Miedo

98 10 26
                                    

—Hermano, vendrás al banquete o... —Aegon se lamentó de ingresar sin aviso, retrocedió un par de pasos, bajando la pequeña antorcha que tenía en la mano, para iluminar su oscuro recorrido —. ¿Qué les pasó? Joffrey, ¿estás bien?

El nombrado abrió los ojos de forma pesada, tratando de acostumbrarse a la fastidiosa luz que lo iluminaba de cerca. El llanto de su bebé lo hizo abrir por completo los ojos. Tratando de recordar en qué momento se quedó dormido.

—¡Por los siete! ¿En qué momento nació el bebé? Daeron está... ¿Eso es sangre?

—¿Qué? —dijo con fastidio, sentándose, buscando a la bebé, que se movía en los brazos de Daeron, que también estaba dormido —. Quita eso de mi cara. Y no hagas tanto ruido, que asustas a Rhaella

—No, no puede ser —Se alejó hacia la puerta, gritando —: Por favor, que alguien me ayude. Mi tío se muere. Ayuda.

Joffrey no entendía porque su hermano hacía tanta escándalo. Claro que cualquiera se asustaría al ver las sábanas, que estaban aun lado de la cama, manchadas de sangre. Pero parecía que su hermano no estaba asustado por eso. Así que con la ayuda de la luz que Aegon aún mantenía en alto desde la puerta, aguardando a que alguien se apiadara en ayudarlos, lo vio: la sábana que cubría el desnudo cuerpo de Daeron, estaba manchada de sangre seca. Al retirarla por completo, se asustó. El llanto de su bebé se hizo más fuerte, casi perturbándolo. Reclamando de esa forma lo descuidado que fue al no buscar ayuda luego de que la bebé estuvo en sus brazos.

—Daeron —musito con miedo, tratando de volver a cubrir la escena de su crimen. La sangre que manchaba la cama era alarmante. Nadie sobreviviría tras perder una cantidad como esa.

Rhaella lloraba a viva voz, casi desgarrando su garganta como la única forma de llamar la atención de alguien que se acordara de ella. Joffrey la tomó en sus manos con cuidado, arrullándola como vio que sus hermanos hacían con sus bebés. Notando que la posición en la que Daeron estaba dormido, debía ser demasiado incómoda.

—Pero qué suce... Por los dioses. Llamen al maestre y la partera —El grito demandante de Cregan lo alertó aún más, percatándose de que Daeron parecía no respirar.

De forma protectora Joffrey abrazo a su bebé, escuchándola llorar igual de fuerte como antes. De seguro sintiendo el mismo miedo que él estaba pasando ahora.

—Daeron —volvió a musitar, con voz quebrada, pretendiendo acercarse a su lado para moverlo. Pero los fuertes brazos de Cregan lo apartaron.

—No es bueno que lo veas así. Vámonos —demandó, haciéndolo retroceder. Joffrey solo se aferró al pequeño cuerpo de su bebé, que continuaba llorando —. Niño, ve a la capital, avisa a la Reina de esto. De paso haz que venga una nodriza, rápido.

Aegon abandonó la recamara, corriendo.

—Daeron —volvió a musitar, sintiendo la recamara muy fría. Su esposo se veía pálido sobre las almohadas.

—Dame al bebé, Joffrey. No lo estas cargando bien —pidió Cregan, quitándose la capa, para recibir en ella a Rhaella, que parecía que en algún momento terminaría muriendo por la forma desesperada con la que lloraba.

Joffrey apretó aún más a la bebé, retrocediendo, mirando cada tanto a Daeron, buscando la forma de acercarse a él.

—Joffrey, estás asfixiando al bebé al cargarlo así. Dámelo, por favor —volvió a repetir Cregan, preocupado. Varios pasos se escucharon en la estancia. La chimenea volvió a crepitar al encenderse. Algunas velas iluminaron la recamara.

La escena se reveló mucho más espantosa con la ayuda de las velas: Daeron continuaba en la misma posición que lo dejó apenas este arrullaba a la bebé, diciendo lo hermosa que era. Acomodándola entre sus brazos antes de recostarse un poco entre las almohadas. Pidiéndole a Joffrey que lo cubriera porque tenía frío.

Nadie me ama como lo haces túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora