#11: La Rueda de la Fortuna

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El día de nuestro primer partido amistoso, Lira me envió una foto temprano en la mañana

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El día de nuestro primer partido amistoso, Lira me envió una foto temprano en la mañana. Era de una carta de su mazo de tarot; estaba gastada y desdibujada en algunas partes, pero el nombre y el dibujo se distinguían con claridad. Mostraba algo parecido a un medallón dorado rodeado de criaturas aladas y abajo leía 'La Rueda de la Fortuna'. Antes de que pudiera responderle, me envió un segundo mensaje que explicaba que aquella imagen proclamaba una suerte excepcional y nuevos comienzos. 'Te irá de maravilla hoy' me dijo y antes de poder arrepentirme escribí '¿Te gustaría venir?' y luego agregué rápidamente 'Invita a Io también'. Me respondió con varios emojis de corazones blancos, que se habían convertido en su firma rápidamente desde que envió el primero. Me gustaba la elección de color, me recordaba a las marcas en su piel, que eran de lo más bonitas. Además, nadie más usaba ese color, por lo que lo atesoraba aún más.

Le había dicho a mi mamá que tenía que quedarme trabajando hasta tarde en la universidad, pues tenía muchos trabajos que entregar y la mayoría debían hacerse en grupo. No le gustó la idea, pero puesto que no confiaba en que fuera a casas de otras personas y ella no permitía visitas en la nuestra, no le quedó opción más que estar de acuerdo y decirme que pasaría por mí a las ocho, ni un minuto más tarde. Eso me daba una hora completa para pasarla con Lira, e Io, por supuesto. Una hora completa de descanso para hacer y hablar de lo que yo quisiera sin chaperonas, sin profesores y lo mejor de todo, sin mamá intruseando sobre mi hombro todo lo que hacía y dejaba de hacer. Otros podían pensar que no era suficiente tiempo, y aunque tenían razón, yo era una chica agradecida. No podía quejarme.

Me pasé toda la mañana apurando las clases en mi mente. Mis apuntes, siempre ordenados, se veían vacíos y faltos de cariño, pero por más que me pesara que lucieran de esa manera no podía quitarme de la cabeza que esa misma tarde Lira estaría viéndome jugar por primera vez ¡en un partido ni más ni menos! Sabía que a veces me miraba entrenar en la cancha del barrio, pero jamás me había visto junto a otras personas. No se lo había dicho, pero sin contar los entrenamientos, sería la primera vez que jugaba en un equipo. Nunca había tenido la oportunidad de contar con un grupo de basquetbolistas que usaran silla de ruedas y mamá jamás me habría permitido jugar con personas que lo hicieran de pie. Nunca me lo había dicho, pero me miraba con aprehensión cuando creía que no la veía: me tenía lástima y temía por mi integridad, como si mis piernas inservibles fueran sinónimo de debilidad.

Al terminar la última clase del día, creí que me sentía mentalmente preparada para jugar frente a Lira. Estaba lista para verla allí con su sombra de ojos colorida, su peinado frondoso y su ropa que en la iglesia solo podrían tildar de escandalosa. Lista para verla allí sentada con su sonrisa radiante en las gradas que se verían demasiado apagadas junto a ella. Lista... o había creído estarlo hasta que divisé sus rizos marrones y el cabello rosa de Io a lo lejos, en el patio trasero. Me había hecho el hábito de ir allí a pasar los ratos muertos, pues era más accesible para estudiar que la biblioteca y más cómodo que ir a comer a la cafetería, donde jamás abrían ambas puertas de vidrio, por lo que no entraba mi silla de ruedas.

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