Día 1. Primer beso/Omegaverse

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Hannibal podía tener quince años, pero entendía perfectamente cómo funcionaba el mundo. 

Para una familia como la suya, de dinero y abolengo, lo más importante era garantizar la continuidad familiar con enlaces apropiados. Esto debido a que los Lecter eran una familia de alfas, hombres de gran masculinidad, inteligencia y empuje, y por lo tanto se esperaba de ellos que tuvieran hijos con sus mismas virtudes. Se los aleccionaba desde temprana edad para que escogieran parejas omega de su misma clase, buscando así sellar compromisos familiares antes que otros alfas pudieran interesarse. Claro que no era una regla exclusiva; si el omega era de una clase social más baja también podía ser admitido, en tanto fuera fértil, atractivo y sobre todo leal a los Lecter. El omega que solo buscara beneficiarse económicamente del matrimonio sería expulsado del clan y se le prohibiría ver a sus hijos. Pero si era leal y fiel se le aseguraría un trato digno y justo, acorde a su nueva posición. Debía eso sí, producir hijos fuertes y sanos. Con la belleza sola no se lograba nada.

Hannibal entendía todo eso, pero no le gustaba. Es decir, quería encontrar el amor tanto como cualquier adolescente, pero le fastidiaba que hubiera reglas específicas de cuáles personas eran apropiadas y cuáles no. Para él seguir reglas impuestas por otros era una estupidez, aunque esos otros fueran sus propios mayores. Nunca se los hubiera dicho en sus caras, pero por dentro se había jurado casarse únicamente con quien se le diera la gana, ya fuera hombre, mujer, pobre, rico, omega, beta o alfa. La idea de que un matrimonio eterno existiera solo para producir hijos le parecía degradante. ¿Dónde quedaba el amor, la aventura, el impulso primitivo de ser feliz sin importar nada más que sus propios deseos?

-Señorito, ¿lo puedo ayudar en algo?- preguntó el cocinero de la casa, un sujeto que se veía como maleante pero cocinaba como chef parisino. Hannibal asintió.

-Quiero un jugo natural bien exprimido, con hielo. No le ponga azúcar, no quiero empalagarme si no refrescarme.

-Sí, señorito, ahora mismo se lo preparo…

-¡Papá, papá, un insecto me picó en el brazo y ahora me arde!- exclamó un chico que acababa de llegar del patio, corriendo y con el pelo despeinado. Hannibal lo miró como si no pudiera creerlo, como si un joven semidiós hubiera aparecido en su inmaculada cocina: incluso el lloriqueo no podía ocultar la belleza de sus ojos azules, tan azules como el corazón del mar. Sus pómulos eran preciosos y sus labios prometían ser apetitosos cuando creciera un poco más, aunque no mucho. Calculaba que debía tener un par de años menos que él, lo que lo hacía interesante sin ser extraño. Y, por el sutil pero delicioso aroma a chocolate con pimienta que acababa de entrar junto con él, Hannibal dedujo que era un omega. Uno muy joven, sí, pero cuyo aroma ya era lo bastante potente como para ser notado por él. Todo eso pasó en menos de diez segundos, tiempo durante el cual su cocinero se acercó al niño y en lugar de ayudarlo lo reprendió con severidad.

-¿Qué te dije sobre armar alboroto, Will? Por dios, vas a hacer que me despidan. Lo siento, señorito Hannibal- agregó para su joven patrón, con una reverencia que al muchacho lo asqueó.- He tenido que traer a mi hijo conmigo porque mi esposa está enferma, y no podía cuidarlo. Pero descuide, lo enviaré de regreso ahora mismo para que…

-No es necesario- lo frenó cortante, mirando a Will con benevolencia para darle a entender que todo estaba bien.- No ha hecho nada malo, ¿o sí? Solo lo ha picado un insecto, no es la gran cosa. ¿Will, no?

-Sí… Will Graham, señorito.

-Hannibal- lo corrigió con dulzura, acercándose a mirarle el brazo.- Debes haber estado jugando muy cerca de los setos, ¿verdad? En esta época del año hay muchos insectos y hay que tener cuidado, pero no te preocupes, por lo que veo no ha sido nada grave. ¿Te arde?

Hannigram Week 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora