Día 2. Primera cita/Íncubo

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Hannibal adoraba ser un íncubo por dos motivos: primero, porque era genial que su trabajo consistiera en tener sexo; y segundo, porque adoraba el sexo y la sensación de poder que venía con él. 

Los íncubos eran demonios, cuyo trabajo principal consistía en seducir a seres humanos y chuparles la energía a través de sus dotes sexuales. No importaba si el humano era hombre o mujer, eso quedaba a gusto de cada uno: lo verdaderamente importante era sacarles todo el jugo posible, literal y metafóricamente, porque la energía humana era sumamente valiosa para alimentar las calderas infernales. Las calderas mantenían encendidos los fuegos que les permitían vivir, aunque cada grupo de demonios la obtenía de manera diferente. Los diablos se apoderaban de las almas de los vivos a través de tratos engañosos, las necronomitas usaban sus conocimientos para atraer mujeres puras al lado oscuro, y así sucesivamente. Ellos, al igual que las súcubos, usaban el sexo. Lo mejor del mundo.

"Y ya es hora que suba, a ver quién será mi cena de hoy", pensó Hannibal relamiéndose, hambriento de una buena revolcada. Para pasar desapercibido en lo que cazaba una presa humana, se disfrazaba como tal; la ropa humana por cierto que le quedaba bien y lo hacía lucir sexy, pero él hubiera preferido andar desnudo. Lamentablemente aquello no era posible, ya que la única vez que lo intentó fue denunciado a la policía por exhibicionismo, y la regla de oro de cualquier demonio era no llamar la atención. Conque se puso un buen traje negro y se peinó para estar lo más guapo posible.

Los humanos eran fáciles de conquistar, o quizás él era demasiado bueno en su trabajo, más de lo que creía, porque apenas pisó las aceras de un concurrido barrio americano todas las miradas se posaron en él con diversos grados de interés. Desde jovencitas sonrojadas hasta señores maduros de ojos lascivos, todos parecían haber reaccionado a su sexualidad latente; todos, excepto el joven de rizos oscuros que le tomó la orden en una famosa cafetería, quien lo miró como a cualquier cliente.

-Son siete dólares, señor. 

-Claro, sírvete…- Hannibal no pensaba dejar esa afrenta así, por supuesto. ¿Qué humano rechazaba su mirada ardiente, a ver? Al darle el dinero correspondiente de su orden de café vienés, aprovechó para tocarle la mano más de la cuenta, acariciando con descaro su muñeca. El joven de rizos por fin lo miró.

-Disculpe. ¿Qué hace?

-Eres un muchacho un poco distraído, ¿no?- comentó Hannibal, retirando la mano pero mirándolo a los ojos mientras se relamía. Su lengua había hecho felices a incontables humanos, ése de ahí adelante no podía ser la excepción.- De otro modo, habrías notado antes que te he echado el ojo. Me gustas.

-Ah. Eso, otra vez- fue la desconcertante respuesta del muchacho, que según su identificación se llamaba Will.- Mire, señor…

-Hannibal, encanto.

-Señor Hannibal, ¿tiene idea de la cantidad de veces que he escuchado cosas así? Todo tipo de propuestas íntimas que me hacen pensar que no saben leer; porque ahí en la entrada dice bien claro, "cafetería", y no "prostíbulo". Le pido que tome su orden y se marche, no me voy a acostar con usted.

-Pero…

-Sin peros, señor. Tengo que trabajar vendiendo café, ¿me hace el favor de marcharse de una vez para que pueda atender a otras personas?

Hannibal salió del local completamente derrotado, confundido y excitado, pues aunque no toleraba el fracaso no podía negarse que había sido impactado por la personalidad de Will. ¡Era un muchacho tan hermoso y fiero! Con demasiada dignidad para su gusto, pero no importaba, él lograría seducirlo a como diera lugar. Hacía mucho que no sentía el pene tan duro como lo había sentido mientras Will lo rechazaba, y eso solo podía significar que era diferente a otros humanos. Probablemente, un manjar exquisito en la cama. 

