Introducción

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En una tierra donde dragones y unicornios son amantes, donde los humanos no son la especie más importante y donde los hombres cambian de piel a la de animal, vivía un joven alfa puro de ojos rojos y cabello rubio cenizo que, tras hacerse hombre varias primaveras atrás, asumió el puesto de Alfa Líder en la Tribu de Lobos, una de las cinco tribus que se establecieron al norte del Nuevo Continente tras la caída del Reino de Verano durante la Primera Edad del Sol; y que más tarde conformaron el Reino del Norte.

Su nombre era Bakugou Katsuki. Era un hombre terco, violento, cruel, severo y poderoso. Temido y odiado hasta por aquellos que formaban parte de su manada, pero jamás desfiado ni derrotado. Su talento con la espada, así como su brutal fuerza física que superaba a la de sus congéneres, su inteligencia y, sobretodo, su poderosa magia explosiva. Un don que se creía perdido hace ya varias generaciones atrás.

Con talento nato para la guerra y el liderazgo, Katsuki se convirtió en el mejor Alfa Líder que hubo jamás en la manada de lobos. Por eso, cuando se dio la noticia de la muerte de la actual Reina del Norte, Bakugou Mitsuki, Alfa Pura y madre del cenizo, nadie se sorprendió de que Katsuki quisiera tomar su lugar y convertirse en Rey, así como tampoco dudaron que obtendría la victoria en el Cónclave, la batalla entre herederos de las tribus para elegir al nuevo monarca.

Dicho enfrentamiento se lleva a cabo tan pronto como la ceremonia de entierro del anterior soberano termina, las cinco tribus se reunen alrededor de la arena, los herederos entran y la batalla empieza. Todo acaba cuando todos los aspirantes están en el suelo y solo uno de pie. El más fuerte. El más apto.

Pues el Norte, envuelto en un invierno inclemente casi todo el año y con tan solo un par de meses de primavera, era un lugar frío y violento, así como su gente que eran fieros guerreros.

Y el Rey debía ser el más fuerte de ellos.

Fue así que nadie mostró asombro cuando Katsuki ganó la contienda, superando incluso a su hermano gemelo Bakugou Gogo cuya magia le permitía regenerar el deterioro de su cuerpo con rápidez, especialmente porque la tribu de lobos había estado ganando el Cónclave desde hace siete generaciones.

Habría sido deshonrroso para Katsuki no continuar con esa tradición.

Y su sonrisa fue grande y perversa cuando se sentó en el trono de madera, y la corona del rey estuvo en su cabeza. Hubo vitoreos y aplausos, fiesta, bebida y euforia, nadie dudaba de que sería el rey más grande que hayan tenido, el mejor de todos los que hubo, un alfa al que los mismos Invasores y Throlls—cuya guerra amenazaba la paz del Nuevo Continente—, temían.

O así habría sido si la traición no hubiera tocado a su puerta.

Si Bakugou Katsuki creía que el destino y el universo lo habían favorecido, ahora sabía que lo habían abandonado.

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