Cuando mamá me recogió aquella tarde, estaba claro que sabía bien lo que había hecho. No solo estaba callada —cosa que se había vuelto habitual—, sino que sus nudillos estaban blancos debido a la fuerza con la que agarraba el manubrio. Tenía la vista fija al frente, no miraba el espejo retrovisor ni los espejos laterales, de hecho estaba segura de que ni siquiera estaba mirando el camino. Cuando pasó una luz amarilla sin siquiera pestañear, supe que estaba en graves problemas.
Al llegar a nuestra calle, se estacionó frente a nuestra reja de lata y salió del auto sin mirarme una sola vez. Me quedé allí sentada esperando que volviera a salir, pero aunque la puerta que daba a la calle permanecía abierta, no había señales de ella y no las hubo por al menos veinte minutos. Al acercarse la media ahora comencé a angustiarme de verdad. No podía salir del auto sin su ayuda y ella lo sabía; no podía creer —me rehusaba a creer— que estaba castigándome de esa forma. Era demasiado humillante, pero lo sería aun más si caía en su juego y rompía a llorar o gritaba para pedirle ayuda. Eso último en especial la haría enojar más: odiaba que los vecinos se enteraran de nuestros problemas. Si hacía un escándalo, me iría peor.
Jugueteé con la idea de llamar a Lira. Vivía cerca y podría ayudarme, por mucha verguenza que sintiera. El problema radicaba en que mamá sí o sí la vería y reconocería, y por mucho que hubiera dicho esa mañana que estaba lista para ser honesta, sabía que no quería que Lira presenciara esta parte de mi vida. Al menos todavía no. Mi madre, por suerte, salió un poco después, sacó mi silla del maletero y la dejó junto a mi puerta. No se quedó allí a ver que pudiera cambiarme sin problemas, pero yo no la necesitaba y si quería presionarme de ese modo, no iba a resultarle. Sin embargo, ella tampoco tenía necesidad de usar más tretas: me tenía donde quería y por eso me dirigí a su habitación sin que me llamase.
—Mamá... —comencé, pero no sabía qué decirle. El hecho de que no estuviera gritándome me asustaba.
Me dirigió una mirada gélida, impersonal. Era como si me desconociera.
—Ava.
—¿Qué pasa? —pregunté, haciéndome la que no tenía idea—. No entiendo...
—¿Eres homosexual? —pronunció la palabra con un asco sin disimular. Le repelía.
Me quedé de piedra. Eso era lo último que iba a decirle, lo último que esperara que sospechara. No le había dado ningún indicio sobre mi lesbianismo, ninguna razón para dudar.
—¿De qué hablas? —dije para ganar tiempo—. Yo... yo...
—No me mientas —sentenció—. Ni le mientas a Él.
El Jesús sobre su cama me miraba con cara de agonía, literalmente. Nunca había entendido por qué lo representaban de esa manera, ¿no era todo el punto del asunto que había resucitado? ¿Por qué mostrar su versión más sufrida cuando podrían hacerlo en todo su esplendor? La respuesta, como había comprendido hacía unos años, era la culpa. Verlo allí, sangrando sobre la cruz, te recordaba todo lo que había sacrificado por ti, para que pudieras vivir y aun así ¡aun así! la gente como yo tenía el descaro de pecar y hacer que su sufrimiento fuera en vano. Que el sufrimiento de mi madre fuera en vano.
—No sé de qué hablas —apuré. No me atreví, simplemente no podía con los ojos de la figura fijos en mí.
Por estarlo viendo no me percaté de que mi mamá venía hacia a mí hasta que sentí el golpe en la cara. Fue una sola cachetada, limpia y rápida, pero lo suficientemente potente para casi darme vuelta la cabeza. El rojo de mi mejilla era solo comparable a la sangre que caía de las heridas del Señor.
—"No mentirás" —recitó—. ¿Cuántas veces te lo enseñé? ¿Y cuántas veces has pecado sin que yo me diera cuenta?
"Ninguna" estuve por decirle. Lo sabía porque había construido mi vida para que estuviera libre de pecado, al menos de los que le importaban a ella. Pero no era cierto, le había mentido varias veces, especialmente durante los últimos meses. Podía seguir haciéndolo, pero ya no me atrevía. Había perdido mi audacia.
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Buenaventura
Teen FictionLira es una chica llena de energía, felicidad y hasta cierto punto, magia. Aunque mucha gente le llama pseudociencia a las creencias que su padre le ha entregado, ella cree firmemente en la veracidad de las cartas, los cristales y los astros. De hec...