije que no te tocaría a menos que tú quisieras. Y no me negarás que lo estás deseando, ¿eh, cara?
Akane se volvió y se apartó un par de pasos de él. Lo miró de manera desafiante.
–Si vas a romper las reglas del juego desde el primer día, entonces yo también puedo hacerlo. Tengo mis contactos. Les diré todo. Les contaré incluso algunas cosas de tus hermanos. No creo que eso le siente muy bien a tu familia, ¿no crees?
Él la miró con los dientes apretados y la mandíbula desencajada.
–Un movimiento en falso, Akane, ¿me oyes?, un movimiento en falso y te verás mendigando por la calle, que es donde debe estar alguien como tú, sin principios ni moral.
–Crees que puedes controlarme, ¿verdad, italiano? –dijo ella, herida por sus crueles palabras.
–Ni siquiera puedes controlarte a ti misma –replicó él con una mirada de indignación–. Eres una niña mimada que debería haberse hecho mujer hace ya mucho tiempo. No es de extrañar que tu padre te cortara la asignación. No eres más que una mujer florero sin clase ni educación.
Akane lanzó instintivamente la mano hacia su rostro para darle una bofetada, pero él la detuvo a mitad de camino, sujetándole la mano con fuerza. Ella sintió una imperiosa necesidad de llorar. Hacía años que no lloraba. Desde el funeral de Sou. Pero no iba a derrumbarse delante de Ranma. No, no iba a darle esa satisfacción.
–Tengo que ir al cuarto de baño –dijo ella.
Cuando salió tras unos minutos, después de reparar los desperfectos de su maquillaje, encontró a Ranma de pie con una expresión inquietante en el rostro.
–Lo siento –replicó él–. No debí haberte hablado de esa manera.
Ella se encogió de hombros, sin dar importancia a sus palabras. Los de la prensa le habían dicho cosas mucho peores, pero cualquier cosa que viniese de Ranma le resultaba más ofensiva. Esperaba que no la hubiera oído lloriqueando como una niña en el cuarto de baño. Había abierto los grifos al máximo para ahogar el sonido de su llanto. Miró a Ranma, y creyó ver en su cara un gesto de arrepentimiento por lo ocurrido.
–¿Quieres que me vaya? –le preguntó ella–. Puedo alojarme en otro hotel. No creo que nadie se dé cuenta.
–No, no hagas eso –respondió él, frotándose el cuello–. Tú vete a la cama. Yo dormiré en uno de los sofás. Hay almohadas y mantas de repuesto en el armario.
Ella se mordió el labio inferior mientras le veía preparándose el sofá. Sin duda, iba a pasar una mala noche. A pesar de lo lujoso del sofá, lo más probable era que no consiguiera pegar ojo.
Ranma tenía razón. No había pensado en las consecuencias que traería el haber aceptado casarse con él. Su naturaleza impulsiva le había acarreado ya muchos problemas. ¿Cuándo iba a aprender?
–¿Te apetece tomar algo antes de acostarte? –le preguntó Ranma, una vez que se preparó el sofá.
–No, voy a acostarme. Estoy muy cansada. Me siento como si hubiera estado viajando todo el día.
–Me iré para dejar que te prepares para dormir. Voy a bajar con el ordenador a la zona Wi-Fi del hotel a terminar unos trabajos pendientes.
Akane comprendió que él no quería seguir hablando con ella. No podía culparle por eso.
–Bien, buenas noches, entonces –dijo ella.
–Buenas noches, Akane –respondió Ranma, mirándola de soslayo.
Ella se dejó caer en la cama tan pronto oyó el ruido de la puerta al cerrarse. Estaba cansada y abatida. Miró a la maleta que tenía junto al armario. Estaba casi sin deshacer. Se quedó mirándola un largo rato pensando lo que debía hacer.
Saltó de la cama, recogió sus cosas con rapidez, las metió de cualquier manera en la maleta y la cerró.
Ranma podría dormir en su cama. Ella estaría a muchos kilómetros de distancia cuando volviese a la suite. No estaba dispuesta a pasar con él ni una sola noche más de las necesarias.
Era demasiado peligroso.

Ranma subió a la habitación poco después de la medianoche. Tenía un ligero dolor de cabeza y una cierta molestia en el cuello, y se sentía mal consigo mismo por lo que le había dicho a Akane. Aparentemente, ella se había defendido bien, pero él sabía que se había ido al cuarto de baño para serenarse y ordenar sus ideas. Y había estado a punto de echarse a llorar. Por su culpa.
No recordaba haberla visto llorar desde el funeral de su hermano, e incluso entonces había aguantado hasta el último momento, cuando bajaron el ataúd con el cuerpo de Sou. Le había dado entonces un ataque de ansiedad y habían tenido que administrarle algunos sedantes al regresar a la finca de sus padres. Ranma había tratado de ofrecerle su apoyo, pero su presencia, lejos de tranquilizarla, parecía haberla trastornado aún más. Al final, se marchó y estuvo un año sin verla. No se sentía orgulloso de ello. A menudo se preguntaba si no podría haberse evitado su recaída si las personas más allegadas a ella le hubieran prestado un poco más de atención.
La suite estaba totalmente oscura. Encendió la lamparita que tenía más cerca para no molestar a Akane dando la luz del techo. Aunque la luz era muy tenue, fue suficiente para iluminar el dormitorio. Vio que la cama estaba vacía. Dirigió en seguida la mirada al sofá cama, pero también estaba vacío. Resopló con aire de preocupación y se encaminó hacia el cuarto de baño. Pero nada, no había rastro de ella, salvo un leve vestigio de su perfume. Volvió a la sala y se llevó las manos a la cabeza al ver que la maleta había desaparecido. Revisó hasta el último rincón, en busca de alguna pista, pero ella no había tenido la decencia de dejarle siquiera un nota. Maldijo en tres idiomas diferentes y se puso a dar vueltas por la sala como un oso enjaulado.
La muy intrigante se había valido de sus artimañas para que se casase con ella. Ya no había manera de romper el compromiso y ella lo sabía. La prensa estaba al corriente de la noticia. Ya se había difundido por la radio y por Internet. Había recibido incluso una llamada de sus hermanos congratulándose de que hubiera acatado finalmente la voluntad del abuelo. Era una actriz consumada. Su interpretación, haciéndose la víctima, había sido muy convincente. Tanto que él había caído en el anzuelo como un pardillo. ¡Maldita bruja!

