Capitulo 3

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Con la cabeza erguida, Hinata siguió al siempre presente Cecil, que había venido a buscarla para la cena. Su cuarto y el cubículo de lado, una especie de depósito, estaban ahora limpios y arreglados. Ella intentaba no pensar en los aposentos espaciosos de Belvry o en el solar, rodeado de ventanas con vidrios, donde acostumbraba a pasar la mayor parte del día. Tal vez pudiese mandar buscar algunos de sus tapices favoritos para cubrir las paredes de Dunmurrow y para alegrarlas también...

Determinada a no alimentar pensamientos dolorosos, trató de concentrarse en los problemas inmediatos. Después de cenar pediría que le preparasen un baño, decidió, esforzándose en centrarse en detalles. Quién sabe si se mantuviese su mente ocupada en asuntos banales conseguiría olvidar, por lo menos por un momento, el tamaño y la gravedad de su error.

Si, se había equivocado terriblemente, Hinata admitió por primera vez, aunque continuase negándole eso a Edith. Su plan había sido un completo desastre porque se había basado demasiado en las reacciones de terceros. Cuando el rey y Uzumaki actuaron de manera inesperada, todo se había ido al diablo . En vez de ganar su libertad, sus actitudes la habían condenado a vivir en ese lugar siniestro.

El sentido común le decía que debía haber escogido otro hombre como marido, pero le bastaba pensar en los caballeros de la corte para llegar a la conclusión de que hubiese continuado rechazándolos de forma definitiva. La verdad era que prefería no haberse casado con nadie. Y si la opinión de Edith fuese tomada en consideración, ella permanecía siendo una mujer soltera. La criada insistía en la idea que Uzumaki era un fantasma o un demonio, no una criatura mortal, con sangre común y corriente corriendo en sus venas. Mientras arreglaban el cuarto, la pobre criada había repetido hasta el cansancio cada uno de los rumores que había oído sobre el Caballero Rojo, haciéndolo encarnar distintos papeles, desde el mismo diablo en persona hasta un fantasma destituido de cuerpo.

Hinata sonrió para sí misma al acordarse de las tonterías contadas por la sierva pues esas historias absurdas eran cómicas. Además pensando bien en el asunto, tal vez no hubiese escogido tan mal. Uzumaki, de quien no había llegado a ver ni siquiera la cara, podía ser un marido mejor que un hombre de carne y hueso. Después de todo debía ser más fácil lidiar con una sombra que con un noble arrogante. No, no era verdad. El Caballero Rojo, fuese sombra o no, jamás se dejaría dominar.

Siguiendo a Cecil por un corredor frío y estrecho, rodeado de paredes de piedras por todos lados, Hinata tropezó varias veces a causa de la oscuridad. Maldiciendo en silencio, deseó ardientemente haber escogido otro caballero como marido. Si hubiese optado por uno de los nobles de la corte podría estar enfrentando otros problemas ahora, ¡pero por lo menos sería capaz de verlo! La noche eterna de Dunmurrow comenzaba a pesar sobre sus hombros como un fardo, frustrando cualquier esfuerzo por mantener la pretensión de que vivía una situación normal.

Cuando Cecil se detuvo delante de los aposentos principales ella no se sorprendió. No era raro que el lord de un castillo cenase a solas en compañía de amigos íntimos o invitados especiales. Sin embargo no le gustaba nada estar de nuevo en la alcoba del Caballero Rojo. El cuarto enorme parecía todavía más oscuro de lo que recordaba. El fuego de la chimenea continuaba siendo la única fuente de luz, las llamas inquietas parecían lenguas rojas y voraces.

Uzumaki ya estaba sentado a la mesa, aguardándola en medio de las sombras. Aunque hubiese quitado importancia a las historias contadas por Edith horas antes, no conseguía evitar una puntada de inquietud que esa figura enorme le despertaba. Se sentía como una presa a la merced del cazador. Al oír un gruñido, se estremeció violentamente.

‒ Quieto, Pollux ‒ Uzumaki dijo y Hinata notó, para su alivio que el sonido venía de uno de los perros, no de su marido. Sin embargo, la oscuridad absoluta y la presencia amenazadora de los animales, tornaba difícil ignorar las advertencias de Edith. Tal vez el Caballero Rojo fuese una fiera, una cosa horrenda, deforme...

Casada con el diablo ~ NaruHinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora