Historia corta.
Sebastián es un hombre sumamente atractivo, posee una belleza natural que hipnotiza a cualquier mujer que pasa a su lado, al ser consciente de ello hará uso de sus encantos para obtener lo que quiere, satisfaciendo su exquisito secre...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A la mañana siguiente, los fuertes golpes en la puerta de la entrada me despertaron.
—¡Mierda! —Me vestí rápidamente—. No puede ser Leo, él sabía que en la noche tenía que venir... —murmuré para mí, cerrando mi camisa y dando un último vistazo en el espejo—. A menos que...
Me acerqué a la ventana, pero afuera había una neblina tan espesa, que no veía ni el sol.
—La policía... ¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
Corrí escaleras abajo y sin pensarlo abrí la puerta de par en par.
—¿Qué estuviste haciendo toda la noche?
Mi Luna estaba furiosa, nunca la había visto así, entró a la cabaña y comenzó a abrir y cerrar puertas, yo estaba parado junto a la puerta de entrada, como un verdadero idiota en shock.
—¿En dónde está? —cuestionó desesperada.
«¿Pero qué...?».
Reaccioné y corrí hasta ella tomándola por los hombros para detenerla.
—¿Cómo llegaste aquí? —Esa estúpida pregunta fue la primera que se me ocurrió—. ¿Cómo supiste...?
—Anoche te seguí, hace días que estás muy raro —respondió evitando mi mirada, buscando Dios sabe qué.
Aunque en realidad, no era difícil de adivinar.
—¡Luna, por favor vete! —Le pedí casi llorando, no quería que viera nada, las manos me temblaban y el corazón me galopaba al mil.
—Sebastián... —Me vio directo a los ojos, con ese brillo que la caracterizaba, solo que esa vez, sus preciosos ojos se veían apagados—. ¿Hay alguien más?
Su pregunta me tomó por sorpresa, no sabía cómo responder, no sabía qué hacer, pero lo que sí sabía era que no podía dejar que se quedará ahí, ni un segundo más.
Después de todo, quería protegerla.
—Te buscaré en un par de horas... Ve a casa y...
—¿Para qué quieres que me vaya? —exigió molesta, sus ojos irradiaban ira pura, y en un movimiento rápido me soltó un buen rodillazo en la entrepierna haciéndome caer—. ¿Para que no me encuentre con tu amante? —subió las escaleras a toda prisa, mientras la seguía a gatas.
Mis ojos se abrieron a más no poder, estaba sudando frío y mi corazón estaba a punto de estallar.
—¡Luna, detente! —La vi abriendo la puerta del infierno.
Por un segundo todo se detuvo, supe que mi historia con ella había terminado, que los planes que tenía se habían ido por la borda, que ya no había vuelta atrás.
—¡Dios mío! —cubrió su boca con ambas manos, dando unos pasos atrás hasta chocar contra la pared, y entonces me vio, me vio como nunca lo había hecho, y como yo no quería que me viera; me vio horrorizada—. ¡Eres un animal! ¡Un maldito salvaje! ¡Bestia!