Desconcierto

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La mañana se anunció a través de la pequeña abertura que decoraba la ventana, encontrando a Joffrey en la misma posición en la que la nodriza lo dejó al entregarle a su bebé tras haberla alimentado en la madrugada. Ojeroso y con la vista fija en Daeron, que hace solo unos minutos fue revisado por vigesimosexta vez en caso presentara fiebre o alguna clase de malestar. O incluso la muerte. Pero como el maestre le dijo antes de regresar a su torre para continuar preparando la medicina que suministraría al príncipe.

—No debemos festejar aún pero es una clara muestra de que el príncipe no se está dando por vencido. De continuar así, en un par de días habrá despertado.

Cregan palmo su espalda y le dijo que debería sentirse afortunado; que Daeron se recuperaría. Rickon no fue tan tosco en sus palabras, como su padre, solo se ofreció a acompañarlo por la mañana, para hacer su día más ameno ante tanto caos.

Joffrey quería sentirse indignado por el atrevimiento con el que decidieron por él. Por la facilidad con la que se incluían en su sufrimiento cuando otros solo lo hubiesen dejado, con un par de sirvientes, atormentándose solo en su dolor. Pensando cosas desagradables por cometer un acto tan estúpido como no conseguir ayuda para su esposo que había dado a luz a su bebé. Los Stark no. Ellos ya lo habían acogido como uno de los suyos. Velando porque no se sintiera solo o anticipándose a que su dolida mente lo atormentara.

¿Lo hacían porque ya estaban familiarizados con la pérdida o por qué él era hijo de la Reina? No quería saber. Ya que antes de que Joffrey pudiera decidir si continuar maltratando su espalda en la posición en la que estaba desde que Rhaella decidió que era buena idea aferrarse a su chaqueta, y buscar su comodidad antes que la de su padre, las puertas de la recamara fueron abiertas, y Rickon, cargando una bandeja, donde traía el desayuno, lo saludo con un Buenos días. A sus espaldas lo seguían Cregan, con un grupo de sirvientes.

—Hora de despertar, pequeño durmiente. El día es hermoso afuera.

Joffrey parpadeó, sintiendo los ojos cansados, la espalda dolorida. Permitiéndose bostezar mientras se enderezaba de la dura superficie donde estuvo semiacostado. Sintiendo que Rhaella se removía incómoda en sus brazos, alzando sus puñitos en protesta. Soltando un pequeño quejido.

—Permítame, su majestad. Me haré cargo de la princesa —pidió la nodriza. Joffrey la vio, confuso, entregando a la pequeña, que empezó a llorar apenas fue alejada de los brazos de su padre.

La mujer se apartó hacia una esquina, arrullándola, mientras se sentaba en la silla que estaba cerca a la chimenea, pretendiendo dar de lactar a Rhaella, que continuaba llorando de forma desesperada.

—Los trasladaremos a una recamara mas cómoda para ustedes. En este lugar, a pesar de tener la chimenea encendida, se continúa sintiendo el frío —dijo Cregan dando la orden de mover sus cosas personales.

Joffrey quitó la vista de la nodriza, que había hecho callar a la bebé, y miró, aún desorientado por el sueño y la situación que estaba viviendo, como un par de doncellas envolvían el cuerpo inconsciente de Daeron, con mantas limpias.

—¿Quieres desayunar mientras ellos se encargan del traslado? —consultó Rickon, acercándose con la bandeja de comida. Joffrey lo ignoró, acercándose a detener a las sirvientas.

—No pueden tocarlo. El maestre dijo que no debe ser movido de la cama —protestó, haciendo retroceder a las muchachas, que solo con un asentimiento de parte de su señor, se hicieron a un lado. Joffrey lo volvió a recostar de forma derecha en la cama, acomodando las sábanas. Aprovechando para tocar su mejilla, que aún continuaba fría. Si no hubiese habido presentes, podía jurar que se habría acostado a su lado, abrazándolo. Para mantenerlo caliente.

Nadie me ama como lo haces túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora