CURLY EVANS
The fast and the furious
¡La vida era despiadadamente injusta!
A pesar de que la decisión tomada fue impuesta por el magistrado, el honorable juez Evans, o, en otras palabras, mi padre, era inapropiada. Si hubiera estado en pleno juicio, habría replicado como Perry Mason y gritado con todas mis fuerzas: «¡Protesto, su señoría!». Sin embargo, seguramente mi padre habría respondido: «Señora abogada, la palabra "protesto" es irreverente y solo se usa en las películas americanas, aquí usted se calla y no interrumpe».
Suspiré profundamente y mi pecho recostado de lado en las sábanas de seda liberó un suspiro de frustración. Ni siquiera la canción de The Communards, So Cold The Night, que estaba escuchando, pudo mitigar mi decepción.
«Tyler, Tyler... ¡Tyler! —murmuraba en mi cabeza con desprecio una y otra vez—. ¡Eres como un jodido grano en el culo!».
Me di la vuelta bruscamente, con la vista fija en el techo, mientras jugaba con uno de los anillos con pompón; específicamente, con el de color turquesa. La suavidad y la delicada sensación que tenía ese material al pasarlo por mi piel desnuda lograban apaciguar en cierta medida la ira que había dentro de mí en momentos como ese.
¡Maldición!
Las palabras de mi padre aún resonaban frescas en mi mente, en las que me vetaba de forma tajante el conducir el BMW a menos que cumpliese dos requisitos: en primer lugar, que me matriculase en la academia para realizar el curso teórico. En segundo lugar, que recibiera clases particulares de conducción con mi propio coche. ¿Y quién se había llevado el gato al agua? Efectivamente, el mismo que ronda por vuestras cabecitas en este momento: ¡Tyler! Negué con determinación antes de apartar la vista del techo en blanco, que me estaba provocando dolor de cabeza al contemplarlo tanto tiempo.
Desenchufé con desgana los auriculares que cubrían mis orejas, apagué el reproductor de CD Sony D-131 con el dedo índice y me senté en el borde de la cama de un salto para calzarme mis zapatillas Adidas Stan Smith, las que tenían la franja verde a juego con mi diadema de flores.
Aunque no tenía ni la más pajolera idea de dónde encontrar al conductor, pues ya eran más de las seis de la tarde y desconocía su horario laboral, me importaba un bledo, para ser sincera. Simplemente, quería probar mi regalo de aniversario por si acaso no funcionaba bien y tenía que devolverlo... (risas).
Y, en cuestión de varios minutos, ya estaba dándole el coñazo a Vera en la cocina.
—Mira, mi niña, no lo sé. No tengo ni idea de dónde puede estar Tyler.
Sin dejar de pelar las patatas, que reservó en una fuente bajo el agua, el ama de llaves se encogió de hombros y yo puse los ojos en blanco.
—¿Has mirado en la parte trasera, en el jardín?
—Sí.
—¿Y en la buhardilla?
—Sí.
—En la sala de juegos.
—Sip.
Alargué el brazo y me hice con una manzana roja a la que le había echado el ojo desde hacía un rato, una enorme, una de esas Red Delicious, igualita a la del cuento de Blancanieves. La froté contra mi jersey de topos para limpiar el exceso de polvo de la piel y le pegué un generoso mordisco. Su dulzona pulpa crujió entre mis encías al explotar en mi boca, y saboreé la típica textura harinosa que a mí me fascinaba y que a muchos les resultaba desagradable.
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NEW YORK. Skyline, 2 (cada jueves a las 21h)
RomancePobre niña rica... Esa frase tan trillada y que en ocasiones suena tan peliculera, me ha ido persiguiendo a lo largo de todos estos años, desde siempre, desde que tengo uso de razón, al igual que si estuviese tatuada en medio de mi frente para no ol...