Día 3. Post Caída

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Había que reconocer algo, se dijo Hannibal aquella mañana, mientras preparaba el desayuno: el vivir como una personal "normal" y corriente por primera vez en su vida, se sentía maravillosamente bien. Mucho mejor de lo que hubiera imaginado algunos años atrás, cuando Will y él no paraban de arruinarse las vidas con tantas traiciones, muertes y agresiones físicas. Eso pertenecía al pasado; ahora, eran la pareja feliz que siempre habían deseado ser.

Después de caer por un acantilado y estar al borde de la muerte, todo había sido extrañamente confuso y caótico, como si sucediera dentro de una bruma que borraba un poco la realidad y le dejaba solo fragmentos de ella. Recordaba eso sí que Will había estado mucho más grave que él, y quizás esa fue la clave de su supervivencia: el ver a su amado Will moribundo le otorgó fuerzas para luchar, para conducirlo a un refugio seguro y buscar un médico que los atendiera. Médico que debió ser amenazado para que no contara nada, y al que luego tuvo que matar para no dejar cabos sueltos, pero eso era otro asunto. Había sido inteligente al tener un plan de escape para emergencias como aquella, que incluía una abultada cuenta falsa en el banco y algunos contactos que les proveyeron de lo necesario para rehacer sus vidas. Documentos falsos, pasajes al extranjero, una casa pequeña pero acogedora en una hermosa playa cubana. El verdadero sueño americano no era el que todos creían, pensó Hannibal con una risita. El sueño americano, para él y para Will, había sido huir hacia la libertad juntos, escapar hacia un horizonte brillante y pacífico en la que nada ni nadie les haría daño. Allí serían otras personas, sin pasado pero con todo el futuro por delante.

-Buenos días, mi amor…- lo despertó con suavidad al volver al cuarto, con una bandeja cargada de delicias. Se inclinó sobre la mejilla de Will y se la besó, susurrándole al oído:- arriba, o me comeré todo incluyéndote a ti…

-¿Eh? ¿Qué…? Oye, ¡no te comas mis tostadas francesas!- exigió Will en medio de un bostezo poco delicado, pero encantando a Hannibal de todos modos. Hannibal amaba verlo despertar cada mañana, despeinado, con los ojos hinchados y la panza haciéndole ruido por el hambre. Las cosas que antaño lo hubieran disgustado por groseras ahora lo fascinaban, le hacían darse cuenta de lo verdaderamente importante de la vida: tener a Will a su lado y tenerlo feliz.

-Descuida, he preparado suficiente para que empieces el día como un rey. Después voy a dejar la ropa sucia de ayer en la lavadora y a dejarte dinero para que hagas las compras, pero recuerda: nada de enlatados o cosas industriales, ¿de acuerdo? Compra solo productos frescos. No quiero tener que tirar de nuevo un queso entero porque has olvidado mirar la fecha de vencimiento.

-Eres demasiado exigente, yo me habría comido ese queso de todos modos- suspiró Will mientras se erguía un poco para beber su café. Hannibal frunció el ceño.

-Haré de cuenta que no he oído eso… ahora dime, Will. ¿Te sientes bien de la pierna, o de nuevo has tenido dolores? Necesito saberlo si voy a andar por la ciudad. Así podría decirle al doctor que venga a…

-Descuida, no necesito ningún doctor… esto ya lo sabíamos desde hace mucho, ¿o no?

-Pero…

-Sin peros, Hannibal. Anda, ve a ducharte antes de salir que hoy te toca doble turno. No querrás decepcionar a todos esos comensales, ¿no?

