La primera vez que le había permitido a Lira empujar mi silla, había pronunciado las palabras desde la lógica. Sentí un ligero atrevimiento y lo impulsé con el pensamiento: que tenía que dejarme ser vulnerable, que estaba nerviosa y necesitaba el apoyo, que confiaba de ella. Todo era cierto, por supuesto, pero había sido razonado, no sentido entre la boca del estómago y la garganta. Ese día, en cambio, sentí verdaderas mariposas cuando Lira me llevó calle arriba al cafecito donde habíamos tenido nuestras citas. A mí no me parecía la gran cosa y sabía que ella conocía lugares mucho más interesantes en el centro, pero daba igual, lo importante era estar juntas. ¿Cómo podía ser de otra forma cuando me sentía tan segura de que me ayudara con la silla? Tenía ganas de decirle lo importante que era eso para mí, lo mucho que significaba cederle mi autonomía a otra persona aunque fuera por un rato, pero no sabía cómo hacerlo. Era pésima con las palabras y la quería demasiado, lo último que necesitaba era echar a perder todo por culpa de mi torpeza.
—Ay, perdón —Lira todavía no era muy buena empujándome y solíamos chocar con cosas, pero en vez de enfadarme, me daba risa, especialmente por lo nerviosa que se ponía cada vez que pasaba.
—No pasa nada —la calmé—. Cada vez lo haces mejor.
—Eso dices para que no me sienta mal —dijo con la voz llena de arrepentimiento.
—Puede ser —cedí—. Pero en serio, no está tan mal. ¿Ya sabes que pastel vas a pedirme?
Habíamos caído en una rutina involuntaria en la que ella elegía qué pastel tenía que probar y yo le daba mi veredicto. Invariablemente siempre acababa terminando el suyo y el mío, no porque a mí no me gustaran, sino porque me daba ternura lo feliz que se ponía cuando le decía que ya estaba llena, que podía comérselo ella. Le gustaban mucho los dulces, lo cuál me parecía lógico, con lo dulce que era ella. De alguna parte tenía que sacar todo ese encanto. Yo era un poco más amarga, como el café que tomaba, pero me parecía que hacíamos una buena combinación.
—Creo que deberías probar el banoffee.
—¿Banoffee?
—De banana y café.
—Suena interesante.
—¡Es delicioso! —dijo con el entusiasmo que la caracterizaba—. Tienes que pedirlo con un jugo de naranja, porque la mezcla de sabores es ufff, buenísima.
—Si tú lo dices —sonreí aunque no me veía. Sonreí para mí, porque me hacía feliz escucharla tan contenta.
La dependienta, que ya nos conocía, abrió las puertas para que pasáramos y nos despejó un costado de la mesa de siempre. Con Lira nos sentábamos una en cada arista de la mesa para que no se notara tanto que queríamos estar super cerca la una de la otra, aunque igualmente ella estiraba sus piernas hasta que se tocaban con las mías. Era una sensación tan extraña como embriagante; por mucho tiempo había descuidado mis extremidades inferiores, pretendido que no existían, las había odiado, las había golpeado, las había ignorado y vuelto a odiar, pero la primera vez que había sentido el tacto de sus piernas contra las mías algo había vuelto a encenderse, o quizás se había encendido por primera vez. Podía sentir sus pantorrillas gruesas entrelazadas con las mías, que eran huesudas, el calor humano que emanaba su piel incluso a través de las medias, la forma en la que sus rodillas me acariciaban como si fueran manos y entonces no podía más que amar el hecho de tenerlas, de poder sentirla cerca con ellas, de que le gustaran. Me había dado un nuevo prisma a través de la cuál mirarlas y estaba aprendiendo a conocerlas de nuevo, más allá de las caricias de Lira. Eso también quería decirlo, pero para variar, tampoco sabía cómo.
ESTÁS LEYENDO
Buenaventura
Teen FictionLira es una chica llena de energía, felicidad y hasta cierto punto, magia. Aunque mucha gente le llama pseudociencia a las creencias que su padre le ha entregado, ella cree firmemente en la veracidad de las cartas, los cristales y los astros. De hec...