➔Prólogo

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Me pesaban los párpados, y la tenue luz del sol me caía en la cara. Abrí los ojos perezosamente.
Los malditos pájaros no paraban de cantar, que asco. Me revolví en mi cama con pereza, tapandome la cara con los brazos.
Finalmente me levanté de mi cama para poder desayunar.

Otro día más en mi monótona vida.

Estaba terminando de desayunar cuándo mi madre me mandó a comprar algo a la tienda, así que me vestí, cogí el dinero y las llaves y me marché.

Salí a la calle, hacía algo de frío. No sé como puede hacer frío a principios de primavera, quizás solo fuera yo.
Las flores de cerezo son hermosas, siempre me gustaron. Me distraí con ellas, y cuando me dí cuenta el semáforo estaba en verde.
Cruzé la calle, cuándo de repente, ví como un coche aceleraba ¿Que estaba ocurriendo? No me dió tiempo a reaccionar cuándo el coche me golpeó, lanzadome lejos. Caí en el asfalto con un sonido sordo. Oí los coches pitar.

Dolía mucho. Mis costillas estaban probablemente rotas, y mis piernas no funcionaban.
Quería gritar. Las lágrimas no paraban de salir de mis ojos y podía sentir el sabor a sangre en la boca.
Me concentré tanto en mi dolor que apenas ví como el coche aceleraba de nuevo y venía a por mí. Cuándo me dí cuenta, era demasiado tarde. De todas maneras, no podía moverme.
"Voy a morir. Lo siento, mamá. Enserio, lo siento que por culpa de un conductor como este pierdas a tu única hija" pensé con la poca conciencia que me quedaba.

Lo último que oí fue a una mujer gritando, antes de que se me nublaran los ojos y poco a poco se fuera el dolor, me sentía entumecida. Todo se volvió negro.



 Todo se volvió negro

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