Capítulo I

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La vida tiene un patrón, al igual que los juegos antiguos.
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En el amanecer de un día cualquiera de septiembre desperté gracias al sonido estridente que proporcionaba el despertador. Un dolor en la columna me consumió por completo. La habitación empezó a dar vueltas, así que pestañeé un par de veces para mantenerme estable. Era la primera vez en mucho tiempo que me despertaba con mal pie, la maldita pesadilla amilanó mis horas necesarias de sueño diario y lo peor de todo era que no podía hacer nada más que levantarme de la cama empezando un nuevo día supuestamente especial. Di media vuelta a la cama restregándome debajo de la sábana muerto tanto de frío como de sueño. La noche anterior apenas pegué el ojo pensando en cómo podría soportar esta nueva época de mi vida.

["El saber de hoy es el saber de tu futuro"]

Ese era el eslogan de la preparatoria que asistiría a partir de hoy que para mi parecer no podía ser más aburrido, patético e incluso simplón si se le podría llamar de esa forma. De todos modos decidí levantarme a regañadientes para asomarme a la ventana que se encontraba justo encima de mi escritorio de madera.

Despeje las cortinas rojizas.

Los primeros rayos mañaneros de sol se asomaban junto a las gotas de lluvia que caían resonando en mi cabeza recordando una melodía mientras que los muchos transeúntes se desplazaban de un lado a otro marcaban el ritmo con sus paraguas y botas de colores infinitos. No le di la suficiente importancia en ese momento pero ese mismo paisaje que veía a través de la ventana me trasmitía más sensaciones que comúnmente. Me quedé tan embobado que apenas oí la voz que me hizo volver a la realidad. Era una voz tan familiar que no podía ser otra que la de mi madre pidiéndome desde la otra punta del hogar que bajara a desayunar, así que lo más rápido que pude me preparé y baje las escaleras dirigiéndome al comedor a desayunar algo rico en hidratos de carbono.

Lo primero que pude observar al llegar al comedor era a mi padre sentado en su típico sitio con su habitual pose. Estaba analizando el tablero de ajedrez del periódico diario, cosa que hace habitualmente, con una taza de probablemente café con leche. Si algún día no hiciera eso me sorprendería bastante. Con esos pensamientos en mente cruzamos miradas, me dio un cordial saludo volviendo a echar la mirada al enigma.

Mi padre es un oficinista cualquiera aunque me atrevería a decir que era de los mejores de su trabajo ya que el mismísimo jefe de mi padre se acercó un día a casa felicitándole por su increíble trabajo sobre las acciones que representaban la propiedad parcial de la empresa. No me sorprendió oír eso a escondidas de él.

Al escucharlo saludar, mi madre plantó su mirada en dirección a mí, me abrazó cálidamente para invitarme de una vez por todas a desayunar. Ella era una excelente psicóloga infantil recomendada por miles de personas en este país. Su trabajo fue la principal razón por la que nos mudamos a Manchester.

Ese olor era indiscutible.

Al abrazarme delató que había preparado mi desayuno favorito gracias ese olor a naranja impregnado en ella y esos guantes de horno en las manos no le ayudaban a ocultarlo.

-¿Magdalenas de naranja?- Pregunte con la máxima obviedad posible mientras ella ponía un plato de lo mencionado sobre la mesa.

-¡Bingo! Por cierto, ten cuidado con las magdalenas Vic, aún están calientes- Añadió antes de que pudiera coger alguna.

Sinceramente no entendía la razón por la que me llamaba Vic aún sabiendo que ese no era mi nombre. Era una abreviatura suya que me hacía en muestra de cariño, era demasiado para mi, igualmente le agradecí el aviso internamente cogiendo una magdalena con sumo cuidado para no quemarme.

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