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Elsa

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Elsa

Mis oídos se hicieron sordos, el eco del bullicio a mi alrededor se fue opacando por el sonido de mi corazón al romperse en mil pedacitos. Pero más que dolor, en ese momento sentí rabia, ira contra aquel sucio mentiroso. Pero, sobre todo, contra mí misma.

—¿Y qué más quieres hacer? Yo te puedo...

Se vio interrumpido al verme llegar, tomar mis cosas y caminar lejos de él. Se levantó con rapidez siguiendo mis pasos, aún con el teléfono en la oreja.

—Te llamo luego... —colgó de inmediato— Elsa, espera.

Lo ignoré, caminando rápido y sin mirar atrás. Solo quería salir de allí, lejos de su repugnante y falsa presencia.

—Elsa, por favor —me tomó con fuerza del brazo frenándome en seco.

—Quita tus asquerosas manos de mí —exigí con voz cargada de odio—, te doy cinco segundos.

A regañadientes y con lentitud, fue soltando mi mano sin alejarse demasiado de mí. Podía ver como tensaba la mandíbula, como movía los ojos de un lado a otro cerciorándose nadie estuviese atento a nosotros.

—Puedo explicarte...

—¿Qué me vas a explicar? —le confronté— ¿Qué significa tener un amante o una segunda novia?

—No es así, las cosas son diferentes a lo que crees —comentó con seguridad.

—¿En serio? ¿Somos más de dos o qué? —escupí con sátira.

Un suspiro de frustración fue su respuesta, miraba con frenetismo a su alrededor esperando no ser el nuevo centro de atención. Era bastante reservado en ese aspecto, en especial en esta época en que todo termina siendo viral en la internet. Solo bastaba un teléfono celular, y en cuestión de segundos medio mundo te conocía y nunca por buenos motivos.

—Dos años, Kenneth —respiré para tratar de mitigar el nudo en mi garganta—, dos malditos años de mentiras, de mi vida desperdiciados en ti. ¿Qué pensabas? Que jamás em enteraría y podrías estar feliz con cuanta mujer se te diera la gana, ¿Verdad?

—Mi amor, no es...

—¿Lo que estoy pensando? ¿Eso ibas a decir? —le interrumpí con el doble de rabia en mi ser— ¿De verdad crees que soy tan estúpida?

—Solo escúchame, ¿Quieres? —reclamó, volviendo a agarrarme del brazo con más fuerza.

—No, tú escúchame —me zafé con brusquedad—. No voy a permitir que me sigas viendo la cara de idiota, no a cualquiera le dices que la quieres y que deseas besarla en ese tonito ridículo que siempre usas cuando te las das de machito.

—Mide tus palabras... —me recriminó, interrumpiéndose y controlando sus impulsos— Esto tiene una buena explicación, sabes que te amo, eres mi vida.

—Serás gato porque más de una vida tienes, mentiroso —exigí con fría calma—. Me cansé de tus celos enfermizos, me harté de tu desconfianza, por eso dicen que el que las hace se la imagina, ¿No?

—Hablemos esto en otro lado, ¿Quieres? —sugirió al ver como todos nos quedaban viendo— Podemos arreglar las cosas en privado.

—No señor, esta vez no te seguiré la corriente como la boba que he sido —sentencié con firmeza—. Debí hacerle caso a Ana, me habría evitado estas molestias.

—Ni siquiera pienses en hacerlo —me advirtió ceñudo.

—Haré lo que me dé la gana, así como tú siempre lo has hecho —le rebatí—. Esto se acabó, no te quiero volver a ver en mi puta vida.

Di media vuelta y me marché, dejándolo atrás sin manera de seguirme y no parecer un psicópata. Al no tenerlo cerca mis lágrimas salían sin parar y cortando mí respiración, llegando a la entrada con el rostro empapado y el corazón hecho polvo. Respiré profundo dejando salir los sollozos atorados en mi garganta, tratando de mitigar la presión de mi pecho y tomando coraje, le escribí a la única persona que podía ver en esas circunstancias, Ana.

(E) Necesito hablar contigo urgente, voy para tu casa.

Su respuesta fue inmediata.

(A) Dale, estoy solo con mamá.

Esa era ella, mi mejor amiga en todo este maldito mundo de mentiras, la única que jamás me ha traicionado. Sabía que me regañaría más que mi madre, pero siempre estaba dispuesta a escucharme y consolarme cuando sentía mi mundo caerse al fondo de un precipicio.

Limpié mis ojos y controlé mi respiración, no quería llegar llorosa a su casa y mucho menos desperdiciar mis lágrimas en él, aunque me doliera hasta lo más profundo de mi alma. En cuestión de 20 minutos ya estaba llamando a su puerta.

—¡Elsita María! —exclamó Inés dándome un abrazo, la madre de Ana— Que gusto verte, cariño.

—Hola madre —saludé entre risas forzadas—, también me da gusto verla, pero no me llame así. Con solo Elsa está más que bien, ¿No cree?

—Pero si es muy lindo tu nombre completo —se burló, sabe a la perfección que lo detesto— Ana está en su habitación, no me hagan desastres. ¿Entendido? Compórtense.

—Sí señora, como usted diga —afirmé con fingida seriedad.

Subí las escaleras hasta el segundo piso y sin esperar más, la puerta al fondo del pasillo se abre. Ana asomó su cabeza mirándome fija y escrutadoramente, sé lo que intenta y le funciona. La sorpresa y lástima se dibuja en sus ojos, como si leyera mis pensamientos o supiese todo lo que ya sucedió.

—No me regañes, ¿Quieres? —digo casi suplicante, a punto de estallar en lágrimas— Creo que ya tengo suficiente encima.

—Ya veremos eso —suspira.

—Ya veremos eso —suspira

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