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Bakugou Masaru estaba muerto. El omega de la Reina del Norte había muerto, pero no antes de que diera a su Alfa un cachorro que pudiera heredarla.

Aunque, en realidad, había dado dos.

Mitsuki era una Alfa Pura y una poderosa y feroz guerrera de la Tribu de Lobos que ganó el Cónclave y se convirtió en la Reina del Norte cuando solo tenía quince años. Como era costumbre entre la coalición de tribus salvajes que conforman el reino, un omega de la familia de cada Alfa Líder le fue entregado para conformar su harem, mientras los primogénitos alfas se preparan para tomar el lugar de sus padres no solo como líderes de su tribu sino también como consejeros de la Reina. Desposó a Masaru en el invierno siguiente, habiéndolo reconocido como su destinado, el omega elegido por los Dioses para ser su complemento, su pareja, padre de sus hijos, esposo y Primer Omega que estaría por encima del harem. Se esperaba que diera a luz al heredero de la Tribu, pero eso no sucedió.

Los años pasaron sin que el castaño lograra embarazarse, el constante desprecio del pueblo y de su propia alfa que se había vuelto sumamente violenta con él, al punto de causarle terror, lo hicieron caer en una profunda depresión que casi lo llevó al suicidio, algo que de hecho intentó cuando los omegas del harem comenzaron a darle cachorros a su esposa. El temor a que lo reemplazara se hizo más grande. Él era el Primer Omega, por ley solo sus cachorros podrían heredar el liderazgo de la Tribu de Lobos, pero si el Consejo decidía que era incapaz de tener hijos, Mitsuki lo repudiaría, se divorciaría de él y el Segundo Omega tomaría su lugar, algo que sin duda no soportaría.

Desesperado, Masaru acudió a las brujas, una tribu casi extinta que ya no se consideraba como tal y cuyas últimas sobrevivientes prevalecían en la Tribu de Amazonas. Tenían prohibido usar la magia negra, pero una de ellas, Nemuri Kayama, cuya vanidad y ambiciones son demasiado grandes, violó la prohibición y accedió a ayudarlo.

Los tratos con las brujas son acuerdos retorcidos e injustos, capaces de cumplir todos tus sueños pero también de arrebatarte mucho más de lo que consigues. Diseñados para siempre favorecerlas, en la época de gloria de estas hadas caídas que usaron el poder para sí mismas, se creía que el hombre que tuviera el corazón de una bruja jamás perdería.

Masaru lo sabía, en todo el Norte se contaban historias de los desdichados e ingenuos hombres que pactaron con brujas, pero no le importó. Desesperado, dolido ante el desprecio de la mujer que amaba, aterrado de ser desechado al Basurero y casi al borde de la locura, el omega castaño aceptó el trato con la bruja Kayama. Un trato que lo marcaría a él y a su descendencia para siempre.

Obtuvo el cachorro que tanto deseaba, tal y como Kayama se lo prometió, su alfa casi saltó de felicidad cuando se lo dijo y lo llenó de las mismas atenciones, cariños y detalles que le daba cuando se casaron, el desprecio del pueblo y la desaprobación del Consejo desaparecieron como por arte de magia de la noche a la mañana, y los omegas del harem que solían verlo con superioridad ahora hervían en rabia al ver que por fin había logrado quedar preñado. Masaru estaba feliz, todo el reino lo estaba, pero el tatuaje en su espalda en forma de cornamenta y lanza que representa el contrato oscuro que había hecho, le recordaría siempre que tenía una deuda que pagar.

Y finalmente llegó el día de hacerlo.

El omega se puso tan pálido como el mármol cuando vio aparecer en sus aposentos a la bruja Kayama, quien con una perversa sonrisa en sus labios le advirtió que el tiempo se agotaba. El horror fue tal que el parto se adelantó una semana, los gritos el Primer Omega despertaron a la servidumbre del palacio y a su propia alfa, quien envió a las sanadoras a atender a su esposo. En cuestión de minutos el lugar se volvió un caos, la abundante sangre que brotaba de Masaru empezaba a asustar a las omegas que lo ayudaban, así como también los gritos que soltaba. Un parto nunca era tan sangriento, según la experiencia de las mujeres, ni tan doloroso. No entendían lo que ocurría ni sabían cómo ayudar al castaño, pero si salían por esa puerta la Reina les cortaría la cabeza por su incompetencia, así que no tuvieron otra opción que quedarse a su lado hasta el final.

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