Hannibal no quería, pero le importaba más quedarse cuidando a Will que ir a trabajar; aún así, la parte racional de su cerebro lo obligó a bañarse y cambiarse como todos los días, a dejar todo listo en la casa para que Will solo tuviera que encargarse de las tareas más livianas: hacer las compras en el mercado cercano, pasear a sus pequeños perros, ambos adoptados de la calle, tumbarse en la hamaca que habían instalado en el jardín para disfrutar de la brisa. Otros podrían decir que su vida era aburrida y estéril, pero solo ellos sabían cuán profundo era el disfrute de aquellas cosas tan simples, después del infierno que habían pasado en Estados Unidos. Will para empezar, aunque había sobrevivido a la caída se había roto una pierna, y tras una dura recuperación logró volver a caminar pero quedó rengo de por vida, debiendo utilizar un bastón de vez en cuando para descansar sus huesos lo más posible. No estaba tan mal, claro, teniendo en cuenta que podría haber muerto o quedado paralítico, pero sí había sufrido y en parte por su culpa. Por eso ahora se esforzaba tanto por consentirlo, por darle una vida plácida y sin sobresaltos que compensara un poco los horrores nacidos de su propia locura. Él no había vuelto a matar a nadie desde aquel doctor, y eso había sido por necesidad; después de haber llegado a Cuba a salvo se hizo la promesa de que jamás volvería a asesinar, porque eso involucraría a Will otra vez y no podía permitirlo. Usó su dinero y sus habilidades para conseguir empleo como cocinero en un buen restaurante, donde no tardó en ascender a chef principal. Si había engatusado a su jefe con sus juegos mentales para garantizar su ascenso era otro tema, lo importante era que con su nuevo puesto estaba ganando más dinero del que necesitaba y con eso compró una casa más grande y bonita, con jardín y espacio para tener perros, pues ese era otro de los regalos que quiso hacerle a su novio. Will amaba los perros, y tener algunos le proporcionaría esa calidez que le faltaba cuando él se marchaba a trabajar. A Will le cambió el rostro la primera vez que adoptó una cachorra de las calles, y a los pocos meses a otro ejemplar un poco más grande, de aproximadamente un año. Hannibal ya preveía que su casa se volvería un refugio si lo dejaba hacer, pero no le importaba. Si Will quería perros tendría perros, Will tendría lo que quisiese porque él se lo daría.

-Vaya, qué guapo está el chef hoy- lo elogió Will al verlo ya listo para salir, con una camisa discreta y pantalones ligeros. El menor se acercó a él cojeando y lo abrazó lentamente, hundiendo el rostro en su pecho y aspirando su aroma.- Siento envidia de tus compañeros de trabajo, que pueden tenerte a su lado toda la tarde. ¿Estoy mal?

-Claro que no, estás perfecto, mi amor. Mal estoy yo, que siento envidia de Hipatia y Tesla por poder dormir la siesta contigo- comentó Hannibal divertido, en referencia a sus perros.

-Jeje, sigues siendo tan tonto como siempre… pero qué puedo hacer, así me gustas.

-Volveré tan pronto como pueda, ¿de acuerdo? Tú no te esfuerces de más y descansa, que para eso te compré esa hamaca. No quiero que hagas ningún esfuerzo, ni el más mínimo, quiero que cuides ese adorable y precioso cuerpo tuyo como si fuera de cristal…

-Hannibal, espera. Que me duele un poco la pierna, no estoy embarazado- se burló Will de lo protector que era su novio a veces, rayando en lo obsesivo. Pero acababa de decirlo, ¿o no? Así lo quería, así lo amaba de hecho. Amaba a ese hombre que por poco le arruinaba la vida pero que, al final, le había conseguido una nueva. Una vida donde al fin era libre de su mente atormentada y de sus demonios.

-Que tengas un buen día en el trabajo, mi amor. Adiós…

-Solo hasta luego- completó Hannibal besando con pasión sus deliciosos labios, que sabían al café del desayuno. La boca de Will era un sueño, todo su cuerpo lo era. Con un hombre así a su lado, no necesitaba ser caníbal para poder devorar un hermoso manjar. Bastaba con tenerlo entre sus brazos y ofrecerle todo su amor para que su cuerpo y su alma se sintieran satisfechos.

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