Hacía ya veinticuatro horas que Akane había regresado a su apartamento de Londres cuando Ranma llamó al portal. Estaba llamando con insistencia, convencido de que acabaría abriéndole antes de que los vecinos se pusieran a protestar por el ruido. Akane pulsó la tecla del portero automático y esperó, con el corazón en un puño, a que subiera al piso.
Ranma llamó a la puerta suavemente con un solo toque que sonó como el disparo de una pistola descargada.
Akane le abrió con aire despreocupado y una sonrisa de bienvenida.
–Hola, Ranma.
Él pasó adentro con gesto serio.
–¿Has visto los periódicos? –preguntó él, mostrándole media docena de ejemplares que llevaba bajo el brazo.
–No leo casi nada –respondió ella, preguntándose si sería capaz de captar la ironía de sus palabras.
–Estamos oficialmente comprometidos.
–Sí, ya lo sé. ¿No es emocionante? –exclamó ella con una radiante sonrisa.
–Pues ya que estamos oficialmente comprometidos –dijo él con el ceño fruncido sin hacer caso de la frivolidad de su comentario–, espero que te comportes, en todo momento, como es debido. Eso significa que no saldrás del hotel, de la villa, de tu apartamento o de dondequiera que estemos, sin decirme a dónde vas. ¿Lo has entendido?
–Me fui porque no quería que pasaras una mala noche –replicó ella, alzando la barbilla–. No habrías conseguido pegar ojo en aquel sofá.
–¡Vaya! Ahora va a resultar que fuiste a Venecia a hacer obras de caridad –dijo él con una amarga sonrisa–. Te marchaste porque ya habías conseguido lo que buscabas. ¡Fue vergonzoso! No me dejaste ni siquiera una nota. Estuve muy preocupado por ti.
–No te creo –dijo ella moviendo la cabeza–. Sólo estabas furioso porque me marché sin avisarte.
–Sí, tienes toda la razón del mundo. Tuve que soportar el acoso de la prensa en el aeropuerto y tratar de buscar alguna excusa de por qué no venías conmigo.
–¡Tuvo que ser terriblemente agotador para ti! –exclamó ella poniendo los ojos en blanco.
–Eres la novia más insolente que he visto en mi vida –replicó él, fuera de sí.
–Y tú el novio más indeseable que se ha cruzado en mi camino.
Ranma clavó sus ojos en ella. Los ojos marrones de Akane brillaban de odio.
–He quedado con un abogado para que venga esta tarde a arreglar todos los asuntos legales contigo –dijo Ranma–. Espero tu cooperación durante la lectura y firma de los documentos.
Akane se sintió invadida por un pánico instintivo que trató de controlar a duras penas.
–Haré lo que sea necesario para recibir lo que me corresponda de la herencia, pero nada más.
–Estoy seguro de ello –dijo él muy serio–. Tengo que informarte que he decidido adelantar la boda. No quiero tener que estar pendiente de ti un mes entero. Te vendrás a vivir a mi villa de Roma tan pronto como sea posible. Nos casaremos a principios de la semana que viene. Ya les he informado de todo a mis hermanos y a mi madre.
–¡No... puedo! –exclamó Akane, incapaz de ocultar su pánico–. Tengo cosas que hacer aquí en Londres. No puedo irme hasta que no lo haya arreglado todo.
–En Italia, también tenemos peluquerías y salones de belleza, ¿sabes? –dijo Ranma con sarcasmo–. Incluso tenemos diseñadores de moda.
Ella le dirigió una mirada fulminante.
–No se puede tener todo en la vida, Ranma. Sé que tú has tenido todos los caprichos desde que eras niño, pero yo no voy a dejar que me mangonees.
–Mandaré una compañía de mudanzas para que venga a recoger tus cosas mañana por la mañana. El abogado estará aquí en menos de una hora. He contratado también los servicios de una organizadora de bodas que se reunirá contigo esta tarde a última hora. Ella se encargará de todos los detalles de la ceremonia. Volaremos juntos a Roma mañana por la tarde. Mi chófer vendrá a recogerte. Si no colaboras y haces todo lo que te he dicho, llamaré a la prensa y les diré que la boda se ha cancelado.
–No serías capaz de hacer una cosa así –dijo Akane no muy segura de lo que decía.
–Prueba a comprobarlo, Akane. Yo haré lo que me dé la gana y tú me obedecerás sin rechistar.
Akane, sin pensárselo dos veces, agarró un cojín del sofá y se lo tiró, pero salió muy desviado y fue a estrellarse contra la pared, cayendo luego sobre la alfombra sin hacer el menor ruido.
–Te odio –dijo ella–. No sabes cuánto te odio.
Ranma esbozó una sonrisa cínica, abrió la puerta y se marchó. Por segunda vez en veinticuatro horas, Akane sintió un deseo horrible de echarse a llorar.

la herencia de su abuelo ( historia de amor Akane x Ranma )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora