Fiesta de Té

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—Ellos dicen que no está ocurriendo nada, pero como puede ser verdad. Hay murmullos que deberían ser demasiado preocupantes. Frases que solo anticipan lo malo. Solo que el consejo parece no notarlo.

—¿Cómo cuáles? —preguntó Joffrey, mirando el gesto preocupado en Coryanne, que dejó la taza de bebida caliente sobre la mesa que tenía enfrente. El clima de Invernalia parecía que la iba a enfermar.

—Llegan informes de problemas en las Montañas Rojas con algunas casas de las Tierras de la Tormenta. Luego mi querido cuñado, niega todo eso. Después están los altercados en Sotoinferno. —Coryanne suspiro —. Saben, ni siquiera debería estarles contando esto. Mejor hablemos de Rhaella. ¿Qué día nació?

—Para que nos comentes lo que ocurre en Dorne, en serio debe ser algo grave. ¿No has pensado en decírselo a la Reina? —aconsejo Daeron, viendo de soslayo como es que Jeyla mecía a Rhaella. Él mismo había solicitado ayuda de la nodriza, y aun no parecía cómodo con su presencia.

—Qyle aconsejo comunicárselo a su majestad, pero el consejo se negó. Son cosas de Dorne, contestaron. Además, no quisiera importunar con esto. Aliandra no sabe que estoy aquí, cree que fui a Lys o a alguna de las playas de Essos. Y mil veces prefiero estar aquí muriendo de frío que con Drazenko y su estúpido hermano. Ya suficiente tengo con aguantar su extrañeza, como para tener que tolerarlos a ambos —suspiro derrotada, dejándose caer en el respaldo de la silla.

Daeron y Joffrey intercambiaron miradas, sorprendidos. Ahora no creían que su amiga podría estar ahí por ellos, sino porque estaba huyendo de ese visitante poco deseado.

—¿A qué se debe la visita del hermano de Drazenko a Dorne? —preguntó Daeron, con una pequeña sonrisa.

—No lo sé, tal vez fue a comunicar sobre algún pormenor de su casa o solo quería visitar a su hermano. No hablo mucho con ellos.

—Entonces, ¿por qué parece agobiarte su presencia? —replanteo la pregunta, Joffrey, mirándola de forma suspicaz.

—Siempre suele invadir todos los lugares que frecuento, dice dos o tres palabras y luego está en silencio, observándome. Es desesperante y un poco aterrador.

—¿No lo has confrontado?

—Qué más quisiera yo. Pero no puedo ir lanzando cuchillas a los familiares de mi cuñado. No sería muy amable de mi parte, según Qyle.

Los tres rieron, imaginando las palabras que debió usar el hermano de la princesa para frenar su impulsivo comportamiento.

—Si a tu regreso él continúa acercándose sin tu permiso, con gusto iremos a fungir como tus acompañantes —bromeó Joffrey.

—¿Qué insinúas? ¿Qué me está cortejando? No, los dioses me libren.

—Disculpen altezas —una muchacha menuda ingresó bastante tímida a la recamara —, la Princesa Helaena requiere su presencia en sus aposentos.

—Que bueno que vinieron —Helaena se puso de pie, tomando la pequeña manta de color rojo que tenia puesta sobre la cama. En ellas se veían bordados pequeños dragones, soles y un par de lobos —. Esto es para Rhaella —dijo entregando el obsequio, con una pequeña sonrisa —. Para que la cubra de todo mal.

—Gracias, hermana, es una cobija muy hermosa —contestó Daeron, mirando de reojo a Joffrey, que se atrevió a sonreír.

Por el aspecto desaliñado, ojeroso y pálido, la princesa parecía enferma.

—Es algo creado especialmente para ella. No dormí para tenerlo listo para hoy. Un regalo de buena fe —sonrió de forma tímida, asintiendo más para sí misma que para sus invitados, volviendo a tomar asiento en su mecedora y retomando su bordado.

Nadie me ama como lo haces túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora