Día 4. Hannibal en la cárcel

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Hannibal podía haber renunciado a su libertad cuando decidió entregarse a la policía, pero nunca renunciaría a un buen libro, una buena taza de té y un block de hojas para dibujar a gusto. Podía estar preso pero tenía estándares. No se convertiría en parte de la chusma carcelaria que pasaban las horas jugando a las cartas, peleando en el patio y armando revueltas. Eso jamás.

Lo habían sentenciado a cadena perpetua por los asesinatos del Destripador de Chesapeake, es decir, él mismo. Eso había sido un poco duro al principio, lo admitía, porque tener que renunciar a las comodidades de su lujosa casa no era cualquier cosa; pero eventualmente se dio cuenta que daba igual dónde estuviera o cómo viviera, nada cambiaría su esencia y su modo de pensar y de afrontar la vida. Gracias a su fortuna y a sus abogados aún podía pagar sus caprichos, por ejemplo. Ellos le enviaban material de dibujo, libros y alimentos exclusivos, y por supuesto se encargaban de los sobornos para que no lo importunaran los otros presos o los mismos guardias, que a veces lo miraban con odio por tener mejor comida que ellos. Hannibal disfrutaba verlos perder el control con improperios y amenazas, porque sabía que solo eran palabras. No solo por los sobornos que le garantizaban protección, si no porque incluso los más rudos le tenían miedo. ¿Cómo no iban a tenérselo, si era el único asesino caníbal de la prisión?

Sí, después del tiempo inicial le había perdido el miedo a la cárcel, porque era solo otro lugar donde dormir por las noches. Afuera no había nadie que lo esperase, ni nadie que él quisiese ver, así que le daba igual estar preso. Podría haberse escapado cuando hubiera querido, de hecho, pero no tenía interés porque nada del mundo exterior le interesaba ya.

Lo único que de verdad le interesaba, con obsesión, estaba dentro de aquellos muros malolientes. Sólo por eso ya valía la pena estar convicto.

-Buenos días, Will. Hoy luces inusualmente hermoso, ¿lo sabías?- saludó con dulzura al agente que le traía la comida, quien lo miró con dureza antes de contestarle:

-Agente Graham para ti, Lecter. Eso primero. Y segundo, ¿cuándo vas a aprender algo de respeto por la autoridad? No puedes decirme ese tipo de cosas. No soy una de tus conquistas.

-Por ahora, Will, por ahora. Es cuestión de tiempo para que caigas rendido a mis pies, y cuando eso pase estaré feliz de atraparte…

-Oh, cierra la boca- lo interrumpió Will de mal humor, sin querer ceder a sus engañosos elogios. Hannibal Lecter era atractivo como el diablo pero era un asesino, y él jamás caería ante un asesino.- Eres sólo un impertinente más, de los muchos que hay aquí. ¿Oyes eso? Son tus compañeros yendo a desayunar al comedor. Podrías estar con ellos, pero por culpa de tu actitud tienes que permanecer encerrado todo el día en esta celda. ¿Por qué no haces un mínimo esfuerzo por portarte como es debido?

-Porque no me interesa en lo más mínimo codearme con esos salvajes. Prefiero quedarme aquí, solo, y esperar a que me visites.- Le sonrió.- Tus visitas son lo mejor de mi día, ¿sabes?

-Eres un… ¡ya basta! Vuelve a propasarte y me obligarás a ponerte en tu lugar- amenazó Will sin ningún resultado, pues Hannibal solo sonrió más y se acercó lentamente hasta los barrotes.

-Así me gusta, que seas salvaje… es cuando más hermoso te ves. ¿Quieres entrar ahora mientras todos comen, así puedes castigarme?

Allí perdió definitivamente la calma y se sonrojó por entero, pues el doble sentido había sido tan obvio que no tuvo como responderle. Hannibal siempre era altanero y odioso con los otros guardias, pero con él era diferente: lo llenaba de elogios y de insinuaciones, le declaraba abiertamente su amor y hasta se había atrevido a mandarle obsequios por medio de sus abogados. Como no estaba haciendo nada ilegal no podía castigarlo con el confinamiento, pero tampoco podía seguir así mucho más. Era en extremo vergonzoso que toda la cárcel, incluidos los presos, supieran que el Destripador de Chesapeake estaba enamorado de él. Enamorado y caliente, como comprobó el día que recibiera una foto por correo del propio Hannibal, desnudo, con una dedicatoria para él en donde le proponía que se fugaran juntos y viajaran a Cuba.

"¿Qué he hecho para merecer esto?", pensó un rato más tarde, cuando fue a recoger la bandeja vacía del desayuno. Por pedido del propio Hannibal (cuyos sobornos no se limitaban a que le trajeran comida de lujo), él era el único guardia que tenía permitido acercarse a su celda, así como de sacarlo al patio una vez por semana, a solas. El asesino tenía prohibido acercarse a los demás reclusos, lo que le facilitaba la tarea de acosarlo. Algo que, ya que lo pensaba, debía haber sido su objetivo desde el principio. 

-Querido Will, por supuesto que he pedido que me atiendas a propósito. ¿Qué no lo ves? Estoy enamorado de ti, como un adolescente. Te deseo cerca mío todo el tiempo posible, te deseo por las mañanas, las tardes y las noches. Verte es una delicia, ver a cualquier otro es un tormento. No quiero a ningún otro guardia cerca mío, solo a ti.

-¿Estás loco de remate, lo sabías?- le respondió, agitado, viendo como con cada día que pasaba su cordura se alejaba de él para ser reemplazada por deseo. Hannibal lo estaba excitando con sus palabras sucias y sus miradas lascivas, con la forma que tenía de agasajarlo y de decirle exactamente lo que quería oír, por mucho que lo negara.- Jamás me fijaría en un asesino, en un caníbal. No me gustan los monstruos. 

-¿Ah, no? Bueno, ya tendrás tiempo de cambiar de opinión. Me espera toda la vida aquí dentro, podré convencerte que soy la mejor opción para ti.

-En tus sueños, Lecter. Si no puedo frenar tus tonterías entonces pediré que me asignen a otro pabellón, o mejor a otra cárcel. Me iré y no podrás…

-No irás a ninguna parte- lo interrumpió con la mirada dura como el acero. Will era un guardia bien entrenado, pero hasta él se sintió paralizado por aquellos ojos fieros y dominantes que lo veían con ardor.- Tú eres mío, Will Graham. Eres el hombre que amo, y no permitiré que te vayas de mi lado jamás. ¿Te quedó claro?

-No seas… ¡ridículo! 

-No lo soy. Soy sincero. Tú serás mi guardia hasta que muera, o hasta que decidas fugarte conmigo a Cuba. Tú eliges.

Se miraron de ambos lados de los barrotes, Will sintiéndose como una cobra siendo encantada y obligada a bailar delante del encantador. Hannibal así lo notó y volvió a sonreír, acercándose tanto que pasó las manos y le acarició el rostro. Will se sintió desfallecer, y se encontró deseando que esas fuertes manos lo acariciaran en otra parte. Pero Hannibal sabía la importancia de la paciencia.

-Los otros van a volver del patio pronto, así que por hoy lo dejamos aquí. Pero piénsalo bien, Will. Si aceptaras mi propuesta de ir a Cuba, podríamos tener mucho más de esto. O mejor dicho, podrías tener mucho más de mis manos en ti- le dijo con aire felino, volviendo en calma a sus libros y dejándolo mareado como nunca antes. De repente, al agente Graham no se le hizo tan mala idea lo de escapar de esa cárcel para vivir una nueva vida. Tendría que pensarlo. Por el momento, tendría que arreglar su creciente fuego con la foto que le enviara Hannibal, que reposaba a salvo dentro de sus pertenencias. Una magnífica foto y un magnífico ejemplar de hombre, por más que fuera un asesino.

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