IX

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La propuesta de Lisa me intrigaba un poco. Es genial que salgamos al campo, a divertirnos y cosas así, pero no acepto que vaya él. ¿Y si es una trampa?, ¿y si espera que duerma para matarme y que no sienta? Puto Todder. Pero todo por Lisa

Acaba la jornada de clases y Steven me pide que lo acompañe a un mandado que le encargó su madre.

―No quiero ir solo ―dice él―. Esa gente me asusta.

―¿Qué gente? ―pregunto―. ¿Qué tienes que hacer?

―Vamos, te cuento en el camino.

Steve me explica que la gente que visitará son jubilados de la empresa de sus padres.

Ellos hace varios años, antes de que Steve naciera, abrieron una fábrica de artículos terapéuticos. Así como prótesis y cosas así. Su fama alcanzó tan nivel que comenzaron a exportar. Primero dentro del país, luego al continente, y más después al mundo. NanTuck's es una de las empresas más importantes de éste tipo. Tienen mucho dinero, y por consiguiente, Steve igual.

―Esa gente me conoce desde que nací, y cada vez que voy se me acercan y me preguntan cosas todas a la vez.

―No me parece tan malo ―le digo riendo―. Me parece adorable.

―Ajá, adorable. Es tan adorable que regreso a mi casa oliendo a viejito y con los cachetes rojos. El gran Steve no puede soportar tanto abuso.

Llegamos al asilo de la compañía y ni bien ven a Steve abren la puerta sin que le pidan identificación. Me detienen

―¿Va con usted? ―pregunta una señora anciana a Steve.

―Sí, Kristy ―dice Steve.

Quita su mano de mí y me deja pasar.

Una vez dentro alcanzo a ver una habitación muy grande, con paredes blancas. En una esquina hay una televisión de tubo ―de esas que funcionan con perilla― y un señor sentado frente a ella. De fondo suena una canción muy antigua, lo noto por la calidad del sonido. Volteo y noto que estoy solo.

―¿Steve?, ¿Steve dónde estás? ―digo en voz baja.

―¿Sí? ―responde un señor mayor a mis espaldas―. Yo soy Steve.

Volteo y lo alcanzo a ver. Es un señor, de mi estatura, piel blanca y ojos azules, su cabello es completamente blanco y luce un bigote muy voluminoso aún con cabellos negros.

―Oh disculpe ―le digo―. Estaba buscando a mi amigo.

―Oh ―suelta risas―. Tu amigo también se llama Steve.

―SÍ. De seguro lo conoce. Es hijo de los dueños de la fáb...

―¡Muddy! ―grita él.

―¿Eh?

―Sí, sí. Muddy. Así le decíamos cuando era niño.

―¿Ok? Fue un placer señor ―me despido y él sonríe.

Salgo de esa habitación y comienzo a caminar por todo el asilo. Parece todo esto una película de terror, porque los pasillos son fríos, sin gente, y peor aún la canción de fondo no ayuda.

Comienzo a llamar a Steve con una voz ni tan alta ni tan baja, la necesaria para que me logre escuchar. Subo las escaleras hasta el segundo piso, llamo a su nombre pero no responde. Entro a una habitación, es grande, con un piso de madera y un radio muy grande, sentado a su lado está una viejita en silla de ruedas, me mira y frunce el ceño.

―Emmm... Disculpe ―digo.

―¿QUÉ? ―grita ella y yo salgo.

Bajo de nuevo las escaleras, comienzo a desesperarme. Nunca han sido de mi agrado los asilos. Una oí una historia en la que un chico entra a un asilo de ancianos abandonado, quiere hacer un documental sobre las cosas que pasan ahí, murió la primera noche y solo encontraron su cámara.

Unos metros antes de llegar al salón principal giro a la izquierda y camino por un pasillo largo con una puerta doble de color blanco, con grandes vidrios en la mitad superior. Una luz atravesaba los cristales. Cruzo la puerta y salgo a un patio gigante, con árboles y un estanque.

Me quedo observando en gran campo verde. Creo que esta es la zona más alegre del lugar. Es muy tranquilo, solo se escucha el cantar de las aves y el sonido de las hojas al moverse con el viento. Veo a los viejitos caminar de un lado a otro, intentando hacerlo de manera erguida. Es algo cómico verlos como caminan, y pensar que uno llegará a ese punto algún día.

Camino, continuando la búsqueda de mi amigo, y algo me detiene. No algo, alguien.

Frente a mí, largo cabello oscuro, piel como la mía, delgada, de mi estatura, ojos marrones, y una sonrisa perfecta.

Me la quedo viendo durante unos segundos hasta que siento un golpe en mi espalda que hace que me caiga. Volteo y veo al Steve viejo en el suelo, cerca de mí. Me levanto rápidamente y me dedico a ayudarlo. Su torpeza hace que caiga dos veces más, una de ellas sobre mí. El señor no paraba de reír, pero yo era más preocupado porque decía que quería ir a orinar y ya no aguantaba.

Finalmente lo levanto y una enfermera del asilo lo lleva. Me siento en el césped mirando cómo se va, entonces siento una mano en mi hombro y su voz hablándome.

―¿Primera vez con ancianos? ―dice la chica que vi.

Volteo y la veo. Es guapísima.

―Esto... ―miro sus ojos―. Sí, la verdad sí.

―Vaya ―me extiende su mano―. Ven levántate.

Me levanto sin soltar su mano.

―Soy Hayley ―dice ella.

―Scott. Mucho gusto.


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