Capítulo 8

48 10 92
                                    

La imagen de Luna empapada de pies a cabeza no dejaba de rondar mi mente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La imagen de Luna empapada de pies a cabeza no dejaba de rondar mi mente.

Aquella chica asustada que me dejó botado en esa vieja cabaña en esa noche de luna llena, había regresado a mi.

Me encontraba en el aseo bañando a Luna en el cajuzzi, pues no quería que pescara un resfriado. Ambos en un silencio cómodo y relajante.

Cuando terminamos la dejé que se vistiera en mi habitación y salí a prepararle un té caliente. De paso cerré con llave las demás habitaciones, pues aún tenía un desorden de mis últimas noches de juerga.

—Perdona que llegara sin avisar...

Su dulce voz me sorprendió cuando cerraba al última habitación.

—Vamos a la cocina, te he preparado un té caliente. —La tomé de la mano y la senté en la isla de la cocina—. No quiero que te enfermes.

—Gracias. —La vi a los ojos, esos preciosos ojos ligeramente verdes que me habían estado persiguiendo estas noches—. Solo quiero hablar contigo.

—Dime —accedí sirviendome otro café para sentarme a su lado.

Su mirada fue de un lado a otro buscando lo que fuese para no verme.

—Sé que... Creo que...

—Perdoname, Luna.

Mis palabras la hicieron voltear de inmediato.

—¿Cómo...?

Dejé mi taza a un lado y tomé sus manos entre las mías, si quería que me creyera, tenía que ser convincente.

—Quiero ofrecerte una disculpa por la forma en que te traté, por las cosas que te hice y por no haberte detenido aquella noche. —La vi a los ojos mostrándome arrepentido—. Perdóname, mi Luna.

—Sebastián... —Se soltó a llorar y me abrazó—. Lo cierto es que no vivo sin ti... Te extraño mucho... Y acepto tus disculpas. —Se detuvo y me miró—. Haré todo lo posible para poder complacer tus necesidades...

—No —acaricié su delicado rostro con mi mano—. No voy a pedirte que hagas algo que tu no quieres, mi hermosa Luna. No quiero que te sientas incómoda preciosa.

—Seb...

La besé para dejar de lado el asunto, ese tipo de platicas me daban sueño.

Ella se subió en mi regazo y entonces lo sentí.

El fuego en mi interior que había permanecido en silencio gritó: el palpitar en mi entrepierna creció, mis brazos se aferraron a su cuerpo y mi boca se apropió de la suya.

Nuestros cuerpos se hicieron uno solo y por primera vez en mi vida, le hice el amor a una mujer.

La experiencia no fue tan mala como lo imaginaba: Luna se entregó a mi en cuerpo y alma, yo intentaba descifrar qué era lo que me ocurría, porque aunque la experiencia me agradó, esa voz dentro de mi seguía susurrando, debía satisfacer mis necesidades a cualquier costo, por lo que no me quedó otro camino que seguir haciendo de las mías a escondidas.

LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora