Promesa

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Se sentía agradable estar de vuelta en su hogar, entre las altas paredes de piedra roja y los pasadizos que contarían un sin fin de anécdotas si pudieran decir todo lo vivido en su interior. Le agrado los viajes recientes que hizo a Dorne y Antigua pero nada se igualaba al clima de la capital y ver a su familia. Sus sobrinos corriendo por todos lados, a sus primas sonriendo por cada cosa que hicieran los más pequeños o las ocurrencias de sus esposos. A sus hermanos. Tan galantes con sus esposos y sus vidas felices.

Joffrey también fantaseó con tener algo similar antes de que los problemas en los Peldaños de Piedra se hicieran tan graves: una vida tranquila casado con la persona que amaba. Algo parecido a lo que tenía su madre o sus hermanos. Algo que fuera suyo y que se alegrará de presumir al pasar frente a los lores y damas del reino. Feliz de tener hijos propios. Pero lo que aconteció tras su regreso del Valle de Arryn fue todo lo opuesto a la linda fantasía que albergó por años.

Recuperaron las islas para permitir el libre transporte de las especias desde Essos gracias al generoso pago de un buen grupo de soldados y el distanciamiento de su tío Daeron de la capital. Para luego cortar toda comunicación con ellos.

En un principio creyó que era una broma mal contada por su madre. Luego cuando los cuervos empezaron a regresar sin respuesta alguna, pensó que sus cartas se extraviaban en el camino. Al regresar sin ser abiertas de su destino, entendió que era algo real que debía tener su total atención. Agradecía que su prima Rhaena estuviera casada con ese tal Garmund Hightower. Así que usando la excusa de irlos a visitar a El Faro, aprovecharía para ver a su tío.

Daeron, de entre los cuatro, era su tío favorito. No solo porque jugara con él o lo apoyara en sus travesuras, sino porque era el que estaba a su lado, al igual que su aya, cuando se sentía triste. Daeron sabía que hacer para animarlo, que juegos proponer para mantenerlo entretenido, que chistes contar para hacerlo reír. Aprendió a comer pasteles de fresa que en un inicio no le gustaban. Por él descubrió que sería lindo pasar el resto de su vida a su lado.

No sabía si era alguna clase de privilegio o maldición, pero se enamoró de su tío.

No estaba seguro si fue por todo el tiempo que pasaban juntos o ese algo que hacía que los Targaryen se casaran entre familia. Solo sabía que su rostro se ruborizaba cuando pensaba en él o su pecho se aceleraba cuando lo tenía cerca. En un inicio creyó que eran alucinaciones suyas al sentirse atraído de esa forma por su tío. Tal vez una confusión de su mente adolescente. No fue así. Daeron también pasaba por lo mismo, y no es como si alguien se lo hubiese contado. Joffrey lo comprobó por sí mismo la noche que se quedó a dormir en la habitación de su tío.

Ambos habían robado una bandeja de pastelillos de la cocina con una jarra de vino. Eran adolescentes pretendiendo ser adultos, beber un poco no les haría daño. Se encerraron en la recámara y se terminaron todo entre charlas sin sentido y juegos tontos. Ambos recostados en la cama, riendo por una ocurrencia que uno de los dos dijo. Los párpados de Joffrey pesaban, no sabía por cuánto tiempo más podría aguantar despierto. Así que acomodándose lo mejor que pudo en la cama, empezó a quedarse dormido. No sin antes escuchar a su tío decir, mientras le tomaba de la mano:

—Eres lo mejor que me está pasando —su agarre se hizo más fuerte —. Y me gustaría pasar el resto de mi vida a tu lado.

En su confundida mente por el alcohol, entre saber que contestar o como sentirse, escucho un leve ronquido a su lado mientras su mente mareada no entendía porque su corazón iba tan rápido o todo se torno negro. Al despertar a su lado, aun tomados de la mano y con un fuerte dolor de cabeza, algo significativo cambió, sólo que ambos no le tomaron importancia y no quisieron ponerle nombre. Continuaron como siempre, entre risas y bromas, juegos tontos y días de entrenamientos.

Nadie me ama como lo haces túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora