Capítulo IV

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Tal vez se puede decir más alto, pero nunca más claro.
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Ammy se detuvo frente a la puerta cerrada del cuarto de Vicente ajustando nerviosamente su bata. Era extraño. Vicente casi nunca cerraba la puerta con pestillo, mucho menos durante el día. Golpeó suavemente la puerta con los nudillos esperando escuchar algún sonido, una señal, de que su hijo estaba bien. No hubo respuesta. Apretó la manija e intentó girarla sin resultado, puerta no se movió ni un centímetro. Se inclinó hacia adelante pegando la oreja a la madera tratando de captar cualquier ruido al otro lado. Nada.

La inquietud se convirtió en un peso palpable en su pecho.

- Vic, cariño, soy yo. ¿Todo bien?
Habló con suavidad sin querer alarmarlo si solo estaba dormido o absorto en sus cosas.

Esperó un momento escuchando con atención pero solo el silencio le respondió. La preocupación comenzó a transformarse en pánico con miles de pensamientos cada vez peores. Después de unos segundos que se sintieron eternos, Ammy comenzó a revisar las posibles razones por las cuales la puerta podría estar cerrada. ¿Se había quedado dormido profundamente después de una larga noche de estudio? ¿Estaba molesto por algo y simplemente quería estar solo? Pensó en las últimas semanas buscando alguna señal de que algo estuviera mal. Nada destacaba salvo la mudanza o el primer día de clase. No le pareció lo suficiente justificable para el silencio. Respiró hondo tratando de calmarse.

Me pareció oír el estridente sonido del picaporte de la puerta. Se empezaba a mover rápidamente de arriba a abajo con un gesto aterrador. Mis piernas flaqueaban bajo la manta con mi mente que amenazaba con desplomarse. La alarma empezó a sonar mientras el picaporte seguía agitándose. O estaba ya sonando desde antes. Sentí la necesidad de correr pero respiré por un momento. Me di media vuelta a la cama sacando la cabeza de mi cuerpo muy despacio para hacer el mínimo esfuerzo de apagar el despertador recapacitando para abrir la puerta de mi habitación.

- Maldita sea Vic, te dije que no cerrarás tu cuarto con pestillo.
Grito dándome un golpe leve en la cabeza a modo de castigo.

Era mi madre la que movía el picaporte a una velocidad frenética. Me tranquilicé internamente. Todo estaba bien.

- Lo siento. Me acabo de despertar.

- Casi me das un infarto, anda ve abajo a desayunar, llevo llamándote un buen rato.

Bajé apresurado las escaleras adelantándome al comedor. Directamente a coger una de las cuatro tostadas con mermelada que había sobre la mesa. Me senté para tomar mi vaso de naranja pero aparte de faltarle azúcar también faltaba alguien.

- ¿Donde está papá?
Pregunte para asegurarme.

- Se ha ido esta madrugada para Sídney. Te lo quería comentar ayer por la noche pero te fuiste a dormir sin ni siquiera cenar.

- Entiendo.

No lo entendía. Odiaba cuando mi padre se iba a causa de su trabajo excesivo.

- Hoy tengo que salir un poco más temprano a clases.

- ¿Por qué?

- No puedo pedirlo ahora pero te aseguro que no es nada de que preocuparse. Hablamos luego.

Y sin dejar que respondiera salí directamente de casa siguiendo el mismo recorrido de ayer. Esta vez, el autobús ya estaba ahí cuando llegué así que ingrese sin demora.

Al sentarme vi a una anciana que se encontraba precariamente de pie enfrente de mí inestable, se veía como si se pudiese caer en un momento a pesar de que no fue capaz de encontrar un buen asiento. El frío soplaba hacia mí, el cielo sin nubes es refrescante, tan refrescante. Así fue hasta que el lugar empezó a acalorarse y mi tranquilidad interrumpida repentinamente.

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