"Ahí está. Uf, buen Lucifer, es realmente un chico precioso, ¿no? Solo miren ese trasero… se verá perfecto entre mis manos" pensó relamiéndose de nuevo, mientras Will salía del local. Había tenido que esperar dos horas a que el chico terminara su turno, pero no importaba, el tiempo no era nada para un inmortal como él y su presa valía la pena. Con decisión salió de su escondite y enfrentó a Will sin tapujos, sin esperar a que estuviera en un callejón vacío o algo así, tan solo saliéndole al paso con su mejor sonrisa y dispuesto a darle todas las explicaciones que precisara.

-¿Usted otra vez? ¿Qué, me está siguiendo o algo así?

-No, Will, no te estoy acosando si es lo que piensas. Solo di una vuelta por el lugar esperando a que salieras, para explicarte algo…

Will rodó los ojos con poca educación, dándole a entender que sus excusas no taparían el hecho de que lo estaba acosando. Pero Hannibal no era el mejor íncubo por nada, contaba con innumerables recursos para hacer caer a las presas difíciles.

-Debo pedirte perdón, en primer lugar. No fue mi intención ser tan atrevido antes, y darte a entender que quería acostarme contigo. Lo único que quería era invitarte a salir, porque me gustas mucho.

-¿Ah, sí?- Una ceja levantada era señal de suspicacia, por lo que redobló la sinceridad de su tono para continuar.

-Tú no debes haberte fijado en mí nunca, teniendo en cuenta la cantidad de clientes que atiendes por día. Pero yo siempre te veo cuando vengo por aquí, y me has gustado tanto, por tanto tiempo, que ya no lo soporté y te abordé. Me pasé un poco de la raya, lo admito, pero mis intenciones eran buenas. Solo quería invitarte a salir, es todo.

Will se preciaba de juzgar bien a las personas, pero en aquel momento su confianza tambaleó un poco. En un principio había creído que Hannibal era otro de esos tipos maduros buscando conquistas jóvenes, se notaba por su ropa y su forma de hablar que era de clase alta y había tenido a muchos de ésos detrás de él desde que trabajaba en la cafetería. Pero ahora sonaba tan sincero en sus disculpas, tan natural, que se preguntó si no sería cierto. 

-Eres mayor que yo. ¿Por qué no me abordaste antes si tanto te gusto?

-Bueno, Will, justamente por eso, porque soy mayor. No creía que un chico tan lindo como tú me aceptaría una cita, pero hoy ya no pude contenerme. Tenía que intentarlo.

Hannibal podía percibir las dudas de Will, su vacilación, y decidió darle un empujoncito exudando sus feromonas de íncubo, que despertaban el apetito sexual en cualquier ser vivo. Ahora que había captado su atención con una charla normal parecía que por fin hacían efecto, a juzgar por la repentina sonrisa coqueta del menor.

-De acuerdo, Hannibal. Acepto tu propuesta. ¿A dónde me vas a llevar en nuestra primera cita?

"Por mí te llevaría al primer hotel que encuentre, y te haría el amor tanto y tan fuerte que me rogarías que no te la saque nunca de adentro" pensó excitado, pero recordando que Will era diferente. Con él no podía ir directo al grano, tenía que ser suave y románico. Ganarse su corazón, y luego sí, ganarse el derecho de abrirle las piernas para devorarle todo. 

-Vayamos a cenar, a donde tú quieras. Y perdóname de nuevo por la confusión, te juro que solo quería invitarte a salir y no hacerte una propuesta indecente. 

"Mentiroso" pensó Will divertido, mirando de reojo el bulto que crecía cada vez más entre las piernas de Hannibal. Por alguna razón ya no le resultaba repulsivo, más bien le excitaba un poco, el saber que Hannibal estaba caliente con él. "Podemos tener una cita, claro, pero apuesto a que después de la comida vendrá la cama. ¿Quieres divertirte conmigo, no? De acuerdo. Veamos quién logra seducir a quién".

-Te advierto que como mucho. Me entran muchas, pero muchas cosas en la boca.

-No importa, querido. Yo soy muy buen proveedor, lo que quieras comer lo tendrás. Yo te lo daré.

El fuego entre ellos ya había sido encendido, pero le había prometido una cena y eso le daría. Y luego, tendría su postre. Un delicioso postre de piel tersa y muslos apetitosos, la mejor primera cita del mundo